Investigación con moscas: Los machos sin sexo se refugian en el alcohol.
Investigadores estadounidenses vinculan el rechazo sexual con el consumo excesivo de bebidas alcohólicas.
Investigadores estadounidenses vinculan el rechazo sexual con el consumo excesivo de bebidas alcohólicas.
Los machos que no consiguen mantener relaciones sexuales tienden a resolver ese rechazo bebiendo alcohol de forma compulsiva, más que los que han conseguido el favor de su pareja. Si ya están pensando en un varón resignado acodado en la barra de un bar, borren esa imagen de su cabeza. Es la conclusión de un estudio que investigadores de la Universidad de California han realizado con moscas. Pero desde el punto de vista biológico el comportamiento de estos insectos insignificantes pueden dar jugosas pistas del comportamiento social animal y de los mecanismos que están detrás de adicciones humanas tan comunes como el alcohol y otras drogas. El trabajo, de momento, ha merecido un lugar en la prestigiosa revista «Science».
La clave de este comportamiento está en una pequeña molécula, localizada en el cerebro de las moscas, llamada neuropéptido «F». Cuando los niveles de esta molécula cambian en sus cerebros, también lo hace su comportamiento. El cerebro humano también cuenta con una molécula similar -neuropéptido Y- que podría estar detrás de determinadas reacciones humanas y el consumo de sustancias de abuso. Si esto es así, ajustando los niveles de esta molécula se podría contar con un tratamiento contra la adicción. En humanos no se ha visto aún, aunque los científicos de la Universidad de California ya lo han observado en las moscas del vinagre utilizadas en el experimento. «Si el neuropéptido Y resulta ser ese transmisor entre el estado de la psique y el impulso al abuso del alcohol y las drogas podríamos desarrollar nuevas terapias, tanto para la adicción como contra la ansiedad y otros estados de ánimo», asegura Ulrike Heberlein, PhD, profesora de Anatomía y Neurología de la UCSF y autor principal de la investigación.
Nuevos experimentos están ya en marcha. Si resultan positivos se podría tener también una terapia útil contra la obesidad, en los casos de las personas que comen de forma compulsiva.
Un interruptor de recompensa
De momento, se cuenta solo con la información que aportan las moscas. El experimento consistió en juntar a moscas hembras vírgenes con otras que ya habían copulado. Las vírgenes siempre están receptivas a copular con los machos, pero una vez que lo han hecho ellas pierden el interés por el sexo durante algún tiempo. Este fenómeno, ya conocido, se debe a la influencia de una sustancia que los machos les inyectan junto al esperma.
Los machos insisten en seguir copulando hasta que dejan de intentarlo. Cuando los científicos observaron este comportamiento cambiaron a los machos rechazados junto a otros que habían mantenido relaciones pero no lo habían intentado de nuevo (no rechazados) a un nuevo contenedor. Este nuevo envase tenía además dos tipos de comida: una sin alcohol y otra con un porcentaje de alcohol al 15%. El resultado fue que los machos rechazados optaron por la comida con alcohol, más que sus congéneres satisfechos. La diferencia no sólo era evidente en su comportamiento. Se podía predecir por los niveles del neuropéptido F en su cerebro. Las moscas que se aparearon con éxito tenían niveles muy altos de esta molécula en el cerebro y, por eso, bebieron poco alcohol. En las rechazadas, los niveles eran más bajos y, por eso, buscaron como recompensa beber hasta intoxicarse.
Esta molécula actúa como un interruptor para activar el sistema de recompensa en el cerebro «y lo traduce en un comportamiento de búsqueda de recompensa», explica Galit Shohat-Ofir, PhD, primer autor del nuevo estudio.
Una idea disparatada
El estudio comenzó, al principio, como una idea «disparatada». El equipo de Shohat sospechaba que podría haber un mecanismo molecular en el cerebro que vinculaba experiencias sociales como el rechazo sexual a estados psicológicos como la depresión, en los que también juega un papel el sistema de recompensa cerebral. Así que decidieron probar si las moscas que fueron rechazadas sexualmente serían también más propensas a darse a la bebida.
En el laboratorio comprobaron que a las moscas, si se les deja, son capaces de beber hasta intoxicarse. Este comportamiento compulsivo se alteró cuándo se modificaban los niveles de ese neuropéptido a causa de su experiencia sexual. Por eso, las moscas apareadas eran menos propensas a buscar esas experiencias gratificantes, en forma de alcohol.
Los investigadores manipularon genéticamente el nivel de esta molécula y consiguieron que los machos vírgenes actuaran como si estuvieran satisfechos sexualmente y dejaran voluntariamente de consumir alcohol. Y, al contrario.
El hallazgo tiene gran relevancia para hacer frente a la adicción en humanos, aunque se podrían tardar años en desarrollar estos nuevos tratamientos debido a la complejidad de la mente humana.
El estudio comenzó, al principio, como una idea «disparatada». El equipo de Shohat sospechaba que podría haber un mecanismo molecular en el cerebro que vinculaba experiencias sociales como el rechazo sexual a estados psicológicos como la depresión, en los que también juega un papel el sistema de recompensa cerebral. Así que decidieron probar si las moscas que fueron rechazadas sexualmente serían también más propensas a darse a la bebida.
En el laboratorio comprobaron que a las moscas, si se les deja, son capaces de beber hasta intoxicarse. Este comportamiento compulsivo se alteró cuándo se modificaban los niveles de ese neuropéptido a causa de su experiencia sexual. Por eso, las moscas apareadas eran menos propensas a buscar esas experiencias gratificantes, en forma de alcohol.
Los investigadores manipularon genéticamente el nivel de esta molécula y consiguieron que los machos vírgenes actuaran como si estuvieran satisfechos sexualmente y dejaran voluntariamente de consumir alcohol. Y, al contrario.
El hallazgo tiene gran relevancia para hacer frente a la adicción en humanos, aunque se podrían tardar años en desarrollar estos nuevos tratamientos debido a la complejidad de la mente humana.
Hallan un «error fatal» en un experimento histórico sobre la selección sexual
El clásico estudio de Bateman de 1948 estableció que los machos son promiscuos y ellas, exigentes, pero cometió varios fallos, según científicos estadounidenses.
Un estudio clásico de 1948 que sugiere que los machos son más promiscuos y las mujeres más exigentes en la selección de compañeros sexuales puede ser erróneo, según científicos de la Universidad de California UCLA que han sido los primeros en repetir el histórico experimento utilizando los mismos métodos que el original.
El clásico estudio de Bateman de 1948 estableció que los machos son promiscuos y ellas, exigentes, pero cometió varios fallos, según científicos estadounidenses.
Un estudio clásico de 1948 que sugiere que los machos son más promiscuos y las mujeres más exigentes en la selección de compañeros sexuales puede ser erróneo, según científicos de la Universidad de California UCLA que han sido los primeros en repetir el histórico experimento utilizando los mismos métodos que el original.
En 1948, el genetista inglés Angus John Bateman publicó un estudio que mostraba que los machos de la mosca de la fruta (Drosophila melanogaster) obtienen una ventaja evolutiva si tienen múltiples compañeras, mientras que a las hembras no les ocurre lo mismo. Estas conclusiones han influenciado la biología evolutiva desde hace décadas.
«El de Bateman es el estudio experimental sobre selección sexual más citado en la actualidad», afirma Patricia Adair Gowaty, profesora de ecología y biología evolutiva. Sin embargo, a pesar de resultar tan influyente, el experimento nunca se repitió con los métodos originales. El equipo de la UCLA decidió hacerlo por primera vez y encontraron que algunos aspectos fundamentales del estudio no eran correctos. «Posiblemente el trabajo de Bateman nunca debería haber sido publicado», afirma la investigadora.
El experimento original con la mosca de la fruta se llevó a cabo mediante la creación de múltiples poblaciones aisladas: grupos de cinco machos y cinco hembras o tres machos y tres hembras encerradas en un frasco. Los insectos se aparearon libremente y Bateman examinó las crías que llegaron a la edad adulta.
Los genetistas modernos utilizan pruebas moleculares para determinar la filiación genética de cada hijo, pero el análisis de ADN no estaba disponible en la década de los 40. En su lugar, Bateman eligió a sus ejemplares iniciales cuidadosamente, seleccionando moscas con mutaciones únicas visibles que podrían ser transferidas de padres a hijos. Así los lazos familiares serían fácilmente reconocibles.
Las mutaciones fueron extremas. Algunas de las moscas tenían alas rizadas, otras pelos gruesos, y otras tenían los ojos reducidos a una hendidura. Las diferencias externas de cada cría permitió a Bateman determinar la paternidad de algunas de las moscas de la progenie. Una mosca con alas rizadas y cerdas espesas, por ejemplo, sólo podría haber venido de un emparejamiento posible.
«El de Bateman es el estudio experimental sobre selección sexual más citado en la actualidad», afirma Patricia Adair Gowaty, profesora de ecología y biología evolutiva. Sin embargo, a pesar de resultar tan influyente, el experimento nunca se repitió con los métodos originales. El equipo de la UCLA decidió hacerlo por primera vez y encontraron que algunos aspectos fundamentales del estudio no eran correctos. «Posiblemente el trabajo de Bateman nunca debería haber sido publicado», afirma la investigadora.
El experimento original con la mosca de la fruta se llevó a cabo mediante la creación de múltiples poblaciones aisladas: grupos de cinco machos y cinco hembras o tres machos y tres hembras encerradas en un frasco. Los insectos se aparearon libremente y Bateman examinó las crías que llegaron a la edad adulta.
Los genetistas modernos utilizan pruebas moleculares para determinar la filiación genética de cada hijo, pero el análisis de ADN no estaba disponible en la década de los 40. En su lugar, Bateman eligió a sus ejemplares iniciales cuidadosamente, seleccionando moscas con mutaciones únicas visibles que podrían ser transferidas de padres a hijos. Así los lazos familiares serían fácilmente reconocibles.
Las mutaciones fueron extremas. Algunas de las moscas tenían alas rizadas, otras pelos gruesos, y otras tenían los ojos reducidos a una hendidura. Las diferencias externas de cada cría permitió a Bateman determinar la paternidad de algunas de las moscas de la progenie. Una mosca con alas rizadas y cerdas espesas, por ejemplo, sólo podría haber venido de un emparejamiento posible.
Una muestra sesgada
Sin embargo, el método de Bateman, vanguardista para su época, tenía un «error fatal», según Gowaty. Imagine el hijo de una madre de alas rizadas y un padre sin ojos. La cría tiene la misma oportunidad de tener las dos mutaciones, solo la mutación del padre, solo la mutación de la madre o no tener mutación alguna. Para saber qué mosca se acopló con cuál, Bateman utilizó solo las crías con dos mutaciones, ya que éstas eran las únicas por las que podía identificar específicamente tanto a la madre como al padre. Pero contando solo los hijos con dos mutaciones, Bateman se quedó con una muestra sesgada, según la nueva investigación. En la repetición del experimento de Bateman, Gowaty y sus colegas descubrieron que las moscas con dos mutaciones graves tienen menos probabilidades de sobrevivir hasta la edad adulta.
Las moscas utilizan sus alas no solo para volar, sino también para atraer a su pareja antes del sexo, por lo que las alas rizadas presentan una gran desventaja para ellas. Las que tienen los ojos deformados pueden tener aún más problemas para sobrevivir. El 25% de las crías que nacían con ambas mutaciones eran aún más propensas a morir antes de ser contadas por Bateman o Gowaty.
Gowaty encontró que el grupo de crías con doble mutación era significativamente inferior al esperado del 25%, lo que significa Bateman habría sido incapaz de cuantificar con exactitud el número de emparejamientos para cada sujeto adulto. Además, su metodología daba más descendencia a los padres que las madres, algo que es imposible, ya que que cada hijo debe tener un padre y una madre.
Bateman llegó a la conclusión de que las moscas de la fruta macho producían muchos más descendientes viables cuando tenían múltiples parejas, pero que las hembras producían el mismo número de hijos viables independientemente de que tuvieran una pareja o muchas. Los científicos de UCLA creen que los datos eran poco concluyentes y los resultados, sesgados. El método no es capaz de decir con precisión la relación entre el número de parejas y el número de hijos. Sin embargo, las cifras de Bateman se ofrecen en numerosos libros de biología, y su trabajo ha sido citado en casi 2.000 estudios científicos.
Sin embargo, el método de Bateman, vanguardista para su época, tenía un «error fatal», según Gowaty. Imagine el hijo de una madre de alas rizadas y un padre sin ojos. La cría tiene la misma oportunidad de tener las dos mutaciones, solo la mutación del padre, solo la mutación de la madre o no tener mutación alguna. Para saber qué mosca se acopló con cuál, Bateman utilizó solo las crías con dos mutaciones, ya que éstas eran las únicas por las que podía identificar específicamente tanto a la madre como al padre. Pero contando solo los hijos con dos mutaciones, Bateman se quedó con una muestra sesgada, según la nueva investigación. En la repetición del experimento de Bateman, Gowaty y sus colegas descubrieron que las moscas con dos mutaciones graves tienen menos probabilidades de sobrevivir hasta la edad adulta.
Las moscas utilizan sus alas no solo para volar, sino también para atraer a su pareja antes del sexo, por lo que las alas rizadas presentan una gran desventaja para ellas. Las que tienen los ojos deformados pueden tener aún más problemas para sobrevivir. El 25% de las crías que nacían con ambas mutaciones eran aún más propensas a morir antes de ser contadas por Bateman o Gowaty.
Gowaty encontró que el grupo de crías con doble mutación era significativamente inferior al esperado del 25%, lo que significa Bateman habría sido incapaz de cuantificar con exactitud el número de emparejamientos para cada sujeto adulto. Además, su metodología daba más descendencia a los padres que las madres, algo que es imposible, ya que que cada hijo debe tener un padre y una madre.
Bateman llegó a la conclusión de que las moscas de la fruta macho producían muchos más descendientes viables cuando tenían múltiples parejas, pero que las hembras producían el mismo número de hijos viables independientemente de que tuvieran una pareja o muchas. Los científicos de UCLA creen que los datos eran poco concluyentes y los resultados, sesgados. El método no es capaz de decir con precisión la relación entre el número de parejas y el número de hijos. Sin embargo, las cifras de Bateman se ofrecen en numerosos libros de biología, y su trabajo ha sido citado en casi 2.000 estudios científicos.
Resultado «reconfortante»
«Nuestras visiones del mundo limitan nuestra imaginación», dice Gowaty. «Para algunas personas, el resultado de Bateman fue tan reconfortante que no valía la pena ponerlo en cuestión. Creo que la gente lo aceptó».
Charles Darwin, y más tarde Bateman, se pegaron a la idea de que las hembras de una especie tienden a ser exigentes y pasivas, mientras que los machos, mucho más promiscuos, competían por su atención. En las últimas décadas, sin embargo, los biólogos evolutivos han mostrado que la historia es mucho más complicada. Gowaty, interesada en los hábitos de apareamiento de las hembras en los insectos y las aves, cree que tener varios compañeros sexuales puede ser una respuesta contra el depredador más grande del mundo: la enfermedad. Así, es más fácil tener hijos con los anticuerpos adecuados para sobrevivir a la próxima generación de virus, bacterias y parásitos.
Para la investigadora, quedan muchas preguntas abiertas cuando se trata de hábitos de apareamiento de las hembras, ya sea en moscas de la fruta o en otras especies. «Sacudir los cimientos del paradigma de Bateman puede ayudar a examinar este campo desde una nueva perspectiva», dice.
«Nuestras visiones del mundo limitan nuestra imaginación», dice Gowaty. «Para algunas personas, el resultado de Bateman fue tan reconfortante que no valía la pena ponerlo en cuestión. Creo que la gente lo aceptó».
Charles Darwin, y más tarde Bateman, se pegaron a la idea de que las hembras de una especie tienden a ser exigentes y pasivas, mientras que los machos, mucho más promiscuos, competían por su atención. En las últimas décadas, sin embargo, los biólogos evolutivos han mostrado que la historia es mucho más complicada. Gowaty, interesada en los hábitos de apareamiento de las hembras en los insectos y las aves, cree que tener varios compañeros sexuales puede ser una respuesta contra el depredador más grande del mundo: la enfermedad. Así, es más fácil tener hijos con los anticuerpos adecuados para sobrevivir a la próxima generación de virus, bacterias y parásitos.
Para la investigadora, quedan muchas preguntas abiertas cuando se trata de hábitos de apareamiento de las hembras, ya sea en moscas de la fruta o en otras especies. «Sacudir los cimientos del paradigma de Bateman puede ayudar a examinar este campo desde una nueva perspectiva», dice.
POR: N. RAMÌREZ DE CASTRO. / J. DE JORGE. ABC.ES
ARREGLOS FOTOGRÀFICOS: ALBERTO CARRERA
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