miércoles, 26 de octubre de 2011

SER O NO SER, SALIR O NO DEL ARMARIO

EXISTE UNA INQUISICIÓN CIENTÍFICA QUE DETERMINA QUÉ SE PUEDE ESTUDIAR Y QUÉ NO

Respondiendo al viejo "ser o no ser" hamletiano, los homosexuales protagonizaron en el siglo XX uno de los fenómenos más relevantes en términos sociológicos, comparable para algunos teóricos a la emancipación de la raza negra y la liberación de la mujer. Nos referimos a culminar la evolución del colectivo desde su categorización como delincuentes a la de enfermos, y de aquí a la de minoría contracultural, en un proceso que la sociología denomina subculturización.

Debemos recordar que la vieja diatriba sobre si la homosexualidad debía considerarse una enfermedad mental o no fue resuelta a las bravas. Los psiquiatras reunidos en 1973 con ocasión de redactar la Clasificación Americana de Enfermedades Mentales (DSM-III) votaron según sus opiniones “científicas” y bajo intensas presiones. Ganó el no con un 58%, y la homosexualidad dejó de considerarse una enfermedad psiquiátrica.

Eso no quería decir que se hubiese podido estudiar este fascinante fenómeno sexológico con profundidad, ni que se hubiese podido descartar una convicción antigua (esto es, que por razones psicosociales o biológicas, las personas con deseo predominante homosexual suelen presentar más alteraciones psiquiátricas que el resto de la población), sino simplemente que el “lobby” homosexual en Estados Unidos había conseguido suficiente fuerza para influir, a través de su presión como minoría subculturizada en el grupo de especialistas pertenecientes a la American Psychiatric Association.

Un logro social

Nadie que haya comprobado el sufrimiento y las privaciones y limitaciones que la mayor parte de culturas ha impuesto a los sujetos homosexuales puede negar que, pese a la cuestionable legitimidad “científica” de esta decisión, se trataba de un logro social que ninguna sociedad moderna y justa podía impedir. Probablemente la persona que más haya hecho desde el terreno científico sexológico por los derechos de los homosexuales (un muy olvidado hoy Hirchsfeld), sufrió la persecución y la quema nazi de su biblioteca por un fin bueno en sí mismo.

Resulta evidente que sociedad heterosexual e individuo homosexual han funcionado en este terreno como enemigos irreconciliables que vivían la existencia del otro como una agresión en toda regla. Igual que el príncipe danés, toda persona con una tendencia predominantemente homosexual se pregunta “si es más noble para el alma sufrir los golpes y las flechas de la injusta fortuna o tomar las armas contra un mar de adversidades”. Su respuesta, nada fácil, determinará en gran medida su actitud y equilibrio ante la sociedad y ante sí mismo.

Lo anterior no contradice (más bien sustenta) que el sujeto con una dirección homosexual de su deseo no deba ser estudiado en su complejidad, dado que su mejor conocimiento podría ayudarnos en gran medida a evitar este conflicto perenne entre los estándares sociales de normalidad y el sujeto menos típico.

Pues si bien no es la regla en el homosexual que se acepta, el homosexual que reprime su matiz de deseo y amatoria puede convertirse en un individuo antisocial con facilidad, sentirse cómodo atacando internamente a una sociedad a la que culpa de haber doblegado su cerviz y de amputar su forma de vivir en esos dos terrenos de su sexualidad.

El armario esconde miserias propias

La mayor violencia entre parejas homosexuales, el riesgo de suicidio, los desajustes emocionales que posibilitan la emergencia de estructuras de personalidad dañinas para otros, podría entenderse más y abordarse mejor en un contexto de franca apertura que en el oscurantista tradicional. Puede que el armario sólo deje de ser necesario cuando no habiendo ya que protegerse de los otros, tampoco haya que protegerse de los fantasmas y miserias propias.

Ostensiblemente han pasado los peores años para el colectivo de gays y lesbianas. Otros grupos se han añadido a ese intento de subculturización con desigual suerte, volviéndose también “intocables”. Desde entonces, la legislación ha cambiado permitiendo en nuestro país este proceso. No obstante, hoy como entonces, ahora por exceso de celo como antes por considerar el mero tema ultrajante, sigue siendo imposible adentrarnos en el conocimiento científico de esta variación del deseo sin topar por un lado con las resistencias de homófobos y por otra con la de los colectivos de activismo pro-gay.

De facto, aunque más pruebas señalan al origen biológico y congénito de esta variación, como diversos trabajos de investigación han venido ratificando (y ésta era la idea de Hirchsfeld y Ellis), continuamos aceptando una forma de inquisición pleomorfa que determina qué se puede investigar y qué no, qué se puede publicar y qué no. Ni los pacientes con cáncer, ni los encuestados a pie de urna, ni los pacientes esquizofrénicos ni tampoco los voluntarios sanos que se exponen a estudios de investigación de diversos órdenes, son humillados o humillan “a su grupo”. Antes al contrario, a veces ayudándose a sí mismos y otras veces sólo por filantropía, contribuyen al avance científico y al conocimiento sociológico de nuestra realidad.

Para aspirar a una postura no moralista (de una u otra dirección) ante las variaciones en el deseo y de la conducta amatoria humanas, debemos empezar por asumir (homos y heteros) la diversidad como objeto de investigación científica. Si René Char quería legitimar en su verso el derecho a cultivar la propia rareza, nuestras instituciones tienen pendiente legitimar su estudio.

POR: Javier Sánchez. Psiquiatra y sexólogo. Salud y Bienestar Sangrial
ARREGLOS FOTOGRÀFICOS: ALBERTO CARRERA

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