martes, 17 de agosto de 2010

CRISIS ADOLESCENTE. LO QUE HAY QUE SABER.

Durante la adolescencia se pueden superar los riesgos si se aprovecha la oportunidad para crecer como una persona original, creativa, que piensa y se integra con otros. El especialista brinda algunos consejos útiles para chicos y padres.
Siempre ha sido la adolescencia una edad envidiada por muchos, pero menos por los que la pasan, que, o no se dan cuenta de las riquezas que derivan de ser joven o simplemente la pasan mal por algún motivo.
Con frecuencia se escucha hablar de que los adolescentes viven lo que se conoce como “crisis”. Esta reconocida palabra significa cambio, y en el signo con que la escriben, los chinos combinan dos dibujos pequeños, que traducido para nosotros quieren decir riesgo y oportunidad.
Y es cierto: por un lado hacerse adolescente es en parte riesgoso, ya que de alguna manera se pierden las seguridades de la infancia. Los cambios del desarrollo los colocan en un lugar diferente y a veces se generan complejos o preocupaciones con el propio cuerpo o con el modo de ser. Los padres ya no lo son de un niño o niña, sino que tienen que enfrentar una persona en crecimiento, con más fuerza y con capacidades diferentes. En esta edad los grandes les exigen de modo diferente, no saben bien adonde pertenecen o hacia dónde quieren ir. De allí proviene que en parte sea un riesgo entrar en esta etapa.
¿Y la oportunidad? Cuando avanzan en la maduración, van cayendo en la cuenta del valor de las cosas y las personas, les gusta sentir que son parte de algo que es importante: un equipo, un club, una escuela que les da un lugar o simplemente tener un grupo de amigos y amigas. Esta pertenencia les ayuda a identificarse con algo valioso, que significa la posibilidad de seguir creciendo de otro modo. En ese grupo, familia o banda a cada uno lo aceptan como cada uno es y a la vez, cada uno acepta las reglas que el pertenecer impone.
La oportunidad se ofrece también cuando se comparten valores con otros. Los valores son como los tirantes de hierro de los puentes, o las vigas que se rellenan con cemento desde la tierra para construir una casa. Por eso, al cruzar un puente o habitar una casa difícilmente nos preguntemos si se puede caer. Los valores siempre están, aunque no se vean, porque son los que le dan firmeza o debilidad a la existencia de cada persona.


Seguridad, capacidad, creatividad

En la adolescencia, al tener que afrontar casi solos nuevos desafíos, pueden descubrir de a poco lo que significa tener un amigo de verdad, viven la fidelidad o la traición, el ser libre o ser “oveja” y distinguen el que puede guardar un secreto del “buchón”. La seguridad que se siente por compartir valores con otros es lo que se da como oportunidad para salir de la crisis.
A esa seguridad también contribuyen tres novedades en cada adolescente: un cuerpo con capacidades y habilidades en pleno desarrollo, la posibilidad de pensar y reflexionar cuestiones cada vez más complejas, y el desafío de ser creativos, o sea, poder crear o lograr cosas totalmente originales y que otros valoran.
Pero hay un elemento clave que debe ser vivido indefectiblemente en esta edad para sentirse bien, y es ser respetado por otros y a la vez aprender a respetar. El respeto mutuo hace sentir a las dos personas iguales en dignidad, aunque tengan otras edades o vivan otras realidades. Como todas las cosas buenas, se multiplican al difundirse y el sentirse respetado o respetada se convierte en un motor que impulsa a cada adolescente hacia adelante, a auto-transformarse hacia lo que quiere ser o hacer.
Resumiendo, hasta aquí vemos claro que en la adolescencia se puede superar el riesgo si se aprovecha la oportunidad para crecer como una persona original, creativa, que piensa y se integra con otros.
Pero vivimos hoy en una sociedad que les hace difícil a los chicos transitar cómodos por esta edad, ya que se les obliga a adaptarse a lo que le ofrecen como lo bueno. El costo de esta adaptación en la adolescencia se paga con frecuencia con grandes perturbaciones en la salud física y psíquica y en la conducta social.
La historia de Romina y de Manuel
Para verlo claro analizaremos la situación de dos adolescentes que conocí hace poco en el consultorio.
Romina tenía 16 cuando consultaron sus padres porque la habían encontrado tirada y borracha en un boliche. Hacía tiempo que andaba mal, muy decaída, floja en el estudio, acomplejada por sus kilos de más, pero a la vez distante y “dietante” a la hora de comer en familia. La verdad, que luego se develó, fue que comía en atracones en su pieza, escondida, lo que no le había contado ni a su psicóloga, que la trataba por su “baja autoestima”. La pareja de los padres manifestaba por entonces dificultades serias y, como escape, la madre la perseguía a Romina sin pausa por su gordura.
Manuel vino a control a los 17, estaba sano pero buscaba un lugar para contar su preocupación. Semanas atrás se fue al viaje de egresados y allí con los amigos conoció dos chicas diferentes de otra ciudad. Con una, Ana, que lo impactó de entrada, había podido comunicarse bien, “charlarse todo” y descubrir que vibraba con su modo de ser y de sentir. La otra, que no recordaba el nombre, la había encontrado en un boliche la noche final, cuando Ana ya había regresado. Esta chica estaba “muy fuerte”, y de entrada, sin mediar muchas palabras, se mostró interesada en “tener sexo” con Manuel. A la vez que los amigos lo elogiaban por el “levante espectacular”, esa noche él no dejaba de pensar en Ana. Finalmente la acción se cortó cuando a ella la vinieron a buscar, pero quedó bastante desconcertado. No lo podía contar en su casa, ni menos aún a un amigo. La pregunta era: “¿cómo te parece que tendría que haber actuado en una situación así?, ya que “si bien tenía curiosidad y ganas, en el fondo no me interesaba nada transar con ella”.
Ambos adolescentes comparten una situación que deben resolver. Romina tiene una enfermedad grave y deberá ser ayudada para salir de su trastorno alimentario. Manuel, no tiene en quién o en qué apoyarse para encontrar su respuesta al contacto sexual propuesto.


Chicos presos en la ilusión del consumo

Creo que hoy los adolescentes crecen presionados entre la invasión de lo que imponen los medios y el ambiente como lo genial y la generalización del temor a ser excluido, por gorda, por pobre (sin valor), por perdedor o por inútil. En ambas situaciones vemos cómo, desde la mentalidad imperante, se influencia y hasta se invade la vida interior y se obstaculiza la capacidad de resolver los dilemas del crecimiento en forma autónoma y creativa.
Es que la crisis de muchos chicos es tan intensa, que si por dentro se sienten inseguros y por fuera se los determina con tanta fuerza, al no contar con el apoyo de las personas y los valores de los que participan, ellos y ellas terminan buscando una salida fácil y rápida que les es vendida como ideal. Se adaptan al sistema social decadente, que para que “cierren sus cuentas” incrementa el consumo y la adicción a respuestas inmediatas, vendiendo objetos salvadores.
Los objetos vendidos como salvadores son entre otros las drogas, la violencia como método, el dinero para consumir más, la anorexia y las dietas para un cuerpo perfecto, y el sexo, como descarga. Se les ofrece la ilusión de que con esos objetos manejan la realidad, al sentirse poderosos y seguros por un rato. Se confunde con frecuencia la ilusión -que es un medio necesario- con el fin. Y la cuestión es que estamos rodeados de seres humanos ilusionados, que se quedan estacionados o presos en esa ilusión y no concretan nada.
Los adolescentes piden ayuda de otras maneras
Tanto Romina como Manuel están cercados por la inseguridad interior y el temor al rechazo de los demás, ella por ser gorda, él por temor a mostrarse diferente y actuar como cree que es mejor. Se tratan de poner una máscara que los consuele: en ellos son la figura, el alcohol o hacerse el macho, como podría ser en otros casos usar ropa de marca, consumir anabólicos o buscar las amistades que dan status o poder.
Ambos adolescentes comparten que desean profundamente salir de ese “pantano”, por eso buscaron ayuda. Y lo lograron.
En Romina, su adhesión a un plan de tratamiento, más el apoyo y el trabajo con su familia fueron cruciales para ir superando su bulimia. La alimentación debió ser ordenada con límites claros para lograr poner en paz y equilibrio su psiquismo con su cuerpo. Logró reducir así el sobrepeso. De a poco se fue re-descubriendo, conectó su presente al pasado y pudo ir vislumbrando un futuro, acompañada de una familia que pudo comenzar a dialogar abiertamente lo que les pasaba. Tras un año largo de tratamiento la crisis fue quedando atrás.
Manuel, a través de algunas entrevistas, pudo darse cuenta que podía resistir la mentalidad ambiente, que lo forzaba a colocarse una careta que él ahora rechazaba con lucidez. Se le dio la posibilidad de expresar con palabras y se lo escuchó, seriamente, acerca de cuál era su manera de pensar respecto del inicio sexual y el amor que para su proyecto debía estar implícito.
Consejos para ellos y para nosotros
Aunque es difícil dar recetas, para salir entonces de situaciones difíciles, de crisis o de incertidumbre ante una elección, aconsejaría los siguientes pasos:
- Buscar con quien compartir en confianza lo que preocupa.- Darse un buen tiempo para pensar y no decidir en automático.- Conectarse con los valores y las creencias propias.- Rechazar las máscaras o las salidas rápidas que consuelan por un rato.- Compartir con los amigos las críticas a la presión social.- En lo posible, trata de moverse en un ambiente donde se respire respeto.- Si hay que elegir, que cada adolescente pueda optar por caminos que lleven a otros caminos y no los que lo ponen con la cara frente a una pared.
De este modo será bueno lograr concebir con los jóvenes nuevos enfoques de la realidad, que al concretarlos con coraje, transformen las estructuras conocidas y mejoren la calidad de la vida de los seres humanos.
Por: Pedro Eliseo Esteves es médico, Director del CENMAD (Centro de Medicina del Adolescente), Facultad de Ciencias Médicas de la UNCuyo. y MDZ.



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