Superficie de placer
Veinte años después de Atame, Pedro Almodóvar vuelve a trabajar con Antonio Banderas y lo hace con una película a la altura de las expectativas. Un film noir a lo Hitchcock (y a lo Hitchcock también adaptando una novela para superarla), filmada en una casa donde filmó Buñuel, con un Banderas tenebroso en su gelidez, interpretando un médico psicópata en la tradición del cine clásico, que experimenta con transgénicos para crear una piel nueva en una mujer que mantiene secuestrada. En esta entrevista, el mismo Almodóvar cuenta las influencias que escondió en la película, cómo manipuló la novela, qué dejó afuera sobre el mundo de las cirugías estéticas y cómo la transgénesis va a cambiar a la humanidad.
Veinte años después de Atame, Pedro Almodóvar vuelve a trabajar con Antonio Banderas y lo hace con una película a la altura de las expectativas. Un film noir a lo Hitchcock (y a lo Hitchcock también adaptando una novela para superarla), filmada en una casa donde filmó Buñuel, con un Banderas tenebroso en su gelidez, interpretando un médico psicópata en la tradición del cine clásico, que experimenta con transgénicos para crear una piel nueva en una mujer que mantiene secuestrada. En esta entrevista, el mismo Almodóvar cuenta las influencias que escondió en la película, cómo manipuló la novela, qué dejó afuera sobre el mundo de las cirugías estéticas y cómo la transgénesis va a cambiar a la humanidad.

Iba a ser en Estados Unidos, a partir de los años ’30 –muchas veces, de la mano de alemanes emigrados; no solo cineastas, sino fundamentalmente directores de fotografía–, que películas como las de James Whale, Tod Browning y Rouben Mamoulian devolverían a estos personajes su voluptuosidad. No obstante, en el transcurso del siglo distintos directores descubrirían que ese complejo borde era capaz de crecer hasta límites insospechados de la mano de la medicina. La química, las armas, la experimentación con animales, la investigación científica sobre lo no-humano, con toda su carga de manipulación, feroz y despiadada, sin duda alguna generaba una extraña inquietud. Pero cuando esa misma temeridad, ese mismo denuedo violento, se vuelca sobre el cuerpo de hombres y mujeres, de la mano de los guardapolvos blancos que al día de hoy encabezan el imaginario benefactor de la sociedad, para nuestra sorpresa no sólo hay más horror, sino también mayor encanto. Los efectos extasiantes y alucinatorios de las más diversas drogas, la ortopedia en su sentido más craso e invasivo y en particular, sin duda, el trazo ligero y frío del bisturí sobre la piel desnuda (¿nuestro equivalente al colmillo del vampiro?) constituyen las bases de una erotomanía perversa, asentada en el fervor a la vez sádico y masoquista con que el y la paciente se entregan, voluntariamente o no, a la figura del médico.

Es en torno a la sumisión, de hecho, que la película establece y construye todo su relato, en claro contraste con el sometimiento brutal y explícito por la vía de la violencia física. No sólo en el personaje de Vera (interpretado por la bellísima Elena Anaya), sino también en el de Marilia (Marisa Paredes), los límites del consentimiento y la voluntad articulan los pliegues de una trama que sería verdaderamente penoso anticipar a los lectores que no la hayan visto. Ocurre que, en un gesto soberbio, Almodóvar aprovecha las complejas estructuras temporales que viene trabajando en su cine desde Hable con ella para extender el problema también al espectador. En efecto, durante aproximadamente la primera hora de film, más allá de su belleza plástica y de lo claro de la situación en su nivel más inmediato –un cirujano (Antonio Banderas, a quien Almodóvar aquí dirige/conduce/somete de manera magistral) y su ama de llaves mantienen prisionera a una joven, sobre cuya piel él ha experimentado con medicina transgénica–, el espectador se ve imposibilitado de recomponer parte fundamental de la trama, imposibilitado de anticipar “a dónde va” la película, con lo que no le queda más que, claramente, someterse.



TRAILER:
POR: Hugo Salas. PAGINA12
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