martes, 10 de enero de 2012

WATERGAY

Una biografía devela que el presidente Richard Nixon era gay y que mantuvo una larga relación con un reconocido mafioso cubano. Por los mismos días, la última película de Clint Eastwood protagonizada por Leonardo DiCaprio sugiere la homosexualidad del jefe del FBI J. Edgar Hoover. Este tardío destape de los poderosos del Norte no sólo demuestra un cambio en el modo de decodificar signos de las vidas privadas, no sólo responde a la moda de abrir el closet de ultratumba, sino que deja en evidencia el importante papel que tuvieron muchos homosexuales en la regulación de la sexualidad y la generación de leyes discriminatorias.

Si usted es presidente de Italia, está casado y además solventa con fondos públicos un harén de modelos internacionales y las reparte entre sus amigos poderosos en fiestas pantagruélicas; o si usted es presidente de Paraguay y tiene un hijo (o más) no reconocido en cada pueblo, en cuanto se sepa la verdad, deberá soportar por algunos días el escarnio, el repudio de la mayoría y el de diversos grupos de activistas en diferentes derechos, la burla y las caricaturas en la prensa. Eso es todo. Ahora, si usted es presidente de Estados Unidos y engaña a su esposa (de sexo oral para abajo) y tiene la mala suerte de que los servicios secretos le suelten la mano, tendrá que tener una buena carta en la manga, porque su destino es la destitución. Así es, Estados Unidos, en esto y en tantas cosas, no es como el resto del mundo. Una posible explicación de esta moral que mezcla sin asco la cuestión pública con los asuntos de alcoba son sus ancestros puritanos, en el sentido más literal de la palabra. Olvidar que se trata de una nación constituida mayoritariamente por pobladores puritanos (que perdieron en Inglaterra con los protestantes en la disputa por la fe y sus costumbres) que se autoexiliaron de Escocia y de Inglaterra en el siglo XVI en busca de una tierra buena y virgen donde construir su ética, es negar el ADN presente ya en la Constitución americana, con todo lo bueno, lo austero y lo democrático que impuso al resto del mundo, y también negar la influencia de estos orígenes de lo que se conoce como la América profunda, retrógrada y dura con lo desviado. Ya en el siglo XVIII, en días de la revolución americana, de los aproximadamente tres millones de habitantes 900.000 eran puritanos de origen escocés, 600.000 eran puritanos ingleses.

Ahora, si usted es un presidente o un funcionario gay, sobre todo si lo ha sido antes del siglo XXI, cuenta con protección doble, casi como la que tuvieron durante un siglo las estrellas de cine. No han salido a la luz, salvo en los últimas décadas del siglo XX, referencias a la homosexualidad de mandatarios americanos. Y menos en vida de ellos.

Se diría, a juzgar por los últimos destapes, entre los que se destacan Nixon y J. Edgar Hoover, que lo que más le conviene, si usted es presidente o alto funcionario, es seguir en su puesto y reforzar las leyes restrictivas de la moral sexual en las que usted mismo cree y que caerán sobre el resto de la sociedad, mientras usted cumple sus deseos en el closet. Con su libro Los secretos más oscuros de Nixon, que verá la luz el próximo 31 de enero, el periodista Don Fulson recopila testimonios y años de investigación que añaden a las ramas del árbol caído de Nixon, la veta gay. El resultado de su trabajo muestra a un Nixon alcohólico (sus empleados lo llamaban “nuestro borracho”) que deambulaba por los pasillos de la Casa Blanca agitando su vaso de whisky y hablando solo. Pero Fulson agrega algo más a la alborotada vida del más conflictivo de los presidentes norteamericanos (como si esto fuera posible): el periodista asegura que Nixon mantuvo una relación romántica con el banquero de origen cubano Charles “Bebe” Rebozo. La biografía agrega a su fama bien ganada de corrupto, la de gay (con toda la connotación negativa que el término sigue mereciendo), golpeador de su esposa y borracho. Lo de borracho, a su vez, queda asociado como acto de (deliberada o no) piedad hacia alguien que, como el resto, no podía hacer evidentes sus gustos: muchos testigos dejan suponer que las señales de intimidad entre ambos amantes se producían cuando estaba borrachos. Y Nixon, según este libro, casi siempre estaba con una copa en la mano.
Tiempos duros, hombres blandos

Habrá que tener en cuenta en qué mundo vivían estos hombres hoy “acusados de gays” en el tiempo en que les tocó vivir y en el que decidieron perpetuar la condena. El primer estado que eliminó su ley de sodomía en el país que iba a gobernar Nixon entre 1969 y 1974 fue Illinois y lo hizo en 1962. En algunos otros estados, el castigo a los actos homosexuales estuvo vigente hasta 2003. Recién en 1990 el servicio de inmigración y naturalización perdió su facultad de prohibir la entrada en el país de homosexuales extranjeros. En el contexto en el que nacieron y criaron a sus sociedades estos señores poderosos, la homosexualidad era delito, vergüenza y aún antes de que apareciera el sida, una posible epidemia, si no equiparable al comunismo pasible de ser atacada con armas similares. En 1955, cuando Nixon tenía 42 años y Hoover 65, se produjo lo que muchos señalan como la mayor histeria colectiva en contra de los homosexuales en la historia de EE.UU. Fue en Boise, Idaho, tras presuntos asaltos a, supuestamente, cientos de jóvenes, donde la policía interrogó a casi 15.000 residentes en busca de un grupo de autores homosexuales. Las investigaciones produjeron cientos de nombres de sospechosos de homosexualidad. Finalmente se detuvo a 16 hombres, de los que 9 fueron condenados. El mismo año en que Nixon asumía su cargo se desataba la revuelta de Stonewall. Durante su gobierno, el presidente, de quien ahora las fotos de sus vacaciones o momentos felices con Rebozo parecen hablar sin necesidad de muchas pruebas, se ocupó con citas públicas y decisiones concretas de poner en caja los reclamos de las minorías sexuales.
Trapitos al sol

Don Fulson, el autor del libro del nuevo destape, fue corresponsal de la Casa Blanca durante más de dos décadas y realizó numerosas entrevistas a funcionarios y a su personal para este libro que saca los trapos sucios que quedaban de Nixon, que son los que dan testimonio de la relación homosexual del presidente y el banquero.

Nixon y Rebozo se conocieron en el verano de 1950 y a partir de ese momento la pareja fue inseparable. Convertidos en amigos íntimos pasaban juntos los veranos en la casa que Rebozo tenía en la isla de Key Biscayne. Allí vivían las tardes nadando o jugando al golf. En las oportunidades en que Thelma Catherine Patricia Ryan (Pat), la mujer de Nixon, lo acompañaba, no dormía en el mismo edificio que su marido, mientras que Rebozo tenía la habitación contigua. En el libro, Fulson asegura que el matrimonio con Pat era una farsa y que uno de los ex asesores militares de Nixon tenía como misión secreta “enseñar al presidente cómo besar a su esposa para que se viera convincente”.

Los rumores de esta relación existían desde siempre. Rebozo se robaba el tiempo de Nixon y esto ponía nerviosos a sus asesores. Llegó a tener una oficina y una habitación dentro de la Casa Blanca y por orden de Nixon entraba sin pasar por las revisiones de seguridad. Mientras que Bebe Rebozo era el hombre que elegía la ropa que debía lucir el presidente y el que decidía qué películas se verían en la Casa Blanca, Nixon, famoso por su homofobia (en una oportunidad en público dijo que los homosexuales éramos enfermos), llamaba a su amigo cercano simplemente “mi compañero de golf”.

El libro de Fulson está lleno de anécdotas de la pareja que pretenden corroborar la homosexualidad de Nixon: ex congresistas confirmaron que la relación era tan íntima que se tomaban frecuentemente de la mano. Lo mismo asegura un periodista de la revista Time, quien dijo que en una cena en Washington vio cómo Nixon y Rebozo se tomaban de la mano por debajo de la mesa. ¡Ah! ¿Existe algo más tierno?

Los ex empleados de la Casa Blanca dijeron que la relación se volvía más “intensa” cuando los dos estaban borrachos. Un asesor recordó que una tarde en la piscina de la casa de Key Biscayne “los dos hombres habían estado bebiendo. Nixon se subió a una balsa de goma en la piscina mientras Rebozo trató de darlo vuelta. Luego, riendo y gritando, cambiaban de lugar”. Toda una imagen, ¿no? Lo cierto es que ambos hombres estuvieron juntos hasta el final. Rebozo permaneció junto al lecho de muerte de Nixon.

Pero lo que más molestaba al entorno político del presidente no era tanto el carácter íntimo de sus relaciones, sino que Rebozo era conocido por sus tratos con la mafia. Se lo acusaba de usar su banco para lavar dinero del hampa y tener además un estrecho contacto con personajes como Alfred “Big Al” Polizi y Santos Traficante, dos capos de los años ’50 y ’60. Se sospechaba que Nixon lo protegía. El FBI tenía a Rebozo en la mira, y su director, J. Edgar Hoover, tenía especial interés en atraparlo. ¿Y si Hoover no sólo estaba haciendo bien su trabajo? ¿Y si todo el asunto tenía más que ver con una cuestión de celos?
El Fisgón

En su película Nixon, Oliver Stone muestra a J. Edgar Hoover besándose con un camarero y acariciándole la mano libidinosamente al propio Nixon. Esta insinuación del director se basa en los rumores (para algunos historiadores, certezas) sobre la homosexualidad de uno de los hombres más poderosos y temidos de la historia.En 1924 Hoover fue nombrado el primer director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI). Con sólo 29 años llegó hasta ese cargo y se mantuvo allí durante tres guerras y ocho presidentes distintos. Ocurre que ninguno se le animaba. Hoover entendió como pocos de qué se trataba el poder de la información y era un chantajista al servicio de su país y de sí mismo. Como buen maestro en sus artes, supo mantener su vida privada en secreto. Pero algunas cosas por más que se las trate de ocultar llegan a ser vox populi.

Ya desde la década del ’40 corrían rumores sobre su sexualidad. Hoover siempre fue soltero y su larga relación de “amistad” con su asociado del FBI, Clyde Tolson, hizo que muchos pensaran que éste fue su pareja. Actualmente algunas agrupaciones de lucha Glttbi de Estados Unidos los reivindican como una de las parejas gays más importantes de la historia.

Este aspecto de la vida de Hoover lo toma Clint Eastwood en su película J. Edgar, estrenada en noviembre de 2011 en Estados Unidos. Muchos de los seguidores y miembros de la Fundación J. Edgar Hoover pusieron el grito en el cielo diciendo que no hay base real para afirmar que tal relación existió.

Leonardo DiCaprio interpreta a Hoover (magistralmente cabe agregar) y en la alfombra roja de la première del film en Los Angeles dijo: “Siendo sincero, no tengo la respuesta a la pregunta de si eran pareja o no, ni tampoco queda nadie vivo que lo sepa. Pero hacían todo juntos, ninguno tuvo familia, ni novia, entonces si uno saca conclusiones...”. Sencillo y directo el razonamiento de Leo. Y es que quizá se basa en que la figura de Hoover y su homosexualidad ya forman parte de la cultura popular norteamericana. Unas supuestas fotos en las cuales J. Edgar aparece trasvestido son una leyenda urbana de las más tradicionales de EE.UU. A punto tal que en un capítulo de Los Simpson llamado “The Springfield Files”, puede verse decorando una de las paredes del FBI un cuadro con Hoover usando un vestido con breteles.

Pero nuestro viaje histórico no termina aquí. Justamente en Springfield, Illinois, fue donde, nada más y nada menos que Abraham Lincoln compartió su lecho con otro hombre durante cuatro años.
La patria tiene padres queers

El sexólogo y activista gay C. A. Tripp volvió a poner en el caldero del revisionismo histórico la sexualidad de Lincoln. Con su libro póstumo (Tripp falleció en el 2003) El mundo íntimo de Abraham Lincoln (2005), reavivó un debate que desde siempre rondó la figura de uno de los presidentes más famosos de la historia. Ciertos poemas y escritos de Lincoln, como por ejemplo aquel en que habla de la relación de dos hombres como si fuera un matrimonio, siguen siendo motivo de análisis. Para algunos, pese a haberse casado y haber tenido cuatro hijos, era gay; y para otros era un provocador que se valía de algunos modismos del lenguaje de la época que poco tenían que ver con la homosexualidad.

Parece ser que cuesta, y mucho, reconocer o siquiera insinuar que Lincoln era gay. ¿Qué necesidad hay de “manchar” la reputación de un hombre tan noble? Cierto es que para algunos, ser gay todavía es una vergüenza.

Tripp habla en su libro de tres relaciones profundas de Abe: Joshua Speed (a quien conoció en Illinois y con quien vivió cuatro años), William Greene y Charles Derickson (su apuesto guardaespaldas). Con todos compartió la cama: una costumbre que dicen muchos era moneda corriente en aquel entonces, y algo completamente vacío de intenciones eróticas. Lincoln lo hizo con ellos y por mucho tiempo, a veces cuando su mujer no estaba. Pero ¿sería descabellado pensar que la persona que luchó por la liberación de los hombres y la igualdad, también liberara sus instintos debajo de las sábanas?

Larry Flynt cree que no. El rey de la industria porno norteamericana, devenido en el historiador menos pensado, publicó el pasado abril One Nation Under Sex. Luego de una recorrida por los archivos nacionales y varias librerías presidenciales, Flynt elaboró una teoría central: la vida sexual de los presidentes ayudó a cambiar la historia del país. Además de hablar de Lincoln, Flynt sugiere que Thomas Jefferson no quería soltar a sus esclavos porque disfrutaba de su compañía.

Del que prácticamente no caben dudas es de James Buchanan, el presidente predecesor de Lincoln. Muchos historiadores confirman su relación con el senador William Rufus King, quien llegaría a ser su vicepresidente. Ambos eran de esos “solteros de toda la vida” y compartían el hogar 15 años antes de que Buchanan (norteño y proesclavista) llegara a la presidencia. Juntos llevaban adelante su quehacer como políticos y como pareja presidencial. Incluso debieron enfrentar las burlas de la prensa, que llamaba a King con el mote de Miss Nancy y se hablaba de ellos como “Buchanan y su esposa, esa pareja incansable que defiende la esclavitud”.

Algunos de estos hechos pueden ser más una fabulación histórica que otros. Lo cierto es que en un futuro debate del tipo “¿está la sociedad norteamericana preparada para un presidente gay?” cabe preguntarse si es que no lo han tenido ya. Es más: ¿por qué no un Monte Rushmore gay y homofóbico al mismo tiempo?

POR: PAGINA12
ARREGLIOS: ALBERTO CARRERA

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