"Ellas retienen, como el útero, ellos expulsan... como el esperma"
Desde la psicología y el humor, revienta librerías y agota localidades.
Desde la psicología y el humor, revienta librerías y agota localidades.
Ir más allá de los géneros hombre-mujer nos permite ver en nosotros mismos qué elementos predominan y cómo nos determinan en lo personal. Hombres y mujeres compartimos capacidades propias tanto de lo femenino como de lo masculino y estamos expuestos a la constante influencia mutua. Tomar conciencia de esto nos ayuda a dar un paso adelante respecto de lo que adultos y jóvenes asocian con ser mujer y con ser hombre y de lo que entendemos como femenino y masculino en nuestra sociedad.
A través de la psicología, matizada con humor y buena onda, Pilar Sordo junto a su libro ¡Viva la Diferencia! revienta las estanterías de las librerías y cuelga cartelitos de “no hay más localidades” en el teatro que se presente a dar una charla.
La terapeuta chilena, que se presentò nuevamente ayer martes a las 21:30 en el teatro Plaza de Godoy Cruz hizo un parate y conversó con MDZ.
Agotás entradas en tus charlas y sos el furor del momento en todas las librerías. ¿Atribuís el fenómeno del éxito de tu último libro a que algunos lo consideran de autoayuda y, como todo ese rubro, se vende como pan caliente?
Yo siento que se ha hecho una fama pésima con respecto a los libros de autoayuda. Creo que la postura actual de la gran soberbia humana condena la necesidad de asistencia, de auxilio; y todos –en algún momento- necesitamos ayuda.
Sin embargo, creo que mis libros caen en la categoría de no ficción. Son distintos. Responden a investigaciones más o menos largas –más de un año, seguro-. Me parece que el privilegio de que las cuatro publicaciones se hayan transformado en best sellers tiene que ver con una sumatoria de cosas: yo me considero una peregrina, una persona que viaja mucho y le toma el pulso a la realidad, por lo tanto las investigaciones responden a lo que percibo, a lo que está pasando en el mundo.
Otro punto importante es que me interesa explicar las cosas fácilmente. Y además, aplico el sentido del humor, y esto objetivamente es agradecido por la gente. Se produce una simpatía, una conexión gracias a lo humorístico.
Agotás entradas en tus charlas y sos el furor del momento en todas las librerías. ¿Atribuís el fenómeno del éxito de tu último libro a que algunos lo consideran de autoayuda y, como todo ese rubro, se vende como pan caliente?
Yo siento que se ha hecho una fama pésima con respecto a los libros de autoayuda. Creo que la postura actual de la gran soberbia humana condena la necesidad de asistencia, de auxilio; y todos –en algún momento- necesitamos ayuda.
Sin embargo, creo que mis libros caen en la categoría de no ficción. Son distintos. Responden a investigaciones más o menos largas –más de un año, seguro-. Me parece que el privilegio de que las cuatro publicaciones se hayan transformado en best sellers tiene que ver con una sumatoria de cosas: yo me considero una peregrina, una persona que viaja mucho y le toma el pulso a la realidad, por lo tanto las investigaciones responden a lo que percibo, a lo que está pasando en el mundo.
Otro punto importante es que me interesa explicar las cosas fácilmente. Y además, aplico el sentido del humor, y esto objetivamente es agradecido por la gente. Se produce una simpatía, una conexión gracias a lo humorístico.
Hablás de diferencias fundamentales entre el hombre y la mujer. ¿No te ha pasado, o no temés que el feminismo mal entendido o el machismo extremo usen tus argumentos para dar un mensaje erróneo o desvirtuado?
Mira, es inherente al ser humano la tendencia a categorizar. Cuando alguien lee mi libro tiene una tendencia irresistible a ubicarme dentro del machismo o del feminismo; simplemente porque como humanos estamos diciendo permanentemente “este es bueno, este malo; este es lindo, este feo; este es rico, este pobre”. Nos cuesta manejarnos con términos medios.
Sin embargo, todos pueden ver que la investigación, cuando se lee, genera la sensación de verse, reflejarse, descubrirse allí. La gracia, o la virtud si se quiere que tiene “Viva la diferencia” es que no muestra a uno de los géneros como “mejor” o “superior” al otro. No hay ni siquiera una palabra por la cual se pueda concluir que uno de los sexos es mejor que el otro.
Las diferencias no van en detrimento de ninguno de los dos bandos. Todas las diferencias tienen la contraparte, el complemento en el otro género. Nos enriquecemos y aprendemos del otro.
A veces decir “diferencia” es como decir una mala palabra. Estamos en una etapa en la que se ve a la discriminación en todo lugar. ¿Qué pensás de este postulado de igualdad que dictamina que todos debemos ser iguales?
Yo siento que se malentendió o se maldijo el concepto de igualdad. El tema, en realidad, es la equidad. La igualdad de oportunidades.
Decir que hombres y mujeres somos iguales es un despropósito, y además es totalmente falso. Por lo que sí necesitamos trabajar y lo que hay que promocionar es la equidad y la igualdad de oportunidades en los derechos civiles, en el campo laboral, en los sueldos, en el acceso a la educación, etc. Pero nunca debemos perder la maravillosa posibilidad de sentirnos y sabernos distintos: es lo que nos permite aprender del otro.
La primera diferencia que planteás afirma que la mujer tiende a retener, y el hombre a soltar. ¿Cómo es eso? ¿En qué te basas para hacer esa afirmación?
Esto partió de la asociación que la gente que participó de la investigación hizo desde lo biológico del hombre y la mujer; hablando del útero y el esperma. El útero está diseñado para retener, para encapsular; y el esperma para el avance, el desafío, la competencia por llegar. Desde ahí, comenzó una serie de descripciones que nos catalogan como “retenedoras”: retenemos líquidos, guardamos más las cosas, nos cuesta tirarlas, tenemos una estupenda memoria emocional -¡Nos acordamos de todo! Mientras que la de los hombres es pésima-, tendemos a ser insistentes, preguntonas, reiterativas en lo comunicacional.
Los hombres, en cambio, avanzan por la vida, dan vuelta la página de una discusión mucho más rápido que nosotras, pueden tener nueva pareja mucho más rápido que nosotras –de hecho, pueden andar con otra en tiempos que verdaderamente a las mujeres nos parecen irracionales-, olvidan más rápido, tienen menos culpas, participan más de conductas lúdicas, hablan menos, preguntan menos.
¿Qué pasa con el mundo gay? Las diferencias de las que hablás en el libro se aplican a las parejas heterosexuales… ¿Los hombres y mujeres homosexuales también entran en la catalogación?
Yo trabajé con homosexuales en la investigación, y de acuerdo a los resultados que ella arrojó, el homosexual varón tiene muchas cosas de lo típico femenino. El varón gay tiene la gracia de que puede mezclar todo ese universo femenino que tiene desarrollado con su ser masculino lógico y pragmático, por lo cual la mezcla es interesante. Por eso muchas mujeres adoran y atesoran a sus amigos gays: son prácticos y se afeitan, pero al mismo tiempo no son amenazantes y tienen toda la emocionalidad que una posee, entonces te entienden, son compinches… y nos parece maravilloso.
Sin embargo, en las parejas conformadas por dos hombres o dos mujeres siempre hay uno que asume el rol de la mujer y otro el del varón. Se da el complemento, porque la vida es sabia, y el “Viva la diferencia” acoge esta situación.
¿Vos notás que en el siglo XXI el hombre se ha feminizado y la mujer, masculinizado? ¿Esto hace a las diferencias menos tajantes?
Absolutamente, y esto lo que genera es muchos conflictos. Lo que yo pruebo en la investigación es que el afeminamiento masculino se genera debido a la masculinización de la mujer. Si la mujer no quisiera “ser como el varón”, esto no se hubiera producido. Hay un tema de revisión de los complementos, porque los roles se han difuminado e incluso, polarizado al revés. Es signo de revisión, de análisis.
No es buena la hipermasculinización de la mujer porque nos hace perder el encanto. Y el varón más femenino que de costumbre también pierde su atractivo.
También decís que la mujer quiere sentirse necesaria, en cambio el hombre desea ser admirado. Con este escenario… ¿Sigue siendo así? ¿La mujer no quiere ser un poquito admirada?
Puede ser, pero por sobre la admiración, en el fondo de su corazón una mujer quiere que la necesiten. El hombre necesita que lo admiren.
En la conducta posmoderna de hoy hay mucho de pose: yo como mujer moderna debo ser independiente, fría, calculadora… pero cuando cierro la puerta de mi casa y me quedo sola, muero porque el me llame. Puedo engancharme un chico, y tener el sexo más salvaje en la primera noche y hacer como que no me importa nada porque soy la más autónoma del mundo… pero esa mujer igual va a estar esperando un llamado al día siguiente.
Eso sí: ¡no se lo va a contar a nadie! Hace años atrás lo hubiera hablado –y hubiera llorado- con todas sus amigas, pero ahora está mal visto que necesite que la llamen, porque está probando al mundo que es open mind.
Te doy otro ejemplo: yo tengo amigas que tejen con agujas porque les encanta, pero a nadie se lo dicen, porque consideran que es una actividad de abuelas. Hay todo un conflicto de rebelión que debe desarrollarse y llegar a un punto de equilibrio en el que yo pueda decir “bordo, tejo, cocino delicioso y además soy gerenta general”. Que un hombre me abra la puerta del auto, o decida pagar la cuenta del restaurante no me hace menos mujer.
Lo típico: las mujeres de treinta y pico y más se quejan de que no hay hombres, de que están solas, y que los solteros de su edad o mayores volvieron a la adolescencia. Los hombres dicen que prefieren a las de veinte porque las mayores están todas locas y sólo quieren ponerle a uno un anillo en el dedo. ¿Qué tenés para decir sobre estas dos posturas?
Mirá, hay de todo un poco. Lo primero que veo es que hay mujeres jóvenes muy fáciles. Al hombre le gusta la cosa difícil, conquistar un objetivo, siente que una mujer vale la pena cuando debió trabajar por conquistarla. Al no encontrarlas, se queda con lo que hay.
Más que pavor al compromiso, lo que le pasa al hombre es que no visualiza parejas felices –más todavía los que vienen de un fracaso matrimonial-. Al no ver gente feliz, dicen “ni loco me vuelvo a conectar emocionalmente con alguien”, y aprovechan las “chicas fáciles” del mercado, que cada vez hay más. Estas chicas han malentendido lo que es ser libres y autónomas.
A la larga, esto genera un desencuentro: ninguno va a encontrar a su futuro amor en un pub, una disco o un after hour –o por lo menos, es poco probable-. En los espacios en que ahora todos se mueven no están los puentes comunicantes para que se reconozcan como seres factibles de enamorarse.
Hay un mundo de hipercomunicación y redes sociales, que a su vez mata la comunicación. ¿Cómo se hace para ponerle pilas a las relaciones interpersonales por sobre todas estas herramientas que a veces son un arma de doble filo?
Yo te pongo un ejemplo súper gráfico: ahora desde niño se aprende a no mostrar emociones, sino que un emoticon lo hace por ti. Los dos puntos y el paréntesis para un lado o para el otro en el chat o en un mensajito de texto muestran si estás feliz o triste, y no tu cara, tu risa o tu llanto.
Esto se revierte fundamentalmente dándole el justo y medido espacio que la tecnología debe tener, y potenciando y sobredimensionando el contacto real. Nada nunca va a reemplazar el estar frente a otro, el hablar de frente, el abrazar, el asumir ocn honestidad lo que me está pasando.
Definitivamente hay un tema importante hoy: revitalizar los contactos personales. Dejar un poco al mail, el Facebook y el chat y juntarse con el otro, hablar, conversar. Desde ahí se establecen los vínculos reales que serán permanentes en el tiempo.
Desde la última parte del siglo XX vivimos el reinado del sexo. Cada vez más queremos saber del otro con quién lo hace, cómo lo hace y cuántas veces por semana, y a su vez conocer cómo mejorar nuestras performances. ¿Puede ser que ahora el plano espiritual y emocional le esté quitando terreno?
El ser humano cometió el error de bajar al sexo hacia algo puramente instintivo, quitándole todo lo emocional y lo espiritual. Muchos lo practican como “dejándose llevar”, y nada más. Creo que puede ser entretenido en algunos tipos de circunstancias, pero cuando se quiere construir algo permanente uno debe ser capaz de incorporar la energía que tiene la dinámica sexual con lo emocional y con lo valórico. Detrás de cada acto sexual hay un compromiso.
No hay que perder de vista que uno no es buen amante en sí mismo, sino que aprende a hacer el amor con otro. Ese nexo, ese aprendizaje se construye con el tiempo, con la continuidad de la relación; y no con uno un día, con otro el otro, y así.
La transitoriedad o intermitencia sexual me genera experiencias, no aprendizaje. Uno tiene mejor sexo cuando ama, cuando tienen un vínculo… no cuando no ama. Mantener sexo sin amor en forma permanente no llena el alma, y a la larga nos daña. Los estudios orientales de la sexualidad son muy sabios con respecto a esto: están centradas en el valor del otro, en el encuentro y no en la práctica.
Fuiste una de las primeras personas en llegar a la zona de Copiapó el año pasado, cuando los mineros se encontraban atrapados. ¿Por qué sentiste que debías estar?
Fue súper complejo. La verdad que esto fue después del terremoto y maremoto, por los cuales estuve recorriendo varias zonas de la mano de diferentes organizaciones –convocada por el gobierno e instituciones privadas y religiosas-, y cuando sucede lo de los mineros sentí como si fuera otro terremoto en Chile, y que tenía que estar acompañando a los familiares.
Tenía la sensación de que si Oscar hubiera estado vivo –su última pareja, fallecido, relacionado al mundo de la minería- me hubiera pedido que fuera. Fue muy fuerte, porque yo llegué el día 17, y todavía no se sabía que estaban vivos. La emoción, el desgarro, la incertidumbre eran terribles. El manejo de lo incierto es la peor condición a la que se puede someter a alguien: el “no saber que va a pasar”es una cosa horrorosa, es mejor una mala noticia.
Estar acompañando a esas mujeres, hijos, nietos, fue una experiencia que me marcó. La familia del minero es aclanada, extensa, ramificada. Había primos, parientes, etc.
¿Cómo maneja las pérdidas y el dolor alguien que trabaja teorizando sobre él y ayudando a los demás a sobreponerse?
Yo he tenido la fortuna de tener una vida tremendamente difícil. Lo más fuerte que me ha pasado es la partida de Oscar, porque él, sin lugar a dudas, fue el amor de mi vida.
Las penas no se pasan. Yo no creo que el tiempo lo mejore todo. Lo que sí creo, es que uno debe aprender a vivir con las penas. Uno debe adquirir cada vez mayor eficiencia en el caminar con la tristeza. Saberla hacer “compañera de viaje”.
El ser psicóloga, en esto, te confieso que no me ayudó nada. Es más, mi fe en Dios fue más eficiente y salvadora. Me ayudaron también mis dolores previos, que de alguna manera me fueron templando y curtiendo, haciéndome capaz de salir adelante.
Y sí, uno tiene recaídas. De hecho, a Oscar lo extraño a morir, porque era un tremendo compañero. Sin duda alguna, hay días y días. Días más fáciles, y días que no lo son tanto. Pero hay que pasarlos. Lo que pasa es que vivimos en una cultura evasiva al dolor, y la gente te manda al psicólogo como creyendo que él va a “sacarte” la pena, va a arrancarla.
Las pérdidas son inherentes al ser humano. Uno nace perdiendo el útero materno, y desde allí en adelante uno está continuamente sujeto a pérdidas y debe aprender a manejarlas.
Si hay algo que a los seres humanos nos hace mal es el tema del apego. Mientras más apego uno le tiene a las cosas y a las situaciones de seguridad, más es golpeado por la vida. Yo siento que, afortunadamente, soy muy poco apegada. Creo que eso, de una u otra forma, me ha ayudado a seguir mi camino.
POR: FEDERICO CROCE. MDZ.
Mira, es inherente al ser humano la tendencia a categorizar. Cuando alguien lee mi libro tiene una tendencia irresistible a ubicarme dentro del machismo o del feminismo; simplemente porque como humanos estamos diciendo permanentemente “este es bueno, este malo; este es lindo, este feo; este es rico, este pobre”. Nos cuesta manejarnos con términos medios.
Sin embargo, todos pueden ver que la investigación, cuando se lee, genera la sensación de verse, reflejarse, descubrirse allí. La gracia, o la virtud si se quiere que tiene “Viva la diferencia” es que no muestra a uno de los géneros como “mejor” o “superior” al otro. No hay ni siquiera una palabra por la cual se pueda concluir que uno de los sexos es mejor que el otro.
Las diferencias no van en detrimento de ninguno de los dos bandos. Todas las diferencias tienen la contraparte, el complemento en el otro género. Nos enriquecemos y aprendemos del otro.
A veces decir “diferencia” es como decir una mala palabra. Estamos en una etapa en la que se ve a la discriminación en todo lugar. ¿Qué pensás de este postulado de igualdad que dictamina que todos debemos ser iguales?
Yo siento que se malentendió o se maldijo el concepto de igualdad. El tema, en realidad, es la equidad. La igualdad de oportunidades.
Decir que hombres y mujeres somos iguales es un despropósito, y además es totalmente falso. Por lo que sí necesitamos trabajar y lo que hay que promocionar es la equidad y la igualdad de oportunidades en los derechos civiles, en el campo laboral, en los sueldos, en el acceso a la educación, etc. Pero nunca debemos perder la maravillosa posibilidad de sentirnos y sabernos distintos: es lo que nos permite aprender del otro.
La primera diferencia que planteás afirma que la mujer tiende a retener, y el hombre a soltar. ¿Cómo es eso? ¿En qué te basas para hacer esa afirmación?
Esto partió de la asociación que la gente que participó de la investigación hizo desde lo biológico del hombre y la mujer; hablando del útero y el esperma. El útero está diseñado para retener, para encapsular; y el esperma para el avance, el desafío, la competencia por llegar. Desde ahí, comenzó una serie de descripciones que nos catalogan como “retenedoras”: retenemos líquidos, guardamos más las cosas, nos cuesta tirarlas, tenemos una estupenda memoria emocional -¡Nos acordamos de todo! Mientras que la de los hombres es pésima-, tendemos a ser insistentes, preguntonas, reiterativas en lo comunicacional.
Los hombres, en cambio, avanzan por la vida, dan vuelta la página de una discusión mucho más rápido que nosotras, pueden tener nueva pareja mucho más rápido que nosotras –de hecho, pueden andar con otra en tiempos que verdaderamente a las mujeres nos parecen irracionales-, olvidan más rápido, tienen menos culpas, participan más de conductas lúdicas, hablan menos, preguntan menos.
¿Qué pasa con el mundo gay? Las diferencias de las que hablás en el libro se aplican a las parejas heterosexuales… ¿Los hombres y mujeres homosexuales también entran en la catalogación?
Yo trabajé con homosexuales en la investigación, y de acuerdo a los resultados que ella arrojó, el homosexual varón tiene muchas cosas de lo típico femenino. El varón gay tiene la gracia de que puede mezclar todo ese universo femenino que tiene desarrollado con su ser masculino lógico y pragmático, por lo cual la mezcla es interesante. Por eso muchas mujeres adoran y atesoran a sus amigos gays: son prácticos y se afeitan, pero al mismo tiempo no son amenazantes y tienen toda la emocionalidad que una posee, entonces te entienden, son compinches… y nos parece maravilloso.
Sin embargo, en las parejas conformadas por dos hombres o dos mujeres siempre hay uno que asume el rol de la mujer y otro el del varón. Se da el complemento, porque la vida es sabia, y el “Viva la diferencia” acoge esta situación.
¿Vos notás que en el siglo XXI el hombre se ha feminizado y la mujer, masculinizado? ¿Esto hace a las diferencias menos tajantes?
Absolutamente, y esto lo que genera es muchos conflictos. Lo que yo pruebo en la investigación es que el afeminamiento masculino se genera debido a la masculinización de la mujer. Si la mujer no quisiera “ser como el varón”, esto no se hubiera producido. Hay un tema de revisión de los complementos, porque los roles se han difuminado e incluso, polarizado al revés. Es signo de revisión, de análisis.
No es buena la hipermasculinización de la mujer porque nos hace perder el encanto. Y el varón más femenino que de costumbre también pierde su atractivo.
También decís que la mujer quiere sentirse necesaria, en cambio el hombre desea ser admirado. Con este escenario… ¿Sigue siendo así? ¿La mujer no quiere ser un poquito admirada?
Puede ser, pero por sobre la admiración, en el fondo de su corazón una mujer quiere que la necesiten. El hombre necesita que lo admiren.
En la conducta posmoderna de hoy hay mucho de pose: yo como mujer moderna debo ser independiente, fría, calculadora… pero cuando cierro la puerta de mi casa y me quedo sola, muero porque el me llame. Puedo engancharme un chico, y tener el sexo más salvaje en la primera noche y hacer como que no me importa nada porque soy la más autónoma del mundo… pero esa mujer igual va a estar esperando un llamado al día siguiente.
Eso sí: ¡no se lo va a contar a nadie! Hace años atrás lo hubiera hablado –y hubiera llorado- con todas sus amigas, pero ahora está mal visto que necesite que la llamen, porque está probando al mundo que es open mind.
Te doy otro ejemplo: yo tengo amigas que tejen con agujas porque les encanta, pero a nadie se lo dicen, porque consideran que es una actividad de abuelas. Hay todo un conflicto de rebelión que debe desarrollarse y llegar a un punto de equilibrio en el que yo pueda decir “bordo, tejo, cocino delicioso y además soy gerenta general”. Que un hombre me abra la puerta del auto, o decida pagar la cuenta del restaurante no me hace menos mujer.
Lo típico: las mujeres de treinta y pico y más se quejan de que no hay hombres, de que están solas, y que los solteros de su edad o mayores volvieron a la adolescencia. Los hombres dicen que prefieren a las de veinte porque las mayores están todas locas y sólo quieren ponerle a uno un anillo en el dedo. ¿Qué tenés para decir sobre estas dos posturas?
Mirá, hay de todo un poco. Lo primero que veo es que hay mujeres jóvenes muy fáciles. Al hombre le gusta la cosa difícil, conquistar un objetivo, siente que una mujer vale la pena cuando debió trabajar por conquistarla. Al no encontrarlas, se queda con lo que hay.
Más que pavor al compromiso, lo que le pasa al hombre es que no visualiza parejas felices –más todavía los que vienen de un fracaso matrimonial-. Al no ver gente feliz, dicen “ni loco me vuelvo a conectar emocionalmente con alguien”, y aprovechan las “chicas fáciles” del mercado, que cada vez hay más. Estas chicas han malentendido lo que es ser libres y autónomas.
A la larga, esto genera un desencuentro: ninguno va a encontrar a su futuro amor en un pub, una disco o un after hour –o por lo menos, es poco probable-. En los espacios en que ahora todos se mueven no están los puentes comunicantes para que se reconozcan como seres factibles de enamorarse.
Hay un mundo de hipercomunicación y redes sociales, que a su vez mata la comunicación. ¿Cómo se hace para ponerle pilas a las relaciones interpersonales por sobre todas estas herramientas que a veces son un arma de doble filo?
Yo te pongo un ejemplo súper gráfico: ahora desde niño se aprende a no mostrar emociones, sino que un emoticon lo hace por ti. Los dos puntos y el paréntesis para un lado o para el otro en el chat o en un mensajito de texto muestran si estás feliz o triste, y no tu cara, tu risa o tu llanto.
Esto se revierte fundamentalmente dándole el justo y medido espacio que la tecnología debe tener, y potenciando y sobredimensionando el contacto real. Nada nunca va a reemplazar el estar frente a otro, el hablar de frente, el abrazar, el asumir ocn honestidad lo que me está pasando.
Definitivamente hay un tema importante hoy: revitalizar los contactos personales. Dejar un poco al mail, el Facebook y el chat y juntarse con el otro, hablar, conversar. Desde ahí se establecen los vínculos reales que serán permanentes en el tiempo.
Desde la última parte del siglo XX vivimos el reinado del sexo. Cada vez más queremos saber del otro con quién lo hace, cómo lo hace y cuántas veces por semana, y a su vez conocer cómo mejorar nuestras performances. ¿Puede ser que ahora el plano espiritual y emocional le esté quitando terreno?
El ser humano cometió el error de bajar al sexo hacia algo puramente instintivo, quitándole todo lo emocional y lo espiritual. Muchos lo practican como “dejándose llevar”, y nada más. Creo que puede ser entretenido en algunos tipos de circunstancias, pero cuando se quiere construir algo permanente uno debe ser capaz de incorporar la energía que tiene la dinámica sexual con lo emocional y con lo valórico. Detrás de cada acto sexual hay un compromiso.
No hay que perder de vista que uno no es buen amante en sí mismo, sino que aprende a hacer el amor con otro. Ese nexo, ese aprendizaje se construye con el tiempo, con la continuidad de la relación; y no con uno un día, con otro el otro, y así.
La transitoriedad o intermitencia sexual me genera experiencias, no aprendizaje. Uno tiene mejor sexo cuando ama, cuando tienen un vínculo… no cuando no ama. Mantener sexo sin amor en forma permanente no llena el alma, y a la larga nos daña. Los estudios orientales de la sexualidad son muy sabios con respecto a esto: están centradas en el valor del otro, en el encuentro y no en la práctica.
Fuiste una de las primeras personas en llegar a la zona de Copiapó el año pasado, cuando los mineros se encontraban atrapados. ¿Por qué sentiste que debías estar?
Fue súper complejo. La verdad que esto fue después del terremoto y maremoto, por los cuales estuve recorriendo varias zonas de la mano de diferentes organizaciones –convocada por el gobierno e instituciones privadas y religiosas-, y cuando sucede lo de los mineros sentí como si fuera otro terremoto en Chile, y que tenía que estar acompañando a los familiares.
Tenía la sensación de que si Oscar hubiera estado vivo –su última pareja, fallecido, relacionado al mundo de la minería- me hubiera pedido que fuera. Fue muy fuerte, porque yo llegué el día 17, y todavía no se sabía que estaban vivos. La emoción, el desgarro, la incertidumbre eran terribles. El manejo de lo incierto es la peor condición a la que se puede someter a alguien: el “no saber que va a pasar”es una cosa horrorosa, es mejor una mala noticia.
Estar acompañando a esas mujeres, hijos, nietos, fue una experiencia que me marcó. La familia del minero es aclanada, extensa, ramificada. Había primos, parientes, etc.
¿Cómo maneja las pérdidas y el dolor alguien que trabaja teorizando sobre él y ayudando a los demás a sobreponerse?
Yo he tenido la fortuna de tener una vida tremendamente difícil. Lo más fuerte que me ha pasado es la partida de Oscar, porque él, sin lugar a dudas, fue el amor de mi vida.
Las penas no se pasan. Yo no creo que el tiempo lo mejore todo. Lo que sí creo, es que uno debe aprender a vivir con las penas. Uno debe adquirir cada vez mayor eficiencia en el caminar con la tristeza. Saberla hacer “compañera de viaje”.
El ser psicóloga, en esto, te confieso que no me ayudó nada. Es más, mi fe en Dios fue más eficiente y salvadora. Me ayudaron también mis dolores previos, que de alguna manera me fueron templando y curtiendo, haciéndome capaz de salir adelante.
Y sí, uno tiene recaídas. De hecho, a Oscar lo extraño a morir, porque era un tremendo compañero. Sin duda alguna, hay días y días. Días más fáciles, y días que no lo son tanto. Pero hay que pasarlos. Lo que pasa es que vivimos en una cultura evasiva al dolor, y la gente te manda al psicólogo como creyendo que él va a “sacarte” la pena, va a arrancarla.
Las pérdidas son inherentes al ser humano. Uno nace perdiendo el útero materno, y desde allí en adelante uno está continuamente sujeto a pérdidas y debe aprender a manejarlas.
Si hay algo que a los seres humanos nos hace mal es el tema del apego. Mientras más apego uno le tiene a las cosas y a las situaciones de seguridad, más es golpeado por la vida. Yo siento que, afortunadamente, soy muy poco apegada. Creo que eso, de una u otra forma, me ha ayudado a seguir mi camino.
POR: FEDERICO CROCE. MDZ.
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