“Yo soy. Identificarme no sé”, dice Sofía Olguín, 23 años, escritora de
novelas gays –exclusivamente gays– y cuentos para niños, y responsable
en la Argentina de Bajo el Arco Iris, una editorial especializada en
literatura infantil LGBT. “La fundé yo”, explica orgullosa. El proyecto
empezó a vislumbrarse cuando una dibujante le ilustró siete cuentos
suyos escritos a partir de una preocupación recurrente: la cantidad de
noticias que le llegaban sobre suicidios de niñxs y adolescentes gays,
lesbianas o trans. Algo hay que hacer, pensó. Al poco tiempo empezaron a
llegarle textos de otrxs autorxs que hoy conforman el catálogo de Bajo
el Arco Iris. “La idea es llegar a todos los jardines, a todas las
escuelas –dice–. Yo no escribo esta literatura sólo para los hijos de
familias homoparentales que crecen en un ambiente donde no hay ese tipo
de discriminación. Escribo para los hijos de familias no homoparentales,
para que no crezcan con los prejuicios que crecimos todos. Y también
para el chico que se siente diferente porque le gusta el compañerito”,
dice. Muchísimas bajadas tiene hasta el momento el material publicado
por Bajo el Arco Iris y la idea de Olguín es que la editorial permanezca
siempre virtual para poder llegar a lugares donde una distribución de
libros en papel no llegaría. La manera que eligió Sofía de promocionar
este proyecto, integrado por 16 escritorxs de toda Latinoamérica y otra
igual cantidad de ilustradorxs, es no sólo la de darse a conocer por la
web sino haciendo también una tarea manual: todos los días pega en las
puertas de los baños de la facultad pequeños volantes donde se ve a dos
chicos de la mano –la tapa del primer libro publicado por Bajo el Arco
Iris– y en donde consta la explicación de que se trata de una editorial
de cuentos infantiles LGBT. Allí figura la dirección del blog y su
localización en el Facebook. Si lo hace militantemente, todos los días,
es porque esos folletitos no duran demasiado. Alguien los arranca o
quizá, quiere pensar, se los llevan para contactarse.
Biosofía 1
Para Bajo el Arco Iris, una de las
mayores satisfacciones de este proyecto se las dio Eva, una activista
española que les escribió agradeciéndoles la publicación del cuento
“Bron y el dragón”, escrito por Nimphie Knox (el pseudónimo de Sofía
Olguín) e ilustrado por Jimena Takewind, al que había accedido
gratuitamente vía web. Se trata de una historia en la que una poción
mágica convierte al príncipe en una princesa que luego enamora al
dragón. Su alegría estaba más que justificada: David, el hijo trans de
Eva –que antes se llamó, también, Sofía–, por primera vez podía leer un
cuento en el que se realizaran sus deseos de transición. Hay infancias e
infancias. Cuando a la editora se le pregunta por la suya, le vienen a
la memoria pocos y confusos recuerdos. Uno es el de la clase de
Expresión corporal a la que tenía que llevar un muñeco articulado. Sofía
eligió una Tortuga Ninja. “Es que a las Barbies que tenía las reventaba
–cuenta–, y como no tenía Kent, las mías eran lesbianas.” Sus Barbies,
no ella. Ni entonces, ni ahora. Hace poco tiempo, la editorial española
Stonewall le publicó su libro Todos mis sueños, tuyos, una extensísima
novela en cuya tapa se ve a dos jóvenes en cueros en una escena
indiscutiblemente homo. Tiempo después le hicieron una entrevista para
universogay.com que el sitio tituló “Soy un hombre gay atrapado en el
cuerpo de una mujer”. “Cuando era chica me decían varonera. A mí no me
ponías una pollera ni a palos”, dice Sofía que, biológicamente, nació
mujer.
Sofía editora
Sofía Olguín es una estudiante
avanzada de edición bastante enojada con la academia. Dice que no le
gusta que se diga que Harry Potter no es literatura, por ejemplo, o que
se prepare al alumnado para prestar servicios a las grandes empresas
multinacionales en lugar de impulsarlxs a desarrollar su propia
creatividad editorial. Sabe muy bien que si en sí mismo cualquier
emprendimiento independiente es difícil, el suyo, por ser LGBT, lo es
más. Y con su particular sensibilidad para reconocer los lugares comunes
y combatirlos, Sofía Olguín, la editora, ha desarrollado un radar con
el cual detectar el sexismo en la literatura infantil. Es el caso, por
ejemplo, de un libro con el que se topó hace poco, dirigido a niñxs, en
el que se les pretendía enseñar a comer bien, “pero en la historia el
auto lo manejaba el papá, la mamá cocinaba, la nena decía ‘yo quiero
hacer esto como la abuela’. Y eso es mayormente lo que hay”, cuenta. En
su rol, Olguín ha tenido que lidiar hasta con lxs mismxs autorxs de los
cuentos a quienes, cada tanto, se les chisporrotea alguna patinada homo,
lesbo o transfóbica. “Tuve que rechazar incluso un cuento trans –dice–,
aunque fue escrito por un hombre trans, porque no daba un buen
mensaje.”
Todo lo publicado hasta ahora por Bajo el Arco Iris pasa por su ojo
supervisor. Hasta aquí son diez los PDF online que pueden bajarse
ingresando a bajoelarcoiris-editorial.blogspot.com donde están los links
correspondientes. “Dos de esos PDF tienen cuentos de matrimonio
igualitario. Lo trans es más complicado; una relación de gays es más
fácil porque es un romance. Contás una historia de amor y ya está.
Tenemos dos cuentos trans, uno es mío, está escrito en verso. El otro es
para chicos de más de 13. No solemos poner explicación ninguna, si es
gay, trans o lesbiana, o para qué edad están escritos. Este es el
primero en el que está escrita la palabra transexual. Trata sobre un
adolescente que quiere comenzar su tratamiento con hormonas. Martín se
llama el personaje que terminará siendo Sol. Empieza cuando el personaje
es chiquito y termina cuando comienza la transformación, de
adolescente.”
Biosofía 2
Momentos traumáticos para Sofía: el
uso del corpiño (“qué duro que fue –dice–. Me sentía humillada”), la
primera menstruación, la Tortuga Ninja. Pocos, pero claves. Sofía Olguín
rechaza todo lo impuesto, dice, desde lo cultural hasta lo biológico,
una dupla maldita que parece querer coagularla en un destino ajeno. “Una
vez me dijeron que tomando bayaspirinas se podía cortar y tomé tres
seguidas. Menos mal que no fueron veinte. El período me molestaba porque
era un símbolo de mi feminidad”, cuenta. Sin embargo, prefiere no
definirse y toda terminología clasificatoria le parece demasiado
tajante. O casi toda, porque la palabra gay le cuadra, por completo. En
Todos los sueños, tuyos, Sofía escribió: “El me dio un manotazo en la
nuca como proponiéndome que le hiciera un pete. Qué bueno, pensé. Qué
bueno que podamos seguir boludeando así, haciéndonos bien los putos, que
podamos estar juntos, aunque nos duela un poco”.
Este libro, totalmente inspirado, fue escrito, corregido y publicado
en apenas un año. Es que con los dedos sobre el teclado y el Word
abierto, Sofía expresa sentirse en su eje. Ella –decir ella suena raro–
no puede escribir literatura si no es en masculino y en primera persona.
Las veces que ha intentado hacerlo desde un personaje femenino se
sintió irreal, acartonada. “Escribiendo como mujer no se me ocurre
ninguna historia. Diego, el editor de Stonewall, cuando me hizo esa
pregunta sobre con qué género me identificaba, dijo que al leerme se
confundía porque plasmé muy bien el masculino en la novela. Varios
lectores hombres me han dicho que se sienten identificados”, dice. “¿Por
qué no escribís una historia heterosexual alguna vez?”, le preguntó su
madre un día y Sofía le contestó “que ‘no, que ya todo está dicho’, le
dije, ‘no tengo nada que aportar’. Yo me iba a llamar Pablo si hubiese
sido hombre. Pablo... me siento un hombre gay, no una mujer. Y me atraen
mucho los chicos afeminados. Pero, seamos realistas, ¿qué chico que me
gusta va a querer estar conmigo?”.
Si transicionaras, ¿pensás que tampoco?
–Es muy complicado. Yo no tendría problemas en estar con un chico
trans. Pero si me gusta un hombre y él es gay, ¿qué va a ver en mí? Es
algo que me entristece. Es difícil el tema de la genitalidad porque
nunca va a ser la misma genitalidad de un hombre biológico. Me
preguntan: “Si fueras chico, ¿serías activo?”. Y sí, lo sería.
Obviamente que un chico gay no busca un hombre trans.
¿No hay modos masculinos de tener sexo sin ser un hombre biológico? ¿No exploraste eso?
–Sí: se me burlaron en la cara. No es fácil porque se toma como un
fetiche. El tabú del hombre heterosexual de ser penetrado es grande y
ligado a la homosexualidad. Otro problema más.
¿Pensás que se puede construir una masculinidad sin intervenir el cuerpo?
–Totalmente, desde lo normativo. Con la vestimenta y ese tipo de
cosas. Yo siento que es en la ficción donde me libero. Ahí estoy como
pez en el agua. Sin censura, sin restricciones, ni barreras. Todos mis
personajes son gays. Un sueño mío era ser bailarina no de ballet, sino
de hip-hop, un estilo que le queda mejor al hombre. De hecho, me encanta
verlos bailar, me digo: yo quiero ser así. En la novela que estoy
escribiendo el protagonista es bailarín.
¿Será una transexualidad literaria la tuya?
Sí, puede ser. Lo de ese escritor me resultó bueno. Cuando era ella
se llamaba Melissa Popy Brite y se intervino a los 50 años. Ahora se
llama Billy o Bobby. Me resultó bastante llamativo por la edad en que lo
hizo. Quizá... más adelante, pensé.
¿Te gustaría tener hijos?
–A veces tengo deseos de adoptar. Ahora siento que sí. Quizá porque
estoy con un chico muy abierto a lo LGBT. Estar con una persona que no
lo ve como algo extraño, que no se hace tanto problema...
¿Te ves como un padre, por ejemplo?
–Es algo muy etiqueta. ¿Padre, madre? Hay mujeres que son las dos
cosas al mismo tiempo. La única diferencia es que la mujer queda
embarazada y lo tiene en su interior.
POR: Paula Jiménez España / PAGINA12.COM.AR
FOTOGRAFÌAS: BAJOELARCOIRIS-EDITORIAL.BLOGSPOT.COM
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA
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