jueves, 31 de mayo de 2012

QUE ES LA PROCRASTINACIÒN...?

Una epidemia de nuestros días.

La procrastinación es un complejo transtorno del comportamiento que a todo el mundo nos afecta en mayor o menor medida. Consiste en postergar de forma sistemática aquellas tareas que debemos hacer, que son cruciales para nuestro desarrollo y que son reemplazadas por otras más irrelevantes pero más placenteras de llevar a cabo. Es asumida popularmente como simple "pereza".


Afecta a multitud de perfiles (el ejecutivo que aplaza una y otra vez una reunión porque la prevee conflictiva, el estudiante que aplaza indefinidamente el estudiar para sus exámenes,etc.) y cada vez más se está convirtiendo en un serio de problema que afecta a al salud psicológica de los individuos y, por ende, a la salud social de una comunidad.
 
La procrastinación es un fenómeno que se ha descubierto de tal complejidad que resulta difícil analizarlo, por las complicaciones que presenta en identificar sus orígenes así como las muchas relaciones causa-efecto que se realimentan entre sí. Todo esto dibuja un cuadro polifacético que resulta muy complejo de analizar. En este artículo sin embargo voy a intentar al menos "darle una puntilla" al asunto, con la ayuda de algunas referencias que existen dentro de la literatura científica sobre el tema.

La procrastinación se manifiesta ante todo como una pésima gestión del tiempo. El "procrastinador" suele o bien sobrestimar el tiempo que le queda para realizar una tarea, o bien subestimar el tiempo necesario -según sus recursos propios- para realizarla. Éstos son solamente un par de los muchos autoengaños en los que el procrastinador incurre. Como veremos más adelante, una de las actitudes típicas de un perfil determinado de procrastinador es la excesiva autoconfianza., una falsa sensación de autocontrol y seguridad. Por ejemplo, imaginen que se nos da 15 días para presentar un informe. En nuestro fuero interno estamos convencidos que solo necesitaremos 5 días para hacerlo, incluso menos. En ese momento pensamos "hay tiempo de sobra, no es necesario ni siquiera empezar a hacerlo!". Y se posterga día tras otro una tarea que no solamente no nos ilusiona hacer, si no que, en cierta manera "ya hemos terminado" en nuestra mente confiada cuando ni siquiera hemos movido un dedo por ella. Al acercarse el plazo de entrega de forma peligrosa, de repente, nos damos cuenta de que no seremos capaces de cumplir con la tarea que se nos ha asignado. Entonces pensamos "No tengo esto bajo control, no tendré tiempo!!" y comenzamos a trabajar en ello de forma atropellada, con una gran carga de estrés.


En ese momento aparece en escena otro autoengaño, y es el aquél de "Solo bajo presión trabajo bien". Lógicamente, porque realmente no hay otra opción en ese punto!.

Frecuentemente esta actitud y manera de proceder es típica de personas que confían mucho en sus posibilidades. Si, además, es realmente así -la persona tiene realmente esas capacidades- es posible que el final de la historia sea que aquella tarea se entregue en el plazo y con unos resultados óptimos. Esto envía un mensaje aparentemente erróneo al procrastinador ("mira qué nota he sacado a fin de cuentas!") que observa como ha obtenido una recompensa a su forma estresada de trabajar; por lo que reiterará en su conducta, aunque ésta siempre le traiga ansiedad y problemas en general.

Los causas o motivos que pueden llevar a una persona a padecer de procrastinación son tan diversos y complejos que resultaría muy correoso plasmarlos en un solo artículo. Hay personas que "procrastinean" de resultas de un estado depresivo (la depresión conduce a estados de letargo). Otras en cambio son amantes del perfeccionismo, y ésto las priva de empezar a realizar proyectos porque temen que no podrán hacerlo tan perfecto como ellas desean, y por lo tanto pierden la motivación. También una baja tolerancia a la frustración ayuda a "dejar las cosas de lado", por miedo a que nos desborden y por tanto por miedo a cómo nos sentiremos entonces. Otro perfil muy distinto sería el de aquellas personas muy activas que disfrutan gestando ideas, pero que no pueden finalizarlas porque enseguida se distraen generando ya la siguiente; y postergan así decenas de tareas que obviamente no tienen tiempo para completar.

Y eso solo mencionando una minúscula porción de los muchos perfiles de procrastinador que se pueden encontrar.

Seguramente usted que está leyendo estas líneas se haya visto identificado en alguna de las frases de este artículo. Se habrá recordado a sí mismo leyendo el diario en la oficina con una lista de tareas por hacer, yendo a la cafeteria justo en el instante en que se propuso empezar un proyecto, navegando por internet mientras su teléfono sonaba con un cliente/jefe incómodo al otro lado llamando... etc.

El hecho de que sea un mal muy extendido y que se trate de un fenómeno de por sí fascinante por su complejidad y riqueza de matices, hace que merezca la pena su estudio, tanto a nivel académico -que ya se viene realizando- como a nivel individual y colectivo.

(es una copia del artículo original escrito en Societyof2000.org en 2005)


Penetrar en la Realidad    

La inmensa mayoría de los artículos en este blog se han dedicado a describir qué entendemos por procrastinación, mediante análisis, analogías, ejemplos, etc.

En un intento de no parecer reiterativo, me he planteado utilizar una estrategia algo distinta para aportar algo más, pero distinto, al estudio de este fenómeno social. Finalmente he decidido apostar por atacar el tema mediante la descripción de su contrario, de su concepto antagónico.

La pregunta de partida era: ¿Qué sería lo opuesto a la Procrastinación? ¿Cómo es el perfil del “antiprocrastinador”?

La respuesta a la que llegué, primero por impulso y luego por convergencia, fue la siguiente: lo contrario de la procrastinación es Penetrar en la Realidad.

Es cierto que esta frase así, suelta, puede sonar tan contundente como vacía o pretenciosa. Así que requiere de una argumentación más o menos consistente para avanzar. Allá vamos, pues.

Uno de los pocos denominadores comunes de este complejo fenómeno es la evitación de la realidad. En este contexto se entiende como realidad a las tareas cotidianas que hay que completar de manera obligatoria. Es decir, no hay que entender esta conducta de evitación como la huida total de la realidad que busca, por ejemplo, alguien que se entrega a los estupefacientes o cualquier otra forma similar de alineación de la misma realidad física, perceptual. Eso sería otro tema.

El procrastinador es un ser consciente de su realidad, de su entorno de obligaciones, responsabilidades... pero busca de manera más o menos consciente también zafarse de esa realidad, maquillándola sobre todo mediante el autoengaño. Y la mejor manera que encuentra para ello es la postergación, el aplazamiento aparentemente inocuo de esas tareas que rehusa hacer al no ser capaz de sintetizar en su mente de manera clara los beneficios de hacerla o los perjuicios de no hacerla.


La gran mayoría de las personas que vivimos en entornos urbanos-tecnológicos modernos somos procrastinadores en mayor o menos medida. Salvo en casos extremos, no procrastinamos todo evidentemente. El procrastinador promedio quizá no sea un ciudadano ejemplar (según el criterio “estándar”) pero tampoco es un deshecho social. A veces incluso todo lo contrario.

Por ejemplo, un procrastinador podrá aplazar realizar una llamada importante a un cliente sobre un tema concreto, pero no postergará cambiar los pañales a su hijo o tomarse una pastilla si se siente mal. El motivo es evidente: el beneficio o perjuicio de postergar alguna de estas tareas se muestra de manera instantánea y palpable. Es decir, el feedback de la postergación es inmediato. En esas condiciones, es muy difícil encontrar a alguien que ‘procrastine’. Así que de nuevo, no es ése el tema.

Penetrar en la realidad es nadar justamente en sentido opuesto a la procrastinación, las antípodas de la conducta de evitación. Consiste en, como reza una expresión muy castiza “tomar al toro por los cuernos”.

Quizá no sea preciso hacer un abuso del lenguaje y emplear una expresión tan tremebunda para esto, una expresión que sería mejor reservarla para momentos de verdadera emergencia. ¿Es posible para una persona de hábitos procrastinadores crónicos cambiar de personalidad como un calcetín volteado y empezar a desempeñar sus tareas en orden, tiempo y forma?

Aparentemente, la respuesta es un rotundo NO. Quienes conozcan de cerca la procrastinación bien por padecerla en carne propia, bien por tener a alguien cercano que lo padezca, sabe que a un procrastinador no se le puede despachar fácilmente con una palmadita en la espalda diciéndole “Venga, ¡hazlo ya!”. Por desgracia no es tan sencillo. Las conductas de las personas adultas, sus hábitos... tienen una carga de inercia tal que las auténticas revoluciones de personalidad solo pueden llegar mediante sucesos realmente extraordinarios, y no siempre agradables, como grandes desgracias, accidentes, enfermedades que afecten al cerebro, experiencias profundas con medicinas psicotrópicas, etc.

Sin embargo, soy de la opinión de que no es necesario ir a extremos para poder experimentar transformaciones lo suficientemente grandes como para que impliquen un verdadero cambio de rumbo vital. A mejor, se entiende.

Para ello, el procrastinador puede —paradójicamente— emplear alguno de sus ratos de procrastinación para dedicarlos a la meditación. La meditación consiste en ejercitar la concentración en un “punto”. Aquí, ese punto puede ser un objeto, un paisaje, una idea...

La meditación no es una tarea nada sencilla. Muchas personas (por ejemplo, los monjes) dedican su vida entera a ello. La clave de la meditación, para que sea exitosa, consiste en relajar la mente en espera que sea atormentada automáticamente por pensamientos fugaces de todo tipo. Entonces, dejarlos pasar, ignorándolos, para que se desvanezcan y entonces poder darle la máxima concentración al objeto de nuestra meditación.

La propuesta que quiero hacer en este artículo, la recomendación, es que el procrastinador medite sobre el concepto de Penetrar en la realidad, según la estrategia que mejor se adapte a sus esquemas mentales. Quizá como orientación puedo comentar cómo lo hago en mi caso, que tengo una mente bastante visual y necesito por ende “visualizar” las cosas, aunque estas sean abstractas o conceptuales. Sin embargo es algo bastante común como estrategia de meditación.

El método consiste en, previo despojo de tantas fuentes de distracciones como sea posible, visualizar nuestra “realidad obligatoria”. Es decir, materializar los pensamientos sobre aquellas tareas que nos urgen, que están siendo postergadas, que no nos gustan o que sencillamente no sabemos si nos gustan porque todavía no nos hemos puesto a aforntarlas. Visualizarlas como si fueran objetos dentro de una habitación, por ejemplo, situarlas como algo más o menos tangible a pocos centímetros de nuestra mirada. Posteriormente, proyectar nuestro “yo” dentro de ese espacio mental, o sea, penetrar en esa realidad metafórica para comprobar primero que “no muerde”, que esas tareas no son nuestras enemigas o nuestra amenaza, y que podemos lidiar con ellas sin tener que experimentar ese sufrimiento supino y artificial con el que alimentábamos nuestra procrastinación.

A veces, esta meditación no tiene porque ser puramente abstracta, no tiene porque realizarse sentado mirando el infinito o una pared en blanco. Cualquier técnica sirve con tal de llegar al punto crítico deseado: el de superar el umbral de activación, esa barrera invisible y despiadada que nos separa de nuestro éxito, de nuestra satisfacción. Para poder superar ese punto crítico, esa dura barrera invisible, a veces es preciso meditar mediante la realización de actos.

Por ejemplo, estamos postergando la escritura de un guión, una cotización, un proyecto, etc. porque todavía está en un grado tan abstracto que siempre se le da vueltas por la cabeza pero nunca se llega ni a iniciar. Pues bien, a veces dar el paso de tomar una hoja de papel en blanco y empezar a escribir encima de ella de nuevo esa tarea, aunque sea a un nivel básico, aunque al inicio nos cause una sensación muy desagradable; al plasmar físicamente objetos que estaban olvidados, postergados (pero que tenemos que afrontar) y que al pasar a la realidad física en forma de letras o dibujos en un papel parecen burlarse de nosotros, recordarnos lo inútiles que nos sentimos... en resumen que aparecen nuestros fantasmas delante de nosotros.

Es ése el punto exacto donde un pequeño suplemento de esfuerza extra es más que suficiente para neutralizar esos fantasmas, que con una facilidad sorprendente ceden el paso a la penetración en nuestra realidad, donde nada muerde y donde todo es factible. Donde las tareas se pueden llegar a completar del todo o parcialmente, y donde nuestros proyectos se materializan con vida propia, en forma de la versión imperfecta de nuestros sueños, lo cual ya está bien, porque añaden ese saludable punto de incertidumbre que será el día de mañana la semilla de nuevos e interesantes retos vitales.


La filosofía Kaizen y la procrastinación

Repasando los comentarios que los usuarios escriben en este blog, me encuentro con uno que me llama especialmente la atención. Cito parcial pero textualmente el comentario concreto de Uriel:

¿Cómo salir del hoyo creativo?
Una de tantas tareas que me produce
procrastinación: cuando estoy redactando
un resumen en Word,
me pierdo en los interminables cambios
y ajustes motivados con los pensamientos
de "de qué otra forma puedo redactar esta idea;
y si intento mejor eso otro?" y "cómo se verá mejor?
 qué fuente, tamaño, color se verá mejor".

[...]

Este patrón es bastante frecuente entre aquellas personas que padecen la procrastinación en procesos creativos. ¡Ojo! cuando hablo de procesos creativos lo hago de forma literal, no solamente a aquellas personas que se dedican a las "artes canónicas". Redactar un e-mail es un proceso creativo sin duda alguna.

Uno de los principales amigos de la procrastinación y por lo tanto enemigos del procrastinador es el Perfeccionismo. Muchas tareas y por ende proyectos se quedan estancados por culpa de una enfocarlos con una mentalidad perfeccionista o demasiado detallista. Las dudas, al igual que en el caso de Uriel, nos asaltan constantemente ("¿Cómo quedaría esto de otro modo? ¡No me convence cómo quedó este párrago!) y acaban por literalmente devorar nuestro poco tiempo disponible. Al final los proyectos no avanzan y caen en un triste abandono debido a que invertimos gran parte del tiempo regodeándonos en nuestras dudas sobre si lo que estábamos haciendo era el máximo, estaba al 100% bien.

A pesar de que buscar la perfección es un sentimiento loable, la verdad es que las utopías no se llevan muy bien con la realidad. Al igual que es reprochable que existan muchas personas que rechacen la perfección, o incluso lo bueno (aristofobia) y se sientan satisfechas despachando cualquier asunto de manera mediocre, también es reprochable un este perfeccionismo paralizante.

Hace tiempo alguien me habló de la filosofía Kaizen. La palabra Kaizen, que proviene del idioma japonés, vendría a significar algo así como "mejora progresiva", y es una práctica que incide en la idea de "primero se hace, después se mejora". La filosofía Kaizen se suele implantar en los procesos productivos de fábricas, pero bien se podría extrapolar en la productividad personal.

En la perspectiva Kaizen, el primer objetivo es finalizar la producción de lo que se busca producir. Posterior e inmediatamente, se repasa tanto el producto como el proceso de producción, desglosándolo en cada una de sus partes en búsqueda de dónde se puede mejorar, y cómo. Una vez realizado dicho estudio, que se hace ya sin las prisas de tener que finalizar el producto, se reinicia el proceso de producción de una "versión 2.0" pero esta vez implementando las mejoras que ya están redactadas y listas para su ejecución. Y así sucesivamente.

Así, la filosofía Kaizen no renuncia a aspirar a la perfección, pero lo hace integrando la imperfección durante el proceso a ella. O, como se menciona en el blog Hábitos Vitales, "Abrazando la imperfección".

Lógicamente el Kaizen no es un camino de rosas, sobre todo en aquellas personas que tienen que desarrollar un proyecto creativo más extenso. Un director de cine tiene que repetir muchas veces las escenas del rodaje (aspira a la perfección de su obra) pero le resulta amargo tener que volver sobre sus pasos y revisitar la misma, por eso no suelen ver sus propias películas una vez finalizadas; al igual que al escritor lo que más le cuesta es repasar su novela o su ensayo desde el principio que le parece lejano en busca de errores y modificaciones. Si no lo hiciera, su obra sería cuanto menos imperfecta cuando no mediocre. Si por el contrario se regodea en repasarla a cada rato, caerá en la parálisis realizadora y las musas de la creatividad huirán despavoridas para quién sabe si volver algún día, dejando paso a los fantasmas de la procrastinación.

Por ejemplo he de confesar que a día de hoy no estoy 100% contento con este blog. Se que hay muchas cosas que mejorar en muchos aspectos y otras que añadir o quitar. Pero si me hubiera quedado paralizado en esos pensamientos jamás habría salido a la luz y, con todas sus imperfecciones, ya ha sido leído y siendo leído por muchas personas que, habida cuenta de sus comentarios, lo encuentran de utilidad.

Así que, amigo/a que te encuentras en mitad de un arduo proceso creativo (y que quizá hayas venido a parar a esta página en una de esas parálisis perfeccionistas improductiva), un consejo: CORTA y posteriormente RECORTA. 


El procrastinador y la flexibilidad laboral

Un asunto pendiente periódicamente en los medios y en la política es de la conciliación de la vida familiar y laboral. Con ambos cónyuges trabajando ocho horas al día (o más) tener hijos y atenderlos resulta muy complicado.

Se han implementado algunas medidas tímidas, como las jornadas reducidas, aumentar la baja maternal / paternal, etc. Queda todavía un trecho largo de medidas realmente efectivas, sobre todo orientadas a colocar guarderías y escuelas adyacentes a los centros de trabajo de los padres, que tratan de adaptar sus horarios a los horarios de los hijos. Ahora bien, ¿cuándo se conciliará la vida laboral con la vida personal? Se nos impone un horario laboral estándar en la mayoría de empleos. El típico de 'nueve a cinco'. Esos horarios… ¿son los óptimos para maximizar el rendimiento de todos los trabajadores?

A menudo en países que padecen de falta de eficiencia se plantea un aumento de la productividad añadiendo horas de trabajo, en lugar de aumentar la mano de obra o estudiar mejorar la existente mediante optimización y eficiencia. Está demostrado que esas horas extra, a menudo no remuneradas, contribuyen poco o nada a la productividad. Son las ocho de la tarde, ya es oscuro y todavía pueden verse numerosas oficinas con la luz encendida, con sufridos empleados apurando informes para el día siguiente. Adiós conciliación laboral y personal, y ya ni hablar de la familiar…

¿Qué está sucediendo? Pues que el empleado alarga su jornada laboral para acabar trabajando lo mismo.

El mismo volumen, quizá con peor calidad. ¿Cuál es el ratio, dentro de esa jornada laboral, de trabajo efectivo versus ratos de procrastinación?

Es frecuente, sobre todo en centros de trabajo con oficinas, que el periodo del día más improductivo sea la media mañana. Los trabajadores entran a primera hora con cierto impulso, comprueban si existen "fuegos" pendientes de apagar, se hacen una composición de lugar (que incluye revisar la agenda de la jefa o directivo superior) y una vez verificado que no existen urgencias que puedan amenazar el día, se produce un momento de relax planificado, que suele coincidir con el ratito del primer café. Tras esa pausa, volver a una velocidad de trabajo de crucero es complicado, y es entonces cuando hace acto de presencia la procrastinación, en muchas de sus formas de expresión: responder correos irrelevantes, dedicarle tiempo a tareas no urgentes, Twitter, Facebook, SMS, el periódico, etc. etc. queda todavía mucha jornada por delante y la mente se relaj

Recuperar una inercia productiva en este punto, habida cuenta que esa jornada quedará justamente partida a tiempo por la hora del almuerzo es difícil. Luego la tarde transcurre rápidamente, se acerca la hora teórica de salida, entonces viene la inspiración, la urgencia, el trabajo intenso… y las pocas horas realmente eficientes de la jornada, que a menudo han de abortarse al salir precipitadamente a atender los deberes domésticos. Luego se llega a casa, se atienden dichas tareas, y en la cama, a oscuras… la mente va a toda velocidad con pensamientos, ideas, reproches también… momentos en los que toda ese energía mental no se puede canalizar y solo se puede pensar en dormirse como sea. La productividad y la preparación viven con el paso cambiad

¿Qué sucedería si tuviéramos tanta flexibilidad para basar nuestro horario laboral a nuestros ciclos de actividad o inspiración mental? ¿Sería la solución?

Los artistas y profesionales liberales tienen la oportunidad de hacerlo, sin embargo no solamente están libres del fantasma de la procrastinación, si no que con frecuencia son las víctimas más crudas, ya que padecen de manera totalmente directa las consecuencias perniciosas de la misma. Poder sentarse en pijama delante del ordenador, de madrugada, a escribir, dibujar, etc. cuando el silencio y la inspiración están en su clímax es óptimo, productivo, eficiente… circunstancia que se compensa por el otro lado de la moneda: la falta de supervisión directa, la mayor exposición a las distracciones, la reacción adversa a un exceso de presión…

En resumen, podríamos decir que aquellos trabajos creativos que no dependen directamente de un horario (porque no dependen de los ciclos de luz del día, por ejemplo) tener la posibilidad o la suficiente flexibilidad para no insistir en trabajar cuando se pasan por momentos de bloqueo sensibles a la procrastinación, tener la capacidad de desconectar por completo, entregarse a las distracciones hasta la repulsión, y no fijar la jornada laboral en tiempo de reloj si no en productividad neta. Tanto en trabajos por cuenta ajena como por cuenta propia, en este último caso buscando una cierta supervisión para introducir el grado suficiente de disciplina que ayude a superar el umbral de activación para retomar las tareas.


POR:  PROCRASTINACION.ORG
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA


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