jueves, 5 de enero de 2012

Esos Raros Amores Nuevos y el Juego de “La Morra”

Este trabajo en curso, intenta retomar una afirmación hecha por Freud en varios lugares de su obra, en particular en su 20ª. Conferencia de 1917. Sintéticamente, dentro de una argumentación concordante, allí dice: “Ahora bien, nos vemos precisados a considerar la elección de objeto dentro del mismo sexo como una ramificación regular de la vida amorosa, ni más ni menos”… Existe para Freud, la elección de objeto homosexual compatible con la estructura de las neurosis. Pero… ¿cómo ubicar aquel hallazgo freudiano hoy?... Propongo que sí pueden venir en nuestra ayuda en este trance, algunos dichos de Lacan muy tardíos en su obra. En el Seminario “L´Insu …” del año ‘77, que trata sobre el Inconsciente...

El estado actual del malestar cultural muestra la proliferación creciente, y sobre todo pública, de elecciones homosexuales, acontecimiento que deberíamos interpretar, es decir en primer lugar no suponer que ya está interpretado. La tolerancia a la llamada diversidad ha devenido un nuevo valor cívico en el marco de las normas de convivencia y de la ley jurídica. La ley jurídica inscribe el derecho a un rasero común “para todos”, precisamente porque su origen y su práctica subjetiva lo demuestran inviable. Al respecto, de nada podríamos quejarnos, así como ningún criterio podríamos esperar del campo social y legal, para decidir la interpretación que le compete a un psicoanalista.

Propongo que sí pueden venir en nuestra ayuda en este trance, algunos dichos de Lacan muy tardíos en su obra. En el Seminario “L´Insu …” del año ‘77, ese que trata sobre el Inconsciente, el de Lacan, él dice en su clase del 10 de mayo que existen “unos”, pero dichos “unos” no son ningún rasgo “en común” que tendrían los parletres, ni siquiera esos que se ubican del lado “hombre” en sus fórmulas de la sexuación. El único rasgo “en común”, nos dice, es el rasgo que él ha llamado “rasgo unario”, ó S1. Esos “unos” de los que dependen las “unaridades”, con los que no se podría hacer una clase porque se trata de “cada uno”, de lo más singular que hay, dan su fundamento, según Lacan, a lo que es el soporte del sentimiento. Ese “uno” debe reconocerse como el soporte del odio, en tanto el odio, nos dice, es pariente del amor. “La morra, que escribo (de todos modos es preciso que vaya a parar allí), la morra (la mourre) que escribo en mi título de este año”.

La morra es un juego que Lacan usa para hacer metáfora de un rasgo singular como soporte del odio y del amor. Dos jugadores ocultan un brazo detrás de la espalda, y en un momento dado, ambos deben mostrar al mismo tiempo la mano oculta con un cierto número de dedos extendidos, y decir simultáneamente un número del 1 al 10. Gana el que acierta con ese número. Es un único elemento, a todo o nada. En ese sentido, el que usa Lacan, el juego es muy diferente de ese otro al que a veces se lo asimila, conocido como el juego de “piedra, papel o tijera”, ya que en este último, la posición de la mano de cada jugador en el momento de mostrarla (simbolizando alguno de aquellos tres elementos), hace que alguno gane y el otro pierda cada partida (salvo si empatan), según la regla: piedra arruina tijera, tijera corta papel, papel envuelve piedra. Allí, lo que decide quién gana es un elemento relativo al otro que se ha mostrado, que dialoga con ese otro. En la morra (la mourre), no hay tal diálogo, el resultado no es contextual, “relativo a la posición de los otros en el Otro”. No es “por fuera” del Otro, es decir hay regla de juego, pero ella es tal, que lo que vale como resultado es ese número, y ninguna otra cosa. Ese rasgo “uno” está, o no está.

Ahora bien, en la culminación del encuentro sexual se suspende el trazo de una falta, no se lo sostiene ni se lo objeta, sino que se suspende. Esto lo lleva a Lacan a decir en su seminario 14 que todo aquel elemento que se introduzca como “menos fi” negativizando, suspendiendo, alguna consistencia del objeto en un circuito pulsional, lo que él llama allí “sublimación”, produce un goce equivalente al que hace posible un encuentro sexual logrado, no interferido, es decir lo que hace posible el orgasmo. Pero la localización representante de una falta es imprescindible a la hora de orientarse el sujeto en la búsqueda de dicho encuentro. No se llega, al menos en la neurosis, al encuentro sexual sin un representante de la falta fálica, que es un tratamiento dado por la tendencia deseante, el fantasma, a la configuración de los circuitos pulsionales que afectan al sujeto.

En la orientación que dirige los encuentros heterosexuales, el órgano peniano se ha hecho representante de eso que falta, por eficacia del Falo Simbólico, para ambos partenaires, aunque no del mismo modo.

Sabemos que el deseo, la tendencia sostenida en el campo del Otro, que dirige con el fantasma la elección sexual en las neurosis, orienta en el mejor de los casos una escena en la que el semejante-partenaire señala y aloja convenientemente la falta fálica. También puede dirigirse a obstaculizarla y maldecirla, abundan los ejemplos al respecto en las elecciones llamadas “hetero”. Dicha falta fálica está sostenida en la configuración de goces pulsionales, y a su vez, el asentimiento del semejante al encuentro entre ese goce singular y la tendencia deseante que el fantasma ha conseguido, es lo que produce un signo del que no se duda, el signo del amor (l´amour), que está o no está. De ahí la equivalencia lacaniana entre el unario, básicamente pulsional, y la morra (la mourre, ó l´amour).

La vacilación que el actual malestar cultural ha producido sobre el valor del órgano peniano como representante y localización privilegiada de la falta fálica, es uno de los elementos que es necesario considerar para interpretar con la experiencia del psicoanálisis, la promoción actual de las elecciones homosexuales, en sujetos cuya estructura es aquella de las neurosis.

De nuevo aquí, la enseñanza de Lacan nos señala una guía para explorar la causa que puede haber desencadenado una deslocalización que forma parte del malestar cultural actual, de dicho órgano respecto de su prevalencia para representar la falta fálica. Lacan nos advierte en “… ou pire”, su seminario del año ‘71-72, que el empuje cultural imparable del “para todos” y su excepción, bajo el modo de “somos todos hermanos, todos iguales” en lo que sea que se instale, dará lugar inexorablemente a una segregación de lo desigual, o de lo incomparable, que afectará al rasgo singular, ese sin medida común para todos, del que se trate en la ocasión. “No han visto de eso todavía lo suficiente”, es la conclusión del seminario en el que Lacan forja el concepto de lo “uniano”, opuesto al “unario”.

Dos años antes, en su seminario “L´envers…”, uno de sus cuatro discursos es aquél que ubica al agente como agencia del S2, el que se dirige al objeto “a” para captarlo con un saber, para que el objeto quepa en un saber capaz de recubrirlo. También allí dice: esto está a la orden del día, y avanzará aún más. En la fórmula en que se escribe dicho movimiento en la línea de arriba, vemos que en la línea de debajo de ese discurso, o del lazo social así configurado, queda cortado un acceso (como siempre en la línea de abajo de los cuatro discursos), que allí es entre el rasgo singular (S1) que no cabe en el saber, y el sujeto. Se trata de la puesta en fórmula del discurso del saber con vocación totalizante y del efecto que eso produce en el sujeto, efecto que de ninguna manera restringe su escenario a las llamadas “universidades”, si bien Lacan lo llama “discurso universitario”. El saber que aspira a totalizar, el S2 que empuja a tomar a su cuenta al objeto y deja al sujeto sin acceso a su rasgo singular irreductible al saber, puede aparecer como el poder sin límite del líder o el tirano ilustrado que sabe todo acerca del Bien que sea, o como el discurso de la revolución cuando llama a cortar cabezas o a ofrecer cabezas a ser cortadas, o como la sexualidad sin el desencuentro de los sexos en el llamado “amor libre” por las almas inocentes, o como el uso irrestricto de las tecnologías derivadas del avance de las ciencias, y en especial (aquí pondríamos hoy el acento) de las ciencias biológicas y sus biotecnologías, lecho de Procusto de la subjetividad de la época, ya que ofrece el horizonte de hacer posible, pero entonces obligatorio, eliminar la inadecuación, ó la discordancia, de y entre los cuerpos. Encontramos una articulación entre ese discurso llamado “universitario” y otro, llamado “del capitalista”, donde Lacan escribe el empuje a que el goce del objeto a plus de gozar sea plenamente alcanzado.

Los efectos del saber con vocación totalizante como un saber funcional a la administración capitalista de los bienes y los goces, no nos parece un hallazgo menor, sólo abordable a partir de la enseñanza de Lacan.

La promoción al cenit de la cultura, de las versiones de un discurso del saber totalizante, tiende a disolver los efectos de localización del Falo simbólico. En el caso de las biotecnologías, a disolver dicha localización emblemática sobre ese rasgo de los cuerpos que simboliza en definitiva lo irreductible de cada cuerpo parlante a alguna proporción entre los sexos. Ese lazo social que avanzará aún más, decía Lacan en el ‘71, empuja al borramiento de la localización del Falo, Fi mayúscula, en el órgano que lo representa. Las biotecnologías, tan benéficas como inevitables, prometen en el horizonte humano la efectuación práctica de cuerpos sin discordancia, y en ese sentido, uniformes, homogéneos.

Dicha deslocalización entre el Falo y el órgano, desorienta al hablante, sobre todo al neurótico, que necesita que una discordancia irreductible de y entre los cuerpos quede localizada, para así señalar que no lo está nunca suficientemente, que algo siempre se escapa. Una respuesta posible, del neurótico desorientado porque la localización del Falo se diluye y entonces no se la puede imperfeccionar, es afirmar, para reorientarse, que esa deslocalización existe, que ha ocurrido, y reubicar una localización posible del irreductible de los sexos, en otro lugar y no en el órgano cuyo poder como representante se ha eclipsado. En ese caso, el homosexual neurótico no gozará, como el perverso, de la localización precisa y vigente del Falo en el órgano, que deberá quedar desmentida, sino que gozará de la inscripción de esa deslocalización constatada, y afirmará alguna localización del Falo sobre otros representantes, para que inhibición, síntoma y angustia puedan sostener al sujeto. No gozará de la desmentida, que requiere que Falo y órgano se coordinen, sino que lo hará sobre la afirmación de alguna otra localización de Fi mayúscula allí donde se la pueda ubicar sin que se desvanezca. Aunque la característica removible, y entonces errática y volátil de esos anclajes de suplencia, haga que dichas localizaciones reproduzcan la fragilización subjetiva que procuran remediar. Por eso buscan, no el secreto sino la ley, el paradigma de la inscripción pública.

Localizaciones posibles de esa discordancia reubicada: en la pareja, el matrimonio, la familia, no hay “todos por igual”. Lo que esas reubicaciones ponen en el primer plano no es la satisfacción sino el amor, y desde luego el odio. En ese marco, se argumentan la obediencia, la rebelión, la objeción, la demanda, la satisfacción, la distribución de goces. El empuje a desmentir la experiencia del desacople real entre Falo y órgano, desmentida angustiante para el neurótico, porque impone silencio frente a la vacilación de la falta fálica, quedará así alejada, y también alejada la errancia loca del neurótico a quien la experiencia de obedecer sin más a ese desacople entre Falo y órgano, lo deja sin rumbo. Se habrán configurado así los escenarios y los personajes accesibles a cada quien según su síntoma, que son un modo de tramitar en la cultura actual cierto resguardo del sujeto, frente a una deslocalización real que es irreversible. Una vez relocalizado el Falo, una vez extraído un rasgo singular del campo del desacople entre Falo y órgano, es decir una vez ubicado un rasgo “dentro” del campo “para todos” de los cuerpos homogéneos, de manera tal que disuelva ese empuje a lo uniforme con una discordancia que no es una excepción (tal es la llamada “diversidad”), una vez efectuada esta torsión en el Otro, entonces el acto de asentimiento del semejante hacia esta producción singular de un sujeto reubicado, nos inclina a situar precisamente allí el “signo de amor”, que para el neurótico, es señal de dicho asentimiento al trazo de sujeto que se afirma como singular, haciendo barrera a su arrasamiento. Asentimiento al trazo que el saber no aspira a totalizar, condición del amor, también el de transferencia.


POR: María del Carmen Meroni. ELSIGMA.COM
Nota: el presente escrito fue presentado en ocasión del III Congreso Argentino de CONVERGENCIA. “Cuerpo, síntoma, transferencia: ¿un nuevo amor?, (de octubre de 2010).
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA

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