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jueves, 27 de marzo de 2014

Literatura: La soberbia juventud de Pablo Simonetti. "El trasfondo de un hijo gay en una familia del Opus Dei"

“No se cambia el pensamiento de la sociedad sólo con leyes” “Hay un sentido de la fragilidad que se va adquiriendo con los años: no podría haber escrito antes esta novela”, admite el autor chileno, que volcó algo de su propia historia en un libro que pone el foco sobre todo en la clase alta de la sociedad trasandina.


Los tiempos han cambiado. Hay preguntas inesperadas que alumbran los contrastes entre el pasado y el presente, que van de la ficción a los hechos, de las páginas de una novela a la vida misma. “¿Cómo había sido mi primer amor adulto con un hombre?”, quiere saber el joven Felipe Selden, un veinteañero que proyecta una poderosa seguridad en sí mismo, que tiene literalmente el mundo a sus pies –ha logrado que el abogado Camilo Suárez pierda la cabeza por él–, aunque su conservadora familia, miembros del Opus Dei chileno, no acepte su homosexualidad. El interrogado es el escritor Tomás Vergara, un hombre que ya pasó los cincuenta años y recuerda la época sombría en la que tuvo que avanzar a tientas para ocultarse de una sociedad que se guardaba la luz para sí y lo perseguía “desde incluso antes de saber que yo era gay”. Quizá La soberbia juventud (Alfaguara) sea la novela más autobiográfica del narrador chileno Pablo Simonetti, la más íntima por el modo en que indaga en los complejos sentimientos de personajes que se encuentran expulsados de su “útero familiar” y tienen que pulsear contra los prejuicios, la discriminación y un sinfín de humillaciones, además de lidiar con las herencias y los legados, para reafirmar sus identidades. Un tópico que atraviesa la narrativa de Simonetti y tiene una dimensión política desde la creación de la Fundación Iguales, una ONG que trabaja por la plena igualdad de derechos de la diversidad sexual y que ha logrado ampliar el consenso en torno de un proyecto de ley de Acuerdo de Vida en Pareja.

“No tengo la sensación de que sea una novela relacionada directamente con la edad”, plantea Simonetti a Página/12. “Pero haber alcanzado los cincuenta años es una condición para haberla escrito, porque adquirí cierta distancia con la juventud. En ese sentido, el mismo título habla de eso. Cuando uno dice la soberbia juventud, mirada desde mi adultez, la siento soberbiamente bella, llena de energía y de vigor. Y al mismo tiempo es soberbia al creer que el mundo está ahí para mis personajes y que nada les va a pasar. Hay un sentido de la fragilidad que se va adquiriendo con los años. No podría haber escrito antes esta novela, aunque la madurez literaria la alcancé hace unos años, en cuanto a las herramientas literarias que puedo emplear. Pero sí creo que era necesaria una madurez personal para poder apreciar la vulnerabilidad.”

La novela está atravesada por dos muertes: la muerte de Alicia –tía abuela de Felipe, a quien le dejará una inmensa fortuna– y la de Elvira, poeta precoz excomulgada también de su familia, amiga íntima de Tomás y Santiago Pumarino, uno de los directores de cine publicitario mejor cotizados de Chile. Josefina, la hija de Elvira, recién conocerá quién es su padre horas después de la muerte repentina de su madre. Las dos mujeres fuertes de esta novela tienen secretos que impactarán de modos opuestos en el devenir de la trama. “El secreto de Alicia es un secreto virtuoso; en cambio, el secreto de Elvira arrastra más gente con ella y modifica el destino de esas personas. Quizá son figuras que tienen un cierto grado de oposición. Alicia, viniendo de lo más estrecho de su clase social en cuanto a valores y miradas, se va abriendo camino y va siendo capaz de aceptar a su marido tal cual es. Cuando pienso en Elvira, pienso también en Tomás y en Pumarino, en esa nueva familia que se forma a propósito de que ellos son como unos exiliados de sus familias originales”, compara el escritor. “Hay algo que por supuesto es virtuoso en esa nueva familia: ellos se acompañan, se aceptan por lo que son y se valoran por lo que son. Pero es resultado de un trauma, de la separación violenta de sus familias biológicas.”


–En su narrativa, el tema de la familia es clave. Los personajes tienen que transitar por la experiencia de liberarse del peso de la mirada familiar, ¿no?

–Sí, completamente. Esto está en todas mis novelas. Siempre hay un proceso íntimo que se va haciendo más público, respecto de la familia y el entorno social. El peso del lugar en que uno vive y de lo familiar siempre me ha interesado porque en Chile tiene una dimensión política. Las familias deben ser capaces de aceptar a sus hijos tal cual son en aquellas cosas que respondan a su identidad. Respetar la identidad de los hijos es algo esencial. En general, el peso de la familia sobre los hijos es muy grande. Y aunque eso ha cambiado, todavía somos bastante precarios en la aceptación de la identidad del otro. Una de mis luchas políticas es ésta: decirles a los padres que por favor respeten a sus hijos como son. Desde que son niños, los padres se dan cuenta de cómo son sus hijos. Y en vez de decir esto es lo que me trajo la vida, qué bueno que sea así, intentan torcer no sólo su orientación sexual, sino sus ideas, su inclinación a las artes, la música o lo espiritual.

–Uno de los focos en esta novela está puesto en cómo las familias de las clases altas chilenas prefieren no hablar de la homosexualidad de sus hijos. Más allá de la ficción, de la novela en sí, ¿aún prevalece esta reticencia, aunque se haya avanzado más en el tema?

–Yo diría que la mayor herencia de la vida es lo que te entregan tus padres y todas las formas de transmisión cultural que existen. Esa herencia es gigantesca y muy pesada. En ese sentido, la herencia que recibe Felipe Selden también tiene una representación teórica: el dolor de los herederos. Todos somos herederos y padecemos muchas veces el dolor de ser herederos de estructuras que están en contra de nuestra libertad. Esto se aplica a muchas cosas, por ejemplo a ser escritor, viniendo de una familia comerciante, industrial o trabajadora, y el peso de la desconfianza que uno acarrea por esta vocación. El asunto de no hablar del tema creo que es cada vez menor. A mí me interesaba poner a Felipe en una situación de pleno privilegio. Pero tiene su orientación sexual, que le reviste un problema con su familia. La pregunta que uno se puede hacer es si somos nuestros privilegios o nuestros dolores, nuestras pérdidas, nuestras humillaciones, nuestras exclusiones... A pesar de que Felipe tiene el mundo a sus pies, siente la humillación profunda y dolorosa de su familia. Felipe no es capaz de ver el amor de Camilo porque todavía está atrapado por la humillación de sus padres...

Como un abismo de sombras, lo pendiente emerge desde el silencio. Simonetti sabe que lo que puede ser dicho hay que decirlo claramente. “Le voy a dar un ejemplo muy tonto. Yo también me siento un hombre privilegiado, hago lo que quiero, vivo de lo que hago. He podido servir a mi país en política, a propósito de la orientación sexual desde la Fundación Iguales. Hace poco, estaba en una clínica y un señor que subió al ascensor donde yo estaba me dijo: ‘Ojalá que no se me pegue el sida’... Como soy un escritor gay, él me asoció con el sida... Fue muy violento, lo dijo delante de unas quince personas. Siendo un hombre muy privilegiado, igual sentí la humillación.”

–El ex presidente Sebastián Piñera terminó su mandato sin lograr que se votara el proyecto de Acuerdo de Vida en Pareja, que él contribuyó a impulsar. ¿Cómo sigue el tema de ahora en más?

–Nosotros tenemos una fundación que trabaja por la plena igualdad de derechos en la diversidad sexual. Esto tiene varias dimensiones. La ley que estábamos impulsando durante el período de Piñera fue el Acuerdo de Vida en Pareja, que es una suerte de unión civil. Ahora con Michelle Bachelet estamos impulsando el matrimonio igualitario. También están las políticas públicas en contra de la discriminación, a favor de la diversidad; hay otras leyes como la identidad de género. Hay un cuerpo legislativo-administrativo, pero además hay una serie de trabajos vinculados con la educación y difusión, que implican cambiar la manera de pensar de la sociedad, que no se logra sólo con leyes. Piñera tuvo la gracia de que siendo un presidente de derecha presentó un proyecto de unión civil al Congreso. Ese proyecto avanzó algo, pero no terminó su trámite legislativo porque hubo mucha oposición dentro de su propia coalición. Sin embargo, el cambio de percepción que ha habido en estos últimos tres años ha sido enorme. En este momento, las cifras de aprobación sobre el Acuerdo de Vida en Pareja están sobre el 70 por ciento; la aceptación de la homosexualidad como una forma de vida como cualquier otra es sobre un 70 por ciento. Son todos cambios muy radicales de porcentajes que antes estaban muy por debajo del 50 por ciento. Creo que la aprobación del matrimonio igualitario en la Argentina y en muchos otros países, el ingreso masivo de Internet, que en Chile no terminaba de afianzarse, y sobre todo, y principalmente, los abusos sexuales dentro de la Iglesia en Chile, quebraron el poder que la Iglesia tenía todavía sobre los temas de moral sexual. Por primera vez el mundo político ha empezado a jugar sin tenerle miedo a la Iglesia en estos temas. Pero relativamente, porque no se pudo sacar leyes como el aborto en caso de violación, malformación o peligro de la vida de la madre. La izquierda en general siempre ha estado alineada con estos temas, salvo algunas excepciones. Pero con Piñera se sumó un ala de la derecha que antes no estaba en esta ecuación. Aunque todavía falten unos dos o tres años más, no me caben dudas de que el matrimonio igualitario se va a aprobar en Chile.


–¿Cree que Bachelet va a impulsar con más fuerza el matrimonio igualitario?

–Bachelet es la primera presidenta que está personalmente a favor del matrimonio igualitario y una líder de tanto arrastre genera una expresión social importante. Ella se comprometió a poner el tema en un debate abierto y enviar un proyecto de matrimonio igualitario al Congreso. ¿Ahora cuánto se la va a jugar? Eso está por verse. Si Bachelet viera que puede enfrentar una derrota política, no creo que se jugaría ciento por ciento. Pero tener una presidenta que está a favor del matrimonio igualitario, tener una presidenta del Senado a favor del matrimonio igualitario, tener al presidente de la Cámara de Diputados que está a favor del matrimonio igualitario, tener al ministro de Justicia que está a favor del matrimonio igualitario, hace que el panorama sea otro hoy. Y por eso podemos aspirar perfectamente que de acá a cuatro años se pueda aprobar.

–¿Cómo recibió la sociedad chilena esta novela, especialmente las clases altas, que son muy cuestionadas por su frivolidad y cierto esnobismo? ¿Se divierten con la minuciosa descripción de sus propias taras o se lo toman en serio y se molestan por ese trabajo microscópico sobre sus comportamientos?

–Lo hice con toda honestidad y con todo propósito. También hay una crítica a ciertos grupos gays que se reúnen en torno de una fiesta incesante para evadirse de la situación de discriminación que viven. Es preferible enfrentar la discriminación y ser capaz de realizarse en la vida, más que estar conduciendo toda esa energía hacia una fiesta interminable. Respecto del mundo de las clases altas en Chile, hay de todo. Por supuesto que hay gente que tiene la capacidad de darse cuenta de que las cosas que describo en la novela existen. Pero hay otros que se molestan y me dicen que los personajes son muy arquetípicos, que son una caricatura. Es la crítica del que no quiere aceptar que está en el medio de la caricatura.

–La cuestión de “salir del clóset” y asumir la homosexualidad está abordada desde tres generaciones y perspectivas diferentes en La soberbia juventud. Quizá para Tomás, el escritor, fue más difícil y complicado asumir su condición. En cambio, daría la impresión de que para Felipe y Camilo fue menos traumático.

–Sí, sin dudas es así. Yo he observado que hoy los jóvenes salen del clóset entre los 17 y los 20 años. En mi época, salí del clóset a los 25 para mí y 27 para mi familia. Para mí cuando me dije: “Soy homosexual y no voy a luchar más contra esto”. Y a los 27 le conté a mi familia y a mis amigos. En ese tiempo, el promedio estaba en 28 o 30 años. La generación anterior había salido alrededor de los 32 años. La generación anterior a ésta sencillamente no salió del clóset. El mismo Tomás siente que cuando sale a la vida gay sale con un tiempo oscuro todavía mordiéndole los talones. La comparación generacional está entre el marido de Alicia, Tomás y Felipe, y muestra las tres diferencias. Los problemas de Felipe son más sutiles; puede ser muy doloroso y tener una influencia en su vida, en su carácter y en su manera de actuar, pero no es la persecución, el ostracismo, el horror de la discriminación desatada que se vivía antes, cuando se perdían la familia, el trabajo, los amigos; cualquier privilegio por más mínimo que fuera. En Chile, hasta el final de la dictadura, la homosexualidad era una forma de vida condenada socialmente. Patricio Aylwin, que es reconocido por haber sido el primer presidente de la transición, fue a Dinamarca en 1993, el primer país que aprobó una ley de unión civil en 1989, y le preguntaron qué estaba haciendo por los derechos de las personas gays, lesbianas y transexuales en Chile. Y él dijo: “Nosotros no tenemos ese problema en Chile”... Me gusta esa imagen de los “tiempos de sombra”; en ese sentido, soy muy Tomás, porque lo viví de esa manera. Salí a la vida gay justo por la puertecita que se venía abriendo, como un tímido amanecer.


Por: Silvina Friera - Pagina12.com.ar
Fotgrafìas: Web
Arreglos: Alberto Carrera

sábado, 12 de octubre de 2013

Literatura Gay: Los diez libros de temática homosexual que no te puedes perder.

10 novelas de temática homosexual. En la literatura clásica, los episodios de relaciones homosexuales han estado presentes en los diferentes géneros. La poesía de Safo, “El Banquete” de Platón, “La Ilíada” de Homero, o “El Asno de Oro” de Apuleyo son solo algunos de los ejemplos de letras en las que las relaciones entre personas del mismo sexo tenían un protagonismo destacado.

Será sin embargo en el último siglo cuando nace la literatura gay como fenómeno narrativo. En RAGAP hemos elaborado un listado con las novelas gays del último siglo que no te puedes perder, las más leídas, aquellas que marcaron un antes y un después en las carreras de sus autores.


De profundis, de Oscar Wilde. La obra toma la forma de una larga y emocional epístola épica a su amante Alfred Douglas, hijo de los marqueses de Queensberry, escrita por el mismo Wilde desde la prisión, donde cumplía una pena por comportamiento indecente y sodomía. Lo que venía a ser una carta de amor real, terminó siendo una novela de éxito con un contenido extensamente revelador.


El peso de la paja. Memorias, de Terenci Moix consta de tres títulos: El cine de los sábados, El beso de Peter Pan, Extraño en el paraíso. En un mundo dominado por la el cine, un niño primero y, más tarde, un adolescente, busca su identidad personal, cultural y erótica en una aventura que acabará en una melancólica celebración de los fabulosos años sesenta. El autor barcelonés, abiertamente gay, incluye elementos autobiográficos en la trilogía.


El sueño del celta, de Mario Vargas Llosa. Sir Roger Casement (Dublín, 1864 - Londres, 1916) fue un cónsul británico famoso por sus denuncias contra las atrocidades y abusos del sistema colonial existente en el Congo Belga, donde las autoridades practicaban torturas y asesinatos. Partidario de la independencia de Irlanda, intentó conseguir la ayuda alemana para esta causa durante la I Guerra Mundial, lo que provocó su detención por las autoridades del Reino Unido que lo acusaron de traición y también de homosexualidad, un delito muy grave en la época, tras registrar su domicilio y hacer público el contenido de su diario personal.


El Viaje de Marcos, de Óscar Hernández. Fue Premio Odisea en 2002. Marcos y Álex se conocieron muchos antes, durante un verano de descubrimientos y revelaciones personales. Los campos de un pequeño pueblo manchego, fueron los únicos testigos de su primer encuentro a escondidas, que cambiaría sus vidas para siempre. En el futuro, no todo sería tan hermoso.


La muerte en Venecia, de Thomas Mann. Es una novela corta publicada en 1912 en Alemania. El argumento se desarrolla en un hotel de la ciudad italiana. Uno de los protagonistas, Gustav von Aschenbach, es un escritor alemán que se enamora de un joven polaco durante sus vacaciones en una Venecia asediada por la peste. No se atreve a confesarle su admiración por temor al rechazo. La historia fue llevada al cine en 1971 por Luchino Visconti.


Los Novios Búlgaros, de Eduardo Mendicutti. Daniel Vergara, un señor español bien posicionado, conoce a Kyril, un joven que llega a Madrid procedente de Europa del Este. El sexo y el dinero empiezan a complicar la situación. Surge entonces una extraña relación que lleva a Daniel a un punto en que tiene que plantearse algunas cuestiones.


Maurice, de E. M. Foster. El libro trata de una historia de amor homosexual en la Inglaterra de principios del siglo XX y describe la vida de Maurice Hall, quien a sus 14 años, recibe una charla de su maestro sobre el sexo y las mujeres. Esta escena establece el tono del resto de la novela, pues Maurice se siente aislado, y excluido de la idea adulta del matrimonio con una mujer como meta en la vida.


Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Editada en 1947, cuanta a modo de autobiografía, la vida del emperador romano Adriano, y su relación con las guerras, la política y las artes. Pero sobre todo, nos acerca a su relación sentimental y carnal con Antinoo, a quien deificó, dio su nombre a una ciudad y le dedicó una innumerable cantidad de estatuas.


No se lo digas a nadie, de Jaime Bayly. Joaquín es el hijo de un hombre machista y una mujer extremadamente religiosa. Darse cuenta de que es homosexual a muy tierna edad le confunde, pero aún mucho más la relación de sus amantes. Algunos llegan a utilizarlo. Con el rechazo de sus padres hacia su condición, Joaquín se hace adulto entre drogas y vicios.


Yestergay, de Miguel Fernández. Premio Odisea en 2003. Thriller divertido e imprescindible, novela de pasiones, sentimientos y complejos lazos de amistad. Con esta obra el autor se sirve de las leyes del relato policial para desentrañar los vínculos del mundo gay en una ciudad de provincias.


POR: Ragap.es
IMAGENES: WEB
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA

miércoles, 9 de octubre de 2013

Literatura: Lina Meruane "Viajes Virales" Lazos de sangre

Lina Meruane, escritora y académica chilena, acaba de presentar en el FILBA su libro Viajes virales, la crisis del contagio global en la escritura del sida (Ed. Siglo XXI): un mapa de textos latinoamericanos producidos entre los ochenta y los primeros años de este siglo, donde la relación con el virus aparece como uno de los aglutinadores de una comunidad donde el género femenino brilla por su exclusión. La patria donde regresar los restos, el lugar del extranjero como portador del mal, la virtualidad como coartada son algunos de los tópicos claves del recorrido.


Lina Meruane se mueve sin límites por un archivo mayor que el de la Biblioteca de Babel: el de la sangre, esa red anterior a la cibernética, percibida como un mar interior donde ríos y meandros hicieron soñar a Shakespeare mucho antes de que Claude Bernard difundiera la existencia de la hematología geográfica. La sangre es capaz de enlazar antiguas y modernas cartografías. Por la sangre cada hombre es original y al mismo tiempo sus moléculas –las de la hemoglobina, la de las enzimas y las de los grupos de glóbulos– se transmiten inmutables de generación en generación. La sangre pura y elocuente de John Donne es sobre todo elocuente. Un pinchazo devela al padre biológico, descubre al asesino, permite un diagnóstico. ¿Es Lina Meruane una científica? Definitivamente no, es una escritora que escribe sobre políticas de la enfermedad a través de una obra que se desliza entre ensayos y novelas. Acaba de publicar Viajes virales, la crisis del contagio global en la escritura del sida, un mapa de textos mayores latinoamericanos como Colibrí, El Cristo de la Jacob, Pájaros de la playa, de Severo Sarduy, Antes que anochezca y El color del verano, de Reinaldo Arenas, Flores y Salón de belleza, de Mario Bellatin, La ansiedad, de Daniel Link, y Un año sin amor, de Pablo Pérez, donde recorre y ordena las distintas formas en que la comunidad gay se ha construido a lo largo de la historia contemporánea a través de sus invenciones literarias, alegorías políticas, solidaridades en resistencia.

–Yo viniendo de una enfermedad propia sentí mucha identificación con estos discursos. Un amigo, en el momento en que se enfermó de sida me dijo: “Ahora sé como tú lo que es vivir con una sentencia de muerte”. ¡Me lo decía a mí! Porque soy diabética. Fue un momento muy perturbador. Hay mucha analogía entre diabetes y sida. Porque es una condición con la que se puede vivir pero es una condición degenerativa. Si no te cuidas te vas a quedar ciega, si no te cuidas te van a cortar una pierna, si no te cuidas vas a tener un infarto. O sea: “Si no te cuidas vas a ser castigado con algo horrible”. Fue una situación de espejo cuando esta persona tan querida y cercana me dijo: “Ya sé lo que es vivir como tú”. Ahí empieza a escribirse el libro.

Juntos

–Hay un tema que atraviesa todo, Viajes virales, que es la construcción de la comunidad. La construcción de la comunidad en el afuera, en el exilio, como los casos de Arenas, de Sarduy y de Copi, la construcción de la comunidad por exclusión –por ejemplo la de las mujeres–, la construcción de la comunidad por la unión ante la necesidad de reivindicación del cuidado ciudadano. Y lo que me parece sintomático, y es que en el último momento la comunidad ya no es presencial sino virtual. Es en un afuera pero en donde ya está instalado un miedo al otro como peligroso.


Néstor Perlongher decía que el fin de fiesta de mediados de los ochenta no era a causa del sida sino a causa de una economía propia de todo exceso, el reflujo. Lo virtual no sería a causa del terror, sino algo mucho más complejo, nuevas formas de goce que además estimulan, facilitan encuentros...

–Yo hablo de los textos. Estos narradores vienen de quince años de tragedia. El miedo sigue funcionando y la tecnología permite una solución intermedia, que es una vinculación con el otro que no signifique riesgo. Hay un momento muy lindo en el libro de Pablo Pérez que habla del “golpe eléctrico”, la llamada del teléfono, el sonido del mail que entra...
 
La tecnología satisface el voyeurismo sin tener que yirar, en lugar de esperar encontrar el objeto. Con Roberto Jacoby hablábamos de una “orientación sexual casting”.

–Pero sigo viendo, sobre todo, en la narrativa argentina seropositiva las secuelas del miedo y la tecnología permite baypassearlo. También leo un deseo de estar con otro, una nostalgia de la libertad del momento anterior al sida. Por eso me gusta el título La ansiedad, de Daniel Link. ¿Voy a poder tener amor?, ¿voy a poder tener sexo? La tecnología permite resolver esa ansiedad.
 
Señalás en el libro la exclusión de los transfundidos.

–¿Por qué los gays se tenían que hacer responsables de todos los demás? De todos los sufrimientos ajenos. Con el de ellos ya era bastante. Salió hace poco un documental, How To Survive a Plague, sobre el grupo de los Act Up, en donde lo latinoamericano directamente no existe. Me daba rabia pero al mismo tiempo pensaba que era sobre la comunidad neoyorquina, que sólo se veía a sí misma a causa del enorme duelo. Además no eran los políticos, eran los involucrados.

En cambio, los textos de Pedro Lemebel, largamente analizados por Lina, son rabiosamente latinoamericanos: invierten la sanción conservadora sobre el cuerpo gay como infeccioso más allá del sida: de goce desviado y sin límite, de otredad anti-Nación y desperdicio para defenderla. Para Lemebel, el contagio vino del Norte, de donde los putos y locas se llaman gays, la peste es la vuelta cíclica del opresor con casco y carabelas que, cruz en mano, atravesó con sus lanzas a los pueblos originarios. Ni luego de haber perdido por lo menos cuatro implantes mamarios, según sus propias declaraciones, debido a los gastos de un cáncer, depone el filo de los stilettos.


Chorear la feminidad

Durante la década del ochenta, en Argentina existió una identificación de algunos narradores, poetas y teóricos con una posición femenina en la escritura: “La literatura consiste en volverse mujer de un modo u otro”. “Suplantamos a nuestra madres para creernos mujeres”, había declarado en un suplemento literario el narrador César Aira. Los términos de Néstor Perlongher, más allá de mamar en el neobarroco lezamesco, parecen extraídos del costurero materno y una de las voces dominantes de sus primeros libros era la parodia de la maestra normal. Y toda la jerga teórica de traducción, con sus fluidos, carnavaladas, goces, estertores y “devenir mujer-Deleuze-Guatari” simulaban trazar en el aire la curva de la histórica de Charcot. Una feminidad estereotipada y burlesca devenía herramienta literaria. Las narraciones seropositivas analizadas por Lina Meruane obliteran la feminidad.

–La ausencia de la mujer no es exclusiva del sida. La exclusión venía y reaparece en el enfermedad como otro síntoma del mismo problema. Entonces, cuando investigaba, no encontraba evidencia, no encontraba objeto alguno sobre el cual anclar la lectura de lo femenino. Está mal visto criticar a la comunidad gay, pero sólo tenía mucha evidencia de textos masculinos. Y eso que no estaba en un lugar quejoso, feminista sin pruebas. La lectura de lo femenino estaba construida a partir de la lectura del cuerpo travesti. Nunca vi a las mujeres en estos libros más que en el lugar de la madre piadosa, la enfermera, la amiga. No hay registro de la mujer enferma y no hay ningún nivel de empatía con ese cuerpo. La trágica aparición en la trama del síndrome tendrá la forma de la prostituta victimaria o su opuesto, la víctima inocente de un desvarío ajeno.

En la novela Muérdele el corazón, de Lydia Cacho, Soledad, contagiada por su marido, convierte la homofobia hacia los gays y travestis seropositivos para constituir la consolidación de su ser “normal”, que no quisiera que sus hijos fueran gays.

En La nada cotidiana, de Zoe Valdez, una “gusana” refugiada en Madrid justifica tal vez su declinante juventud, que la volvería poco deseable, quejándose por correspondencia a una amiga de la recalcitrante gaycitud de una mayoría masculina, de la calentura que le provoca una película porno con lesbianas de tetas enormes que le hacen mojar el blúmer y venirse pero parece que luego el blúmer se le seca por la falta de uso de preservativo entre mujeres, podría hacer que le contagiaran sida. Lina Meruane encuentra la figura de la mujer enferma o enfermable en estos dos textos tan conservadores en su posición política como en su estética.

–La única excepción era Marta Dillon, alguien que se atreve a pensar el cuerpo femenino desde otro lugar. No trabajó la tuberculosis, pero la pobre costurerita que dio aquel mal paso es una figura negativa. Las metáforas se van reciclando pero también van quedando. En la Argentina, en las narrativas de la tuberculosis, por un lado está la figura sagrada del elegido pero también está la de la costurerita en donde la tuberculosis está impregnada de pecado, transgresión sexual y contaminación.


–No hay imagen literaria de la mujer deseante ni en la costurerita ni en la prostituta ni en la mujer que supuestamente se contagia del marido bisexual. A excepción de los textos de Marta.

–Además que ella trabaja mucho la escena del sexo. Ella nunca renuncia, o por lo menos su narradora nunca renuncia. Me pareció un texto extraordinario en muchos sentidos.

Si Lina Meruane hubiera trabajado más exhaustivamente Vivir con virus se hubiera encontrado con una “epidemia” de géneros, un artefacto notable que publicado originariamente en un medio en “contaminación” con la escritura periodística, combina el bando informativo, la denuncia política, el diario íntimo y el relato popular –lenguaje romántico, estampas costumbristas, autobiografía ejemplar–, la teoría crítica –de la enfermedad, del deseo– en una suerte de novela total latinoamericana con su genealogía materna de desaparición y muerte.
 
Alrededor del lecho

Sangre en el ojos es un texto brillante, adjetivo que se vuelve irrespetuoso puesto que se trata de una experiencia de oscuridad, de ceguera que se ignora si es o no definitiva, narrado desde una ficción de autoescopia que se vuelve alucinación, con un final que vira la novela a teatro de la crueldad y en donde el amor cuesta o podría costar literalmente un ojo de la cara.

–En la escritura del enfermo generalmente hay un yo muy poderoso que cuenta su drama, entonces mi pregunta era ¿cómo construir el afuera? ¿Hace falta construir desde el afuera? Porque el afuera se puede convertir en una caja de resonancias, como por ejemplo en los textos de Sarduy, que está escribiendo desde el hospital, con el pulmón hecho pedazos, sobre su internación, pero al mismo tiempo escribe para reflexionar sobre la guerra en el Golfo Pérsico. Hay un afuera en donde la destrucción del mundo se convierte en la destrucción del mundo adentro. Porque uno de los riesgos de la escritura de la enfermedad es que se convierta en un texto totalmente egocéntrico. Desarticulaciones, de Sylvia Molloy, es un texto cerrado pero no es tanto un texto sobre el Alzheimer como un texto sobre la memoria. Sobre el terror de la narradora de perderse a sí misma, de perder lo que hay de suyo en la memoria de la amiga. Como si dijera: si esta otra pierde la memoria se pierde todo lo que hay entre ella y yo. En esa angustia se construye el texto. Entonces, la exclusión del afuera es muy coherente con el proyecto Desarticulaciones.
 
También hay una narradora que reinterpreta la merma como invención. Describe cómo la amiga ha olvidado su pasado pero sigue traduciendo del inglés al español o le pregunta por la gata, y entonces ella dice algo así como que le está preguntando por la gatidad, una noción filosófica.

–En donde la memoria no está, está la invención y eso es interesante justo en una autora que reivindica la autobiografía. La invención es una de las liberaciones que produce la enfermedad. En Reinaldo Arenas la invención genera una función explicativa: “Fidel Castro me obligó a salir, entonces me enfermé. O sea, yo no me enfermé por promiscuo, me enfermé porque me tuve que exiliar”. En la última performance que vi de Pedro Lemebel, él le dio una vuelta a su cáncer. Su lectura fue sobre todo sobre el momento político chileno. Y todas las imágenes que mostró fueron muy de performance oral. Chicos gritando, arengando, marchas en donde la multitud vociferaba y cantaba “a 40 años del golpe el golpe lo damos nosotros”. Era una escena construida alrededor de momentos de gritar. Gritar, como volvió a hacerlo en este FILBA, para reclamarle a la Liz Taylor por qué no manda la esmeralda que va a salvar a los enfermos de sida. El afuera se constituía en la voz que el propio narrador está perdiendo porque tiene un empecinamiento en seguir hablando a pesar de que ya no tiene cuerdas vocales. Pedro no le iba a permitir a la enfermedad que le quitara la posibilidad de seguir gritando. Hablaba con una ronquera profunda y un esfuerzo total. Y el afuera de la protesta subrayaba muchísimo la enfermedad. Y la enfermedad, el afuera. Era impactante no en lo sentimental sino en lo político. Una enfermedad es muy potente políticamente.
 
¿Sublima algo la escritura?
 
–No encontré en estos escritores de Viajes virales discursos del tipo sublimador. Arenas también dice: “Lo único que me queda es gritar”. Y yo creo que para Arenas la escritura entera equivale a gritar. Hay un poder en el caso de la gente que tuvo sida de enunciar y de enunciar a voz en cuello, eso no la hace sentir mejor, pero le da la posibilidad de incidir en el plano político. El grito logró acallar otras voces. Las de la mayoría moral.

Ahora hay un corpus. Personalmente yo no creo que uno escriba y se quede liberado, contento. Aunque hay una antropología médica que habla de la necesidad para los enfermos de un discurso para recuperar el control. Y hay discursos de mujeres enfermas de cáncer impregnados de la mística de la salvación.
 
¿Qué relación hay entre este libro y Sangre en el ojo?
 
–Yo empecé a escribir Sangre en el ojo para una antología que sacó Eterna cadencia que se llama Excesos del cuerpo. Pienso que Sangre en el ojo, este libro y Fruta podrida son como una trilogía involuntaria (estoy robándole palabras a Levrero), las tres puntas de un diamante en donde escribí sobre políticas de la enfermedad.
 
Estábamos hablando del poder de la escritura. En Sangre en el ojo, en donde la enfermedad no es el sida, pero en donde la narradora escribe, renuncia a la escritura.
 
–Hay algo de autobiografía ahí pero también siento distancia con lo que cree y piensa ese personaje. En Fruta podrida, la resistencia a la enfermedad está dada por la elección de la muerte. En Sangre en el ojo, el personaje lo que quiere es la supervivencia a la muerte, cueste lo que cueste. Y hay una especie de pacto con ella misma de no escribir hasta que mejore. Y con una especie de convicción. “Voy a volver a tener un ojo y ahí voy a escribir.” Como sea. Y eso lleva a ese final: “La escritura es lo que más importa y sea como fuere voy a recuperar la vista”.
 
Curarse para la escritura, no por curarse en sí.
 
–Es algo medio perverso. Es jugar con la idea de que el libro se pudo escribir porque el personaje recupera el ojo.
 
Algo que le cuesta un ojo de la cara al amado. No hay legislación sobre eso. No sé si se puede donar un ojo.
 
–No existe y a mí me parece interesante que no exista. Alguien me dijo: “No se le puede pedir al otro el ojo”. Y yo le dije: “Si se le puede pedir el riñón, ¿por qué no se le puede pedir el ojo?”. Porque ¿viste que el ojo es sagrado? Porque el ojo es un pedazo de cerebro. Yo te veo el cerebro a través de tus ojos. Entonces te puedo robar un pedazo de cabeza. Tenés dos riñones, entonces me podés regalar uno. Entonces, ¿por qué no me podés regalar un ojo?
 
Pero Ignacio lo da todo. Encima Lucina le pide un ojo.
 
–Hay que buscar esa pregunta sobre el amor. Mido tu amor en términos de sacrificio. Literalmente.

Ya sé que el sujeto del enunciado no es el sujeto de la enunciación, que la narradora no es lo mismo que la autora etc., etc., etc. Pero tu novio, ahora, ¿es tuerto?


POR: María Moreno - PAGINA12.COM.AR
FOTOGRAFÌAS: WEB
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA

lunes, 30 de septiembre de 2013

Literatura: "Global gay", de Frédéric Martel

Tras cinco años de investigación, Frédéric Martel explica 'cómo la revolución gay está cambiando el mundo'. Un extenso ensayo sociológico que recoge retratos y testimonios en 45 países.


De una esquina a otra del planeta, la revolución gay está en marcha. De la resistencia contra la represión en China, Cuba o Irán al activismo a favor del matrimonio para parejas del mismo sexo en Estados Unidos y en Europa. De lo underground al mainstream. De la criminalización de la homosexualidad a la criminalización de la homofobia.

Durante cinco años Frédéric Martel ha llevado a cabo un estudio sin precedentes en cuarenta y cinco países, desde los más abiertos a los más hostiles, reuniéndose con centenares de actores de esta revolución.

A través de ese novedoso prisma, este libro dibuja una verdadera geopolítica de la globalización gay analizando los cambios en los modos de vida, la redefinición del matrimonio, la emancipación paralela de las mujeres y los homosexuales o el impacto decisivo que han supuesto Internet y las redes sociales.

Aunque se desarrollen bajo una misma bandera, las singularidades de la vida local y la ausencia de homogeneidad de las comunidades gays de todo el mundo son fascinantes. Martel descubre que la globalización no se traduce necesariamente en uniformización: la diversidad es infinita.


Como termómetro de la evolución de las mentalidades, la cuestión gay se ha convertido en un valioso criterio para juzgar el estado de una democracia y la modernidad de un país. Este libro, rico en retratos y testimonios sorprendentes, cuenta este nuevo frente en el que ahora se libra la batalla por los derechos del hombre.

    «Libro-investigación que se lee como una historia que cuenta la nueva batalla de los derechos humanos.»

Slate

    «La homosexualidad presenta mil caras distintas en todo el mundo y este formidable ensayo sociológico sobre la revolución gay firmado por Frédéric Martel ofrece una síntesis esclarecedora.»

Le Point

Frédéric Martel es sociólogo y autor de ocho libros que han sido traducidos en una veintena de países, entre ellos 'Le rose et le noir'. 'Les homosexuels en France depuis' 1968 (1996), 'De la culture en Amérique' (2006), 'Cultura Mainstream'. Cómo nacen los fenómenos de masas (Taurus, 2010) y Global gay. Cómo la revolución gay está cambiando el mundo (Taurus, 2013). Ha sido agregado cultural de la embajada de Francia en Estados Unidos y en Rumanía, y ha impartido clases en la École Supérieure des Sciences Économiques et Commerciales (ESSEC), el Institut d'Études Politiques (Sciences Po) y la École des Hautes Études Commerciales (HEC). Desde 2012 es director de investigación en el Institut de Relations Internationales et Stratégiques (IRIS) de París. Produce y presenta el programa sobre cultura y comunicación Soft Power en France Culture/Radio France y dirige la web de libros nonfiction.fr.


POR: PERIODISTADIGITAL.COM
FOTOGRAFÌAS: WEB
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA

domingo, 22 de septiembre de 2013

Exposiciòn de los momentos del escritor Witold Gombrowicz en la Argentina. "El Extranjero"

Un acento raro

La exposición Momentos singulares en la Argentina (1939-1966) reconstruye el largo viaje de placer de Witold Gombrowicz por estas pampas. Vino a la Argentina en un viaje de placer y se quedó 24 años. El circuito de ese placer y también el de su contracara, que comienza en las orillas, en los bares trasnochados y en los encuentros con los muchachos anónimos de Retiro, constituyen la lengua de Gombrowicz. Esta nota visita esa lengua extranjera y se detiene lo más posible en la zona roja.


“Tenemos bochornosa deuda con Gombrowicz”, advertía en el verano de 1969 Manuel Puig en una carta desde París para la revista Siete Días, a propósito del estreno teatral de Opereta, a pocos meses de la muerte de Witold Gombrowicz en Francia, donde se había convertido en el escritor de culto que nunca había logrado ser en Argentina, con novelas como Cosmos o La seducción. Aunque no le había gustado la puesta en escena de la obra de Gombrowicz, Puig aclaraba el saldo pendiente con el escritor polaco: “Le debemos una visión aguda e iluminadora de nuestro país: su Diario argentino”. Hoy, a 50 años de que haya abandonado la Argentina después de vivir casi un cuarto de siglo acá, ¿todavía hay una deuda con Gombrowicz? Tal vez aún no se haya desarrollado lo suficiente la visión libertaria de la sexualidad que hay en su obra. Por eso, la muestra curada por Miguel Grinberg para la Biblioteca Nacional puede ser una buena excusa para comenzar a saldar esta deuda.


Bruma sexual

Si se quisiera dibujar un punto rojo en el mapa de la literatura de Gombrowicz durante sus 24 años en Argentina, habría que ubicarlo entre las “brumas de Retiro”, entre el bajo porteño, los alrededores de la estación ferroviaria, las plazas como zonas liberadas y los bares y fondas de la zona. “Allí es donde la barraca se despeña en el río y la ciudad al puerto baja... Abundan los marineros jóvenes...” Es que en parajes de aquellos, como Witold reveló en su Diario argentino, descubrió la experiencia de la “liberación de la ‘virilidad’” que le permitió vencer el miedo a la feminidad, un paso para que, según sus propias palabras, pudiese tocar con la punta de la pluma al “joven dios de lo inferior, de lo peor, de lo insignificante”, porque para el escritor polaco es combustible fundamental de creación “la insuficiencia, la inferioridad, la inmadurez, lo que es propio de todo ser joven, es decir, vivo”. Esa literatura vital, libérrima, era una literatura menor, joven y para eso se necesitaba el despojamiento viril que la educación trata de imponer, hay que volver a la inmadurez de la mezcla indiferenciada de lo femenino y lo masculino, adolescente sin edad, lograr habitar un cuerpo indefinido sin un sentido genérico estable, esclarecido. Cuerpo brumoso, de yiro filoso. Ser habitante y no ciudadano, no tener patria, ser desterrado. Con Polonia invadida tras poco de llegar a Buenos Aires en 1939, Gombrowicz elige quedarse en Argentina y así elige el territorio del exilio, abandonando la propia patria a la que nunca volvió: liberarse de la virilidad es también dejar atrás la tierra del padre. “A veces me gustaría mandar a todos los escritores al extranjero, fuera de su propio idioma y fuera de todo ornamento y filigrana verbales para comprobar qué quedará de ellos”, recuerda Piglia en el catálogo de la muestra a Witold. Por su parte, Grinberg recuerda hoy que en el abandono del polaco y la adopción del español, a Gombrowicz le fue bastante bien, salvo que “confundía el masculino y lo femenino”, cuestión que en este contexto de indiferenciación genérica tiene su coherencia.

El español volvió a ser un idioma nuevo, joven, para el polaco que llegaba a los cuarenta en Argentina y ya se sentía viejo. Y nunca Witold ocultó su culto a la juventud, al efebo, al colimba. “Lo único que me diferenciaba de los hombres ‘normales’ era que yo adoraba el resplandor de la diosa –la juventud– no sólo en la chica sino también en el chico... que me atreviera a admirar la juventud independientemente del sexo y la sustrajera de la dominación de Eros, que sobre el pedestal en que ellos colocaban a la mujer joven osara yo poner al chico.” La novela Ferdydurke de Gombrowicz, publicada en Polonia antes de su exilio, es, entre otras cosas, una apología de la inmadurez, una oda a lo juvenil. En 1946 comienza una traducción grupal al castellano de la novela por un equipo un poco espontáneo que se reunía en la confitería Rex de la calle Corrientes. Ese grupo de traductores improvisados estaba presidido por dos cubanos instalados temporalmente en Buenos Aires, Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu, lo que reforzaba la elección del destierro como lengua literaria. Además, lo que pocas veces se dice, Piñera era un maricón escandaloso, según lo describe Reinaldo Arenas, y tuvo una relación muy estrecha con Gombrowicz durante toda su estadía en Argentina. Y según la investigación de Grinberg, amigo de Witold a partir de los últimos años de su estancia en el país, también había otro gay entre los traductores, aunque prefiere no revelar la identidad. Esto bastaría para convertir la experiencia Ferdydurke en la gran traducción dionisíaca de la literatura argentina, un verdadero evento queer. En la primera foto de Miguel Grinberg que abre la muestra dedicada a Gombrowicz en la Biblioteca Nacional se ve al escritor tomando ginebra Bols del pico. Grinberg eligió esa foto de apertura porque logró sacar a Witold de su pose con pipa, que no tenía que ver con la elección de la informalidad literaria que desarrolló en su manifiesto “Contra los poetas”, que era en parte contra toda la veta de snobismo intelectual con tufo borgeano. Es que Gombrowicz siempre brindó por una literatura espirituosa.



Una literatura trans

“A través de unos amigos de un conjunto de ballet en gira por Argentina, entré en un ambiente de un homosexualismo extremo y enloquecido..., se componía de hombres enamorados de otros hombres más que de cualquier mujer, eran putos en estado de ebullición, incansables, siempre a la caza, ‘zarandeados por los jóvenes, desgarrados por ellos como si fueran perros’, igual que mi Gonzalo de Trans-Atlántico”, escribe Gombrowicz en su diario, uno de los fragmentos que luego no sería reeditado en el Diario argentino. El personaje de Gonzalo, que yira autobiográficamente por Retiro, es uno de esos putos, quizá fue el más extremo por mucho tiempo de una novela escrita y situada en Argentina, prefigurando a El mendigo chupapijas de Pablo Pérez. “Al ver aquellos labios que a pesar de ser Masculinos sangraban rouge femenino, no pude tener la menor duda de que el destino me había unido con un puto”, describe el Gombrowicz narrador de Trans-Atlántico a Gonzalo, paseante deseoso de jóvenes obreros o cadetes de la escuela militar. Esa unión hace la fuerza queer que describe una lógica del deseo que estalla en un relato con esa voz de alto volumen narrativo que caracteriza al polaco, un poco megalómana. “Trans-Atlántico es un poco de todo: una sátira, una crítica, un tratado, un divertimento, un absurdo, un drama..., pero nada de eso en forma exclusiva, porque, en definitiva, no es otra cosa sino yo mismo, mi ‘vibración’, mi desahogo, mi existencia.” La vibra Gombrowicz, tanto en esta obra semiautobiográfica como en los diarios, las dos obras escritas en Argentina, avanza por una gama de géneros que van del ensayo a la crónica, sin miedo al ridículo. Algunos pasajes de los diarios son una extensión de Trans-Atlántico, como los paseos por plazas de Santiago del Estero, su fascinación por los “changos”, los muchachos con rasgos indígenas, que son descriptos con ojos de Gonzalo, de puto extremista. Pier Paolo Pasolini, al leer esas crónicas, se admiraba de la nitidez seductora con que Gombrowicz forjaba su deseo, aunque le reprochaba también su lógica algo represiva.

Pero el juego liberación-contención es fundamental para la noción de sexualidad de Gombrowicz, que tenía una política queer para la identidad. Esto se evidencia en algunas de las entradas de su Diario argentino, pero especialmente en una carta que desde Berlín en 1963, año en que abandonó la Argentina, le escribe a su amigo argentino Juan Carlos Gómez: “Yo no soy ni nunca he sido un HOMOSEXUAL, sino que de vez en cuando suelo hacerlo cuando se me da la gana. Soy persona sencilla y, sobre todo en materia erótica, mi maestro es el pueblo, que muy felizmente desconoce totalmente la terrible HOMOSEXUALIDAD Y SE ACUESTA CON QUIEN puede y como puede”.

La resistencia de Gombrowicz a la identidad no tenía que ver con mera represión sino con la imposibilidad de pensarse como un lugar estancado, y esta postura es tributaria de la idea de que no existe la homosexualidad sino que sólo hay actos homosexuales. Una defensa de la orientación sexual como algo inorgánico es también una posición no determinista, basada principalmente en una dinámica de sensibilidad social, en la seducción como experimento grupal de interacción e intercambio. El deseo circula sin detenerse a pronunciar su nombre, porque habla una lengua siempre extranjera que es más canto de sirena que idioma. Es la lengua del migrante que revela y nos rebela. Todavía hoy. Basta comprobar que este mismo año, Rita Gombrowicz, la viuda de Witold, publicó Kronos en Polonia, un parte del diario de 1953 que el escritor escribió en Argentina y que aún estaba inédito, guardado debajo de un colchón durante 25 años, donde describe con detalles relaciones con hombres y mujeres en plan pornografía emocional. “Cuando nos conocimos, él me contó toda su vida y no ocultó nada, incluyendo sus relaciones con los hombres. Yo no estaba en absoluto sorprendida por eso. Lo que sí me sorprende en Kronos es el modo en el que describió a ciertas personas, así como el período de su vida cuando estábamos juntos. No coincidió con mis propios recuerdos, que eran diametralmente diferentes”, declaró Rita, que dejó sin publicar parte de las experiencias de Argentina porque tenía que madurar para poder leerlas con “distancia y una sonrisa”. Es que la literatura de experiencia de Gombrowicz siempre es cuestión de futuro. El que ríe último ríe más queer.

Momentos singulares en la Argentina (1939-1963) puede visitarse hasta el 13 de octubre en la Biblioteca Nacional, Agüero 2502.


POR: Diego Trerotola - PAGINA12.COM.AR
FOTOGRAFÌAS: WEB
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA

viernes, 23 de agosto de 2013

Bajo el arcoìris editorial . El mundo del revès. "Literatura infantil, por un mundo mejor"

Sofía Olguín, además de dedicarse a huir de las definiciones que pretenden encorsetarla en algún género –y por eso se presenta como un gay atrapado en un cuerpo femenino–, es el alma mater de Bajo el Arco Iris, la editorial especializada en literatura lgbttiq infantil integrada por escritorxs e ilustradorxs de Latinoamérica y España. Ya cuenta con diez textos que se pueden descargar gratuitamente de la web.

“Yo soy. Identificarme no sé”, dice Sofía Olguín, 23 años, escritora de novelas gays –exclusivamente gays– y cuentos para niños, y responsable en la Argentina de Bajo el Arco Iris, una editorial especializada en literatura infantil LGBT. “La fundé yo”, explica orgullosa. El proyecto empezó a vislumbrarse cuando una dibujante le ilustró siete cuentos suyos escritos a partir de una preocupación recurrente: la cantidad de noticias que le llegaban sobre suicidios de niñxs y adolescentes gays, lesbianas o trans. Algo hay que hacer, pensó. Al poco tiempo empezaron a llegarle textos de otrxs autorxs que hoy conforman el catálogo de Bajo el Arco Iris. “La idea es llegar a todos los jardines, a todas las escuelas –dice–. Yo no escribo esta literatura sólo para los hijos de familias homoparentales que crecen en un ambiente donde no hay ese tipo de discriminación. Escribo para los hijos de familias no homoparentales, para que no crezcan con los prejuicios que crecimos todos. Y también para el chico que se siente diferente porque le gusta el compañerito”, dice. Muchísimas bajadas tiene hasta el momento el material publicado por Bajo el Arco Iris y la idea de Olguín es que la editorial permanezca siempre virtual para poder llegar a lugares donde una distribución de libros en papel no llegaría. La manera que eligió Sofía de promocionar este proyecto, integrado por 16 escritorxs de toda Latinoamérica y otra igual cantidad de ilustradorxs, es no sólo la de darse a conocer por la web sino haciendo también una tarea manual: todos los días pega en las puertas de los baños de la facultad pequeños volantes donde se ve a dos chicos de la mano –la tapa del primer libro publicado por Bajo el Arco Iris– y en donde consta la explicación de que se trata de una editorial de cuentos infantiles LGBT. Allí figura la dirección del blog y su localización en el Facebook. Si lo hace militantemente, todos los días, es porque esos folletitos no duran demasiado. Alguien los arranca o quizá, quiere pensar, se los llevan para contactarse.

Biosofía 1

Para Bajo el Arco Iris, una de las mayores satisfacciones de este proyecto se las dio Eva, una activista española que les escribió agradeciéndoles la publicación del cuento “Bron y el dragón”, escrito por Nimphie Knox (el pseudónimo de Sofía Olguín) e ilustrado por Jimena Takewind, al que había accedido gratuitamente vía web. Se trata de una historia en la que una poción mágica convierte al príncipe en una princesa que luego enamora al dragón. Su alegría estaba más que justificada: David, el hijo trans de Eva –que antes se llamó, también, Sofía–, por primera vez podía leer un cuento en el que se realizaran sus deseos de transición. Hay infancias e infancias. Cuando a la editora se le pregunta por la suya, le vienen a la memoria pocos y confusos recuerdos. Uno es el de la clase de Expresión corporal a la que tenía que llevar un muñeco articulado. Sofía eligió una Tortuga Ninja. “Es que a las Barbies que tenía las reventaba –cuenta–, y como no tenía Kent, las mías eran lesbianas.” Sus Barbies, no ella. Ni entonces, ni ahora. Hace poco tiempo, la editorial española Stonewall le publicó su libro Todos mis sueños, tuyos, una extensísima novela en cuya tapa se ve a dos jóvenes en cueros en una escena indiscutiblemente homo. Tiempo después le hicieron una entrevista para universogay.com que el sitio tituló “Soy un hombre gay atrapado en el cuerpo de una mujer”. “Cuando era chica me decían varonera. A mí no me ponías una pollera ni a palos”, dice Sofía que, biológicamente, nació mujer.


Sofía editora

Sofía Olguín es una estudiante avanzada de edición bastante enojada con la academia. Dice que no le gusta que se diga que Harry Potter no es literatura, por ejemplo, o que se prepare al alumnado para prestar servicios a las grandes empresas multinacionales en lugar de impulsarlxs a desarrollar su propia creatividad editorial. Sabe muy bien que si en sí mismo cualquier emprendimiento independiente es difícil, el suyo, por ser LGBT, lo es más. Y con su particular sensibilidad para reconocer los lugares comunes y combatirlos, Sofía Olguín, la editora, ha desarrollado un radar con el cual detectar el sexismo en la literatura infantil. Es el caso, por ejemplo, de un libro con el que se topó hace poco, dirigido a niñxs, en el que se les pretendía enseñar a comer bien, “pero en la historia el auto lo manejaba el papá, la mamá cocinaba, la nena decía ‘yo quiero hacer esto como la abuela’. Y eso es mayormente lo que hay”, cuenta. En su rol, Olguín ha tenido que lidiar hasta con lxs mismxs autorxs de los cuentos a quienes, cada tanto, se les chisporrotea alguna patinada homo, lesbo o transfóbica. “Tuve que rechazar incluso un cuento trans –dice–, aunque fue escrito por un hombre trans, porque no daba un buen mensaje.”

Todo lo publicado hasta ahora por Bajo el Arco Iris pasa por su ojo supervisor. Hasta aquí son diez los PDF online que pueden bajarse ingresando a bajoelarcoiris-editorial.blogspot.com donde están los links correspondientes. “Dos de esos PDF tienen cuentos de matrimonio igualitario. Lo trans es más complicado; una relación de gays es más fácil porque es un romance. Contás una historia de amor y ya está. Tenemos dos cuentos trans, uno es mío, está escrito en verso. El otro es para chicos de más de 13. No solemos poner explicación ninguna, si es gay, trans o lesbiana, o para qué edad están escritos. Este es el primero en el que está escrita la palabra transexual. Trata sobre un adolescente que quiere comenzar su tratamiento con hormonas. Martín se llama el personaje que terminará siendo Sol. Empieza cuando el personaje es chiquito y termina cuando comienza la transformación, de adolescente.”

Biosofía 2

Momentos traumáticos para Sofía: el uso del corpiño (“qué duro que fue –dice–. Me sentía humillada”), la primera menstruación, la Tortuga Ninja. Pocos, pero claves. Sofía Olguín rechaza todo lo impuesto, dice, desde lo cultural hasta lo biológico, una dupla maldita que parece querer coagularla en un destino ajeno. “Una vez me dijeron que tomando bayaspirinas se podía cortar y tomé tres seguidas. Menos mal que no fueron veinte. El período me molestaba porque era un símbolo de mi feminidad”, cuenta. Sin embargo, prefiere no definirse y toda terminología clasificatoria le parece demasiado tajante. O casi toda, porque la palabra gay le cuadra, por completo. En Todos los sueños, tuyos, Sofía escribió: “El me dio un manotazo en la nuca como proponiéndome que le hiciera un pete. Qué bueno, pensé. Qué bueno que podamos seguir boludeando así, haciéndonos bien los putos, que podamos estar juntos, aunque nos duela un poco”.

Este libro, totalmente inspirado, fue escrito, corregido y publicado en apenas un año. Es que con los dedos sobre el teclado y el Word abierto, Sofía expresa sentirse en su eje. Ella –decir ella suena raro– no puede escribir literatura si no es en masculino y en primera persona. Las veces que ha intentado hacerlo desde un personaje femenino se sintió irreal, acartonada. “Escribiendo como mujer no se me ocurre ninguna historia. Diego, el editor de Stonewall, cuando me hizo esa pregunta sobre con qué género me identificaba, dijo que al leerme se confundía porque plasmé muy bien el masculino en la novela. Varios lectores hombres me han dicho que se sienten identificados”, dice. “¿Por qué no escribís una historia heterosexual alguna vez?”, le preguntó su madre un día y Sofía le contestó “que ‘no, que ya todo está dicho’, le dije, ‘no tengo nada que aportar’. Yo me iba a llamar Pablo si hubiese sido hombre. Pablo... me siento un hombre gay, no una mujer. Y me atraen mucho los chicos afeminados. Pero, seamos realistas, ¿qué chico que me gusta va a querer estar conmigo?”.

Si transicionaras, ¿pensás que tampoco?

–Es muy complicado. Yo no tendría problemas en estar con un chico trans. Pero si me gusta un hombre y él es gay, ¿qué va a ver en mí? Es algo que me entristece. Es difícil el tema de la genitalidad porque nunca va a ser la misma genitalidad de un hombre biológico. Me preguntan: “Si fueras chico, ¿serías activo?”. Y sí, lo sería. Obviamente que un chico gay no busca un hombre trans.

¿No hay modos masculinos de tener sexo sin ser un hombre biológico? ¿No exploraste eso?

–Sí: se me burlaron en la cara. No es fácil porque se toma como un fetiche. El tabú del hombre heterosexual de ser penetrado es grande y ligado a la homosexualidad. Otro problema más.

¿Pensás que se puede construir una masculinidad sin intervenir el cuerpo?

–Totalmente, desde lo normativo. Con la vestimenta y ese tipo de cosas. Yo siento que es en la ficción donde me libero. Ahí estoy como pez en el agua. Sin censura, sin restricciones, ni barreras. Todos mis personajes son gays. Un sueño mío era ser bailarina no de ballet, sino de hip-hop, un estilo que le queda mejor al hombre. De hecho, me encanta verlos bailar, me digo: yo quiero ser así. En la novela que estoy escribiendo el protagonista es bailarín.

¿Será una transexualidad literaria la tuya?

Sí, puede ser. Lo de ese escritor me resultó bueno. Cuando era ella se llamaba Melissa Popy Brite y se intervino a los 50 años. Ahora se llama Billy o Bobby. Me resultó bastante llamativo por la edad en que lo hizo. Quizá... más adelante, pensé.

¿Te gustaría tener hijos?

–A veces tengo deseos de adoptar. Ahora siento que sí. Quizá porque estoy con un chico muy abierto a lo LGBT. Estar con una persona que no lo ve como algo extraño, que no se hace tanto problema...

¿Te ves como un padre, por ejemplo?

–Es algo muy etiqueta. ¿Padre, madre? Hay mujeres que son las dos cosas al mismo tiempo. La única diferencia es que la mujer queda embarazada y lo tiene en su interior.






POR: Paula Jiménez España / PAGINA12.COM.AR
FOTOGRAFÌAS: BAJOELARCOIRIS-EDITORIAL.BLOGSPOT.COM
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA

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