viernes, 18 de mayo de 2012

ARTE DRAG QUEENS MENDOZA.

Ellos o ellas, Drag Queens

Nacieron en la trasnoche gay y ahora se extendieron a diversos públicos. Estos personajes que viven de la transformación no son travestis y buscan provocar.
"Puedes llamarme él, puedes llamarme ella. Puedes llamarme Regis y Kathie Lee. No me importa, con tal de que me llames”
Letting it all hang out: an Autobiography, de Ru Paul.


Sergio Sotelo (37), Ariel García (39) y Maximiliano Benítez (26) no tienen de día nada que los diferencie del resto de los mortales de su género. Ni siquiera sus nombres. La noche es en cambio la que fuerza su apariencia de seres extraños, diferenciables.

Sergio es de estatura media, cuero cabelludo pulido, ojos profundos enmarcados por lentes cristalinos que dan la pauta de un tipo tímido. Aunque descarta esa impresión con la primera muestra de su verborragia colombiana. A su lado, Ariel no tiene anteojos, aunque agudiza la vista para asegurarse la radiografía del interlocutor desconocido.

Ambos, compañeros de escena por algo más de una década, se ríen contagiados por Maximiliano. Él es diez años más joven que ellos, algo más alto y calvo como Sergio. No tiene el bagaje de sus colegas, pero asegura su presencia con una desopilante desenvoltura forjada durante una adolescencia de libertades en Buenos Aires.



"No aparentamos de forma clara el sexo al cual pertenecemos, somos más andróginos (mujeres masculinizadas, hombres femeninos), que otra cosa", dice Sergio. En cambio, para Maxi son "hombres a los que les gusta transformarse en divas para un espectáculo específico, exagerando ciertos rasgos femeninos, a veces con algo de animalesco y futurista".


“Drag Queens”, “Reinas de la noche”

Las maneras en que nombran su actividad no se mueven más allá de estos términos y eligen el primero como definición primordial.
Son drags, no travestis. Salen a la calle como chicos, aunque la noche los encuentre como divas. Por eso difícilmente su oficio nocturno sea sugerido por el jean y el buzo con capucha que muestran Sergio, Ariel y Maxi cuando hacen, respectivamente, del maquillador y encargado de un carrito de comidas rápidas; del niñero, y del chico aporteñado que ayuda a su pareja en un drugstore godoicruceño.

Fue en la década de 1980 cuando este tipo de transformación tuvo su primera referente. La rubia inolvidable Divine, como se hacía llamar Harris Glenn Milstead –cantante y actor estadounidense que introdujo esta caracterización de la mano de la música dance y electropop–, se convirtió en el puntapié de la provocación.

“Quién no ha querido una diosa licántropa, en el ardor de una noche romántica...”. Es jueves, día de ensayo. La loba de Shakira suena en el altoparlante de un equipo de radio atado con alambre.

Sergio, Ariel y Maxi están en la pista, ahora vacía y oscura, de Queen Disco, el boliche donde todos los fines de semana sucede la “metamorfosis drag”.

Shakira es colombiana, como Sergio Sotelo, que elige la canción para arrancar la performance. Licantropía dicen, se refiere a un “trastorno mental en el que el enfermo se imagina transformado en lobo”. Dos días después, cuando el espectáculo ocurra, ellos serán lobos/as, lagartos/as, panteras negras o rosas y todo aquello que les permita su ingenio.

El trío drag inamovible de Queen se formó hace seis años cuando Maximiliano se acopló al ser elegido a través de un casting. Sergio es su líder natural: propone la música, indica los pasos a seguir, posiciona a sus colegas y explica, para los pocos espectadores del ensayo –entre ellos, algunos obreros que aggiornan la disco, la periodista y el fotógrafo–: “Decidimos la temática y después de discutir las canciones, las edito. Es una puesta en escena corta, donde cada uno tiene su momento. Sólo el cierre es conjunto”.

“En la década de 1990 éramos considerados bichos raros. Nos dedicábamos sobre todo al mero transformismo, representar personajes del tipo de Liza Minelli. La creación de la nueva imagen del drag, más exagerada y caricaturista, llegó a mediados de 2000 con la música electrónica”, rememora Ariel, el que más años lleva en el rubro.

La música sigue girando. “Este es mi tema, yo soy más electrónico”, opina Sergio con una versión que le contagia un movimiento robótico a sus pies. Y al tiempo que busca la siguiente canción, que acoplará a las ya elegidas, da una definición más de la trama drag: "Quizás vestirnos así para un show es una manera de exteriorizar rasgos ocultos de nuestra personalidad. Jamás me animaría como Sergio a hacer y decir lo que muestro con las plataformas puestas".

“Esto es todo. ¿Alguien va al centro?”. El colombiano devenido coreógrafo avisa oportunamente que nos tiene que dejar porque debe buscar el cubrecamas que llevó al lavadero, que estaría listo para la tarde.

Su historia se resume así: vivió en Colombia hasta 1998 y en una aventura que como mochilero lo llevaría por la parte más austral de América se hizo de un amor mendocino en Chile. Lo siguió y, pese a que la pasión se extinguió en tres meses, terminó protagonizando la escena del varieté local.

Sergio Sotelo o Queen Kartajena (como le puso a su personaje) es de los drags queen más conocidos de Mendoza. Su currículum acredita varias apariciones en teatro de revista.

Aunque arrancó como Ricky Martin. “Cuando Tito Bustos (hasta hace un tiempo dueño de Queen, ahora en manos de Ana Laura Nicoletti, La Turca) volvió de España, me dijo que había que incitar la movida drag. No me daba miedo, pero fue difícil porque tampoco lo tenía en la cabeza. El primer paso de mi transformación fue hacer de Ricky Martin, que si bien era un personaje masculino, me ayudó a animarme a la escena. Nicky (Ariel García) y Tasha (travesti de la escena local) me invitaron a acompañarlas en un musical que emulaba el video de No more I love you’s de Annie Lennox. Hice de una bailarina con tutú y chivita. Ahí comenzó el cambio”.

Maximiliano comenta que su nombre artístico es Max Drag. Y se ríe, siempre lo hace. Marca el “sho” porteño con la misma fuerza con la que impone la juventud de sus 26 años bien vividos.

Llegó hace diez años de Buenos Aires en busca de nuevas experiencias. “Estaba parado justo allá –señala la entrada del boliche Queen Disco, en el que compartimos el primer encuentro–, y un relaciones públicas con quien había hecho una amistad de tanto visitar este lugar me propuso que me presentara en un concurso de drags que se hace todos los años. Los había visto a ellos –habla de Sergio y Ariel, referentes del género–, pero siempre como público”.

Dada la aceptación que los drag queen tienen, por estar ligados a la moda freak adolescente, los boliches gays no son los únicos que demandan su presencia. Son convocados incluso para llevar su excentricidad a cumpleaños de quince. Y Maxi lo vivió en carne propia: “Las chicas mueren porque entremos con ellas del brazo en lugar de que lo hagan sus padres. Pero yo pienso ‘nena, me van a mirar más a mí que a vos’”.

También a Ariel lo convenció Tito Bustos, como a Sergio. Y de ese juego de ponerse pestañas y pelucas para posar en el escenario hizo el oficio que más lo satisface. “Queen es mi casa”, lanza sintéticamente este hombre de pocas palabras, que desde hace 17 años es drag. Vio nacer a La Turca como diva. La vio ser Reina de la Vendimia Gay y convertirse en el personaje estrella de la farándula provincial que es hoy, incluso en empresaria al tomar las riendas del boliche Queen.

“Me conocen como Nicky Harris”, se presenta.


Travestis o drags

En general, la “gente común” suele confundir estos oficios de la trasnoche gay, que hoy llegan a públicos heterogéneos.

El ensayo arranca a las 16 y Keta siempre llega tarde. Sus compañeros la exculpan con un apretado abrazo. Es la más grande de todos. La “más grande” en todo sentido. Está cerca de pisar los 60 y la presentan como una de las joyas de la disco. Por eso es parte del show del sábado, donde despunta el vicio de comulgar con un público fiel, que, según ella, es su alimento.

Esta travesti que transitó el submundo trans desde su primer hervor es la indicada para aclarar las diferencias: “La travesti se muestra, seduce y siente como mujer, que es la apariencia con la que sale a la calle. El drag no quiere ser mujer, quiere provocar, ser en sí el espectáculo”.


Show animal

No tienen de día nada que los diferencie del resto de los mortales de su género. Ni siquiera sus nombres. La noche es en cambio la que fuerza su apariencia de seres extraños, diferenciables.

El camarín es un desmadre. Purpurina, lentes de contacto, casquetes, maquillajes, trajes grotescos y vertiginosas plataformas multiformes que sirven para tomar la necesaria distancia de otras criaturas terrestres copan los reducidos mobiliarios. También lentejuelas, trajes de otras actuaciones y maniquíes con pelucas y postizos comprueban la vorágine que viven estos personajes cada madrugada.
Kartajena, Nicky y Max Drag, y también Keta, tienen cada uno su espacio y marcas personales.

La propuesta de la noche es Animales. Son las 23 del sábado y todavía la disco permanece en silencio. Pero en los reductos en que Sergio, Ariel y Maxi se convierten en esos seres extravagantes que llaman drag queens (en sus variantes de drag animal y drag monster), la música ambiente armoniza con la escena.

Nicky observa tranquila. “La” o “él”, minutos antes del show, da igual cómo los llames. Quiere ser una loba, como la de Shakira, aunque sus compañeros le digan que nunca puede dejar su impronta “popera y ochentosa”.

“Respetame, soy mujer, vivo en libertad”, repite Keta, repasando el cuadro con la canción de Mónica Naranjo que le tocó en suerte y apaga otro cigarrillo en un cenicero en el que no hay lugar para más. Sobre su cabeza, unas orejas metalizadas que acompañan un atuendo lúgubre y sensual son las referencias de la pantera en la que pretende convertirse.

Max encinta su cuerpo y se viste rápido. Tiñe de blanco su cuero cabelludo y se maquilla con pulso y destreza. “Soy más bicho, más exagerado que el resto”, dice detrás de unos lentes blancos algo monstruosas. Antes del show, hará un trabajo extra en un cumpleaños de quince.

Cuando Max Drag regresa, Kartajena ya está listo. Tiene espíritu de lagarto y forma de drag: a la cola fucsia, una estructura que despliega sobre su espalda, el rostro maquillado imitando la textura de un reptil, suma un corset, plataformas, casquete y unas pestañas postizas que serían el delirio de cualquier vedette.
El “punchi punchi” que proviene del exterior –donde cientos de jóvenes y no tanto hacen de la disco su propia burbuja gay–, se acopla con la voz de Whitney Houston, que emerge de la misma radio del ensayo, ahora dentro del laberinto que forman los camarines.

“A las 3.30 arrancamos”, sugiere Kartajena apurando al resto.

El show transcurre en 12 minutos. Tiempo suficiente para accionar la testosterona y empujar a los más tímidos a seducir a su presa.

Los drag queens posan como divas sobre el escenario y adquieren más vivacidad en el juego de las luces y los flashes. Son, detrás de su performance bestial, las reinas de una noche kafkiana.

Pueden llamarlos Sergio, Ariel y Maximiliano. Pueden llamarlos Kartajena, Nicky o Max Drag. No importa tanto, con tal de que sepan quiénes son al nombrarlos.









POR: Cecilia Osorio. DIARIOUNO.COM.AR
ARREGLOS: ALBERTO CARRERA


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