domingo, 22 de agosto de 2010

LANZARSE A LA VIDA

¿Por qué tenemos tanto miedo de ser? Si es el estado más natural de todo ser vivo. ¿Por qué se nos hace tan difícil simplemente soltar o des­plegar aquello que somos? Porque le tememos a la vida misma.
Bajo la fachada aparentemente sen­sata y racional de muchas personas se esconde un temor que es posible definir como el miedo a vivir, esto es, a entregarse a la vida con inten­sidad. Son como muertos vivientes, que no se atreven a cuestionar los valores que los rigen, ni a rebelarse contra ciertos papeles impuestos, ni a poner límites ante un trato degradante. Por no poner en duda su salud mental, aceptan un entor­no deshumanizado e insensible, pensando que eso es ser cuerdo o civilizado y se acomodan sumisa­mente a cualquier condición. ¡Qué loco sería intentar un cambio!
Hay gente que piensa que entregarse a la vida es muy atemorizante por lo impredecible, por lo incontro­lable, por lo inexplicable que ella resulta. El proceso de la vida es explosivo en algunas ocasiones y calmo en otras, pero siempre está en perpetuo movimiento, por lo tanto en constante cambio. Cada uno de nosotros somos expresión de vida y sin embargo hay una tendencia pre­ponderante a controlarla, encauzarla e insistir en que corra suavemente, regularmente, por canales certeros. Algunos creen conocer el rumbo y el final de cada movimiento. Pero eso es muy poco posible.

Lo cierto es que por momentos algunos individuos temen su explosividad, su exuberancia y sus expresiones auténticas. Un claro ejemplo de ello es cómo algunas personas experimentan el sexo [que es una de las manifestaciones más intensas del proceso vital): temen estallar de alegría y de gozo, entregarse completamente al otro, al placer del contacto. No es casua­lidad que en toda neurosis exista una dificultad para disfrutar, ya sea de una comida, de un encuentro, de un lugar o de alguna actividad. Experimentar el placer, aterroriza.
El temor a la entrega total implica de alguna manera perderse uno y perderse uno es rápidamente identificado con el desborde de la locura, es una angustia y ansiedad tan intensa como el miedo a la muerte. Es el espanto de perder el control, de quedar expuesto.
La idea es que no porque lo haga la mayoría es índice de sensatez. Más bien muchas veces nuestra salud mental depende de permitirnos ciertas "locuras".

Por lo tanto la propuesta es: "darse permiso".
Permiso para atender aquella nece­sidad interna, largamente poster­gada, para animarse a empezar o a terminar lo que no se pudo con­cretar, permiso para disfrutar de lo simple o también de lo complejo, permiso para nuevas experiencias, permiso para expresar nuestro interior, permiso para enojarse, permiso para decir que no o decir que sí, permiso para... La lista es interminable, cada uno sabrá.
Lo que es llamado normalidad no es para nada un valor referencial, más bien es ambiguo y equívoco. La traición a nuestro verdadero ser adquiriendo una fachada de ser normal no sólo limita nuestras posibilidades sino que nos crea una coraza rígida que sólo sirve para enajenarnos unos a otros bajo la promesa de lograr una buena adaptación.

Por: Lic. Silvina Corominola. Psicologa.

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