jueves, 5 de mayo de 2011

Crónica: cómo es ser gay en la villa

En la villa siempre los llaman de manera despectiva, sin vueltas, aunque esa palabra tenga otras connotaciones. Así lo asegura el colega Gustavo Barco quien escribe esta imperdible crónica sobre cómo se vive la homosexualidad entre los más pobres. Barco no es cualquier periodista, sino uno que nació, pasó su infancia y aún hoy vive en el barrio General San Martín, una de las villas más emblemáticas de la Ciudad de Buenos Aires. A continuación, una crónica del blog "boquitas pintadas".

Les dejo el tercer capítulo de sus “Aguafuertes villeras”, que Gustavo también publica en simultáneo en Mundo Villa, el periódico con el que colabora ad honorem. Gustavo es egresado del máster de Periodismo de La Nación y la Universidad Di Tella, colaborador del suplemento dominical “Enfoques” y productor periodístico de Canal 13.

Muñeca y el puntero habilidoso, por Gustavo Barco

En la villa, como en Recoleta o en Puerto Madero o la misma historia de la humanidad, siempre hubo putos.

Para nosotros, puto era el ortiva que delataba a alguien que robaba un caramelo o una billetera, el que te metía mula a las bolitas, puto era el que no se bancaba las patadas en el picado del potrero y cobraba ful por un rasponcito… puto era el que le garcaba la novia a un amigo. Las cosas eran claras; por ejemplo: si por alguna razón una señorita invitaba a ser agasajada allá en los fondos oscuros y el varón se negaba, ahí, eras un puto de mierda, y no había vuelta atrás.

Sin embargo, ser puto puto, en serio, maricón, homosexual, habrá sido muy difícil en la villa.

Digo habrá porque a finales de los 80´s los pibes de la villa éramos vivos, teníamos todavía la inocencia partida pero no pulverizada. Para nosotros ser puto era otra cosa, estaba relacionado con lo que no se hace, con lo asqueroso, con lo que no se quiere. En mi pasillo no vivía ninguno, ni en los de al lado…al menos en la barrita que integraba, no había rastros de alguien así.

Muy pocos hablaban de eso. Uno se enteraba, de chico, estirando la oreja en conversaciones de los mayores, y parecía como si fuera un pecado más que terrible eso de que un hombre se vista de mujer o que hable suavecito como las nenas. A veces las señoras se persignaban y le daban gracias al Señor cuando se enteraban que su hijos ya habían debutado. ( En esa época, varios flacos del pasillo 2 y 3, se decía, se habían enamorado de chicas de la Isla Maciel).

- ¿Te enteraste de quién es puto?

Así comenzaban los chismes y de a poco todos se animaban a contar lo que habían oído en sus casas para así reconstruir la vida de aquel que tenía gustos delicados, o que era gay, como se dice ahora.

Uno se iba enterando que el hijo del chaqueño y el de don Reynoso, habían ido juntos a la colimba y que entre carreras march y guardias nocturnas se enamoraron y por eso cuando volvieron, andaban juntos para todos lados y que fueron de los primeros a los que no les importó nada el qué dirán y qué sinvergüenzas mirálos ahí con la vinchita rosada y esos aritos, y esa música en inglés que escuchan; y fue el hijo del chaqueño el que lo avanzó al otro, y se dejó, claro, pero él chaqueño tiene la culpa, pobre don Reynoso ya no sale de su casa, de la obra a la casa y así anda, vio.

También estaba el gordo Raúl, del pasillo del kiosquito, un vago simpático al que nunca se le conoció un trabajo pero que andaba siempre con guita; algo que nos llenaba de asombro era lo que se decía de él, que cuando los sábados a la tarde salía peinado y de camisa, se iba a trabajar al viejo cine San Martín, de Flores. Con los pibes pensábamos que era boletero o algo así. Al tiempo nos enteramos que se dejaba tirar la piola en el continuado. Decían, también, que a ese mundo lo había ingresado el “facha” Toledo, de un pasillo cerca de la iglesia. Siempre andaba muy bien vestido y creo que fue el primero al que vimos con pantalones prelavados y zapatillas Nike. Pila de veces lo vimos bajar del auto fantástico que lo dejaba a un par de cuadras de la villa. Para nosotros era el auto fantástico, el de la tele.

Otras historias se contaban de un chico, de nuestra edad, 10, 11 años, de la otra cuadra, que hablaba con la voz bien finita y que se quedaba a jugar a las muñecas con sus compañeras en lugar de prenderse a jugar a la pelota o ir a tirarse con un cartón del terraplén de las vías del ferrocarril.

Jugar en las inmediaciones de las vías del tren era lo más prohibido que yo tenía, también otros chicos. Muchas muertes habían sucedido y el ejemplo claro era el de Pascual, un joven al que el tren de cargas le había amputado las dos piernas. Sin embargo, a veces pasábamos tardes enteras ahí.

Desde arriba se podía ver el puente de la calle Erezcano y la casa en el descampado en el que vivían varias familias. Los chicos que vivían ahí venían a la escuela de mi barrio. Yo iba a otra escuela así que no los conocía, sí de vista, pero no los había tratado. Por las tardes, cuando la cuadra de la villa se llenaba de guardapolvos blancos, se escuchaba la despedida de sus compañeros hacia uno de ellos, el más flacucho, el que caminaba la vereda con su carpeta contra el pecho y la mirada al piso:

-Ayyyyy…chau, chau, Muñeca Brava – le gritaban sus compañeros, burlones.

Él los miraba con esos ojos saltones y no se quedaba atrás.

- Chau, pero ya te dije que vos no me gustás, no me gustás….- respondía desde la otra vereda, vivo, dejando a todos mirando al que lo intentaba molestar y riendo hasta el dolor de estómago.

Muñeca –así le habíamos recortado el apodo- siempre iba acompañado por un chico, tendría su misma edad, 12, 13 años, pero como ayudaba a su papá a doblar fierros, se veía más musculoso, fibroso y era más chico de estatura que Muñeca. El pibe a veces jugaba al fútbol con nosotros si faltaba uno, era un puntero escurridizo que usaba muy bien el cuerpo para aguantar la pelota.

¿Cuándo entra uno en la adolescencia?

Yo creo que el día de la pelea de Muñeca Brava muchos lo hicimos.

Era verano, así que Muñeca ya no pasaba ni venía por la villa. Algunos vivíamos pensando a qué escuela secundaria ir, fue un verano de decisiones, también lo iba a ser para Muñeca.

Una de esas tardes pasó con su amigo, con el puntero habilidoso. Nosotros miramos, reunidos en la esquina, el chiste de cargarlo ya no le causaba gracia a nadie.
De pronto se detuvieron, no sé qué se dijeron, porque cuando nos dimos cuenta ya estaban trenzados a los puñetazos, Muñeca gritaba te voy a matar pelotudo ¡¡te voy a matar!! y uno de sus arañazos cruzó las mejillas de su oponente, con lo cual el puntero habilidoso enfureció y aplicó un derechazo a la boca de Muñeca, que se desplomó con los dientes ensangrentados y escupiendo chocolate en el asfalto. Algunas vecinas piadosas se acercaron con un vaso de agua para calmar su crisis de nervios.

- Te quiero…tonto, te quiero…no me dejes, no me dejes! – le gritaba a su puntero favorito que se iba corriendo, imparable como cuando te encaraba por la línea de banda, y el alarido de Muñeca enmudeció a las cumbias que musicalizaban la jornada.

La villa observó y cuchicheó desde ventanas, puertas y las entradas a los pasillos. Muñeca quedó ahí, desparramado en desamor. Muy pocos entendieron sus lágrimas y su desgarro.

Otros, lo hicimos muchos años después.

POR: BOQUITASPINTADAS. LANACION. MDZ.

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