Nietzsche tuvo razón por poco tiempo. Nos despertó de un grito en el siglo XIX al diagnosticar, en una lúcida interpretación de su época, que Dios había muerto. Hoy, sin embargo, es difícil lanzar el mismo juicio sin al menos dudar. No solo porque se siga matando "en nombre del Señor" -adquiera este el nombre que sea- sino porque los lazos sociales que forja la religión son, parcialmente, un asidero del cual nos hemos agarrado para evitar hundirnos en un individualismo insano. Pero la religión no debe ser más que eso, que ya es mucho: un factor de cohesión social. Y como la política, que cumple un papel similar, debe ceñirse a parámetros de tolerancia mínimos.
Escribo esto pensando en Sergio Urrego, quien a sus 16 años se vio empujado a "observar a la infinita nada", como escribió antes de suicidarse. Ocurrió el 4 de agosto en Bogotá y asumo que el lector conocerá los detalles, tan difundidos por los medios, entre los que descuella, por grotesca, la discriminación que sufrió de maestros, "psicoorientadores" y directivos de su colegio por ser gai. Aunque al parecer fue eso y más: tras su muerte, relata El Espectador, la rectora reunió a los compañeros de clase y, entre otras, lo recordó como "anarco, ateo y homosexual".
El colegio es católico, lo que, a mi modo de ver, no es un problema en sí, si es que, repito, prima la tolerancia. Todo parece indicar que este no fue el caso, así que Sergio pecó por partida triple. Cada adjetivo de esa descripción era cierto y, por lo mismo, a la luz de quien así le hizo memoria, era un niño raro, un prospecto de ciudadano-problema.
Este es un ejemplo potente de que los dilemas de la educación en Colombia no hay que medirlos solo con el rasero del presupuesto. Aquí, por ejemplo, aún pesa entre maestros y padres de familia la creencia de que educar en valores es inculcar modos de actuar acordes con el pensamiento judeocristiano, arraigado en nuestra historia. Y así elaboran manuales de convivencia que, como el del Gimnasio Castillo Campestre -el colegio de Sergio-, castigan "las manifestaciones de amor obscenas, grotescas o vulgares", cual mandato medieval que niega y solo ve suciedad en las expresiones del cuerpo.
Querer volver obediente al anarquista, creyente al ateo y heterosexual al gai, como si el uniforme debiese contar con una extensión moral, solo promete desenlaces negativos. Regular a partir de la eliminación de las diferencias termina, por lo demás, anulando talentos. O matándolos. Sergio era excelente estudiante y, particularmente, buena pluma. A un alumno promedio de su edad se le dificulta ser tan consciente de sí como para escribir: "Mi sexualidad no es mi pecado, es mi propio paraíso"; o para expresar sus ganas de vivir inmerso en las riquezas que brinda el arte: "…me lamento de no haber leído tantos libros como hubiese deseado, de no haber escuchado tanta música como otros y otras, de no haber observado tantas pinturas, fotografías, dibujos, ilustraciones y trazos como hubiese querido". Quería vivir.
Por: Carlos Hernández - Lapatria.com
Imagen: Web
Arreglos: AC
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