LOS DOS URUGUAYOS QUE AYER CONTRAJERON MATRIMONIO EN BUENOS AIRES.
Cruzar el charco para casarse. Omar Salsamendi y Federico Macerattini se casaron ayer en un Registro Civil porteño. Uno es periodista y tiene 39 años; el otro es empleado, tiene 19. Se conocieron por Facebook. Y dicen que, al volver, pedirán a la Justicia de su país que reconozcan el matrimonio.
Ayer al mediodía, los uruguayos Omar Salsamendi y Federico Macerattini no salieron del Registro Civil de la calle Uruguay, tal y como entraron, sino munidos de la libreta colorada que los reconocerá como matrimonio. Omar y Federico, llegados de Montevideo especialmente hace una semana y un día para realizar todos los trámites que fueran precisos, ayer estaban un poco nerviosos. Federico, porque la ansiedad lo carcomía; Omar, porque “siempre quise casarme”. Además saben que, al volver a Montevideo, sus vidas no dejarán de ser vertiginosas: pedirán a la Justicia uruguaya que los reconozca y proteja como casados. Es que en Uruguay, aunque todo indica que el proyecto de ley tiene mayoría de voluntades legislativas favorables en el Parlamento, el matrimonio igualitario todavía no fue convertido en ley. Omar y Federico podrían, pero no quieren, intentar acogerse a la ley de uniones concubinarias vigente en su país. Esa ley no garantiza los mismos derechos que el matrimonio, tal como en la Argentina las leyes de unión civil nunca fueron lo mismo que la de matrimonio.
Fue hace poco más de un año. En el inicio, a esta pareja de uruguayos los unió Internet. “El era amigo de un amigo de Facebook, le pedí amistad y me aceptó. Y empezamos a conocernos. Pero porque sí, nada más”, cuenta Federico, de 19 años, entre risas por ver que a Omar, de 39, le da algún pudor decir Facebook y prefiere resumir todo en un sencillo “por las redes sociales”.
Es que, cuando los mensajes empezaron a cruzarse en Facebook, Omar, periodista, vivía en Montevideo, y Federico, empleado administrativo del Estado, en Paysandú. La distancia conspiraba. Pero los mensajes habían ido y venido con tanta fluidez, dice Omar, que “cuando nos vimos ya nos conocíamos”. “Es decir, no nos conocíamos personalmente, pero sabíamos todo uno del otro”, explica. “Y eso que él me ponía no piedras en el camino: rocas, icebergs”, factura Federico. Omar concede y agrega que aunque ahora la situación le parezca diferente, por entonces no terminaba de creer que fuera posible: “Yo tengo 39, él 19, vivíamos a 390 kilómetros de distancia...”.
–Y ahí estamos con el 39 –lanza, misterioso, Federico. Y explica–. 39 tiene él ahora que nos casamos, 390 kilómetros es la distancia a la que vivíamos... ¡y 39 es el número de turno que nos dieron en el Registro Civil! El me decía esas cosas y yo le decía: “Pero, ¿qué importa? Podemos intentar”. Y bueno. Tá.
A Omar no se le había dado. Había tenido otras parejas antes, aun con la vida remilgada a la que –todavía hoy– siente que la cotidianidad montevideana obliga a los varones gays (“Acá vamos abrazados y nadie mira, allá sí”), pero en el horizonte nunca había estado la posibilidad de formalizar. “Y yo no soy católico practicante... ¡pero para mí estaba lindo el cuento!”, dice, y se ríe. “A mí sí me importan los papeles.” Entonces, hace una semana y tres días, una noche de viernes, Federico estaba en la computadora cuando escuchó la pregunta de Omar: “¿Nos vamos el lunes a Buenos Aires y nos casamos?”.
El principio de la semana pasada los encontró en suelo porteño, visitando a un escribano para que certificara su residencia temporal como turistas. Después, corriendo contrarreloj en el Registro Civil: a la inminencia del paro, se sumaba una empleada administrativa que sostenía que no podían casarse con la documentación que tenían. La persistencia, un poco de paciencia y el apoyo de la Federación Argentina LGBT (Falgbt), dos días después reanudaron el raid. Y finalmente tuvieron en sus manos el turno para este mediodía. Federico lo dice con alegría, viendo a Omar de reojo. Omar revuelve papeles, muestra la ley de Matrimonio Igualitario. Recuerda que, cuando regresen ya casados a Uruguay, pedirán que su país reconozca el matrimonio. “Hay jurisprudencia de un uruguayo y un extranjero casados en España”, explica; de todos modos, activistas del Colectivo Ovejas Negras ya prometieron apoyarlos. No les molesta. “Es como decía Artigas –explica Omar–: nada podemos esperar sino de nosotros mismos.”
A Omar no se le había dado. Había tenido otras parejas antes, aun con la vida remilgada a la que –todavía hoy– siente que la cotidianidad montevideana obliga a los varones gays (“Acá vamos abrazados y nadie mira, allá sí”), pero en el horizonte nunca había estado la posibilidad de formalizar. “Y yo no soy católico practicante... ¡pero para mí estaba lindo el cuento!”, dice, y se ríe. “A mí sí me importan los papeles.” Entonces, hace una semana y tres días, una noche de viernes, Federico estaba en la computadora cuando escuchó la pregunta de Omar: “¿Nos vamos el lunes a Buenos Aires y nos casamos?”.
El principio de la semana pasada los encontró en suelo porteño, visitando a un escribano para que certificara su residencia temporal como turistas. Después, corriendo contrarreloj en el Registro Civil: a la inminencia del paro, se sumaba una empleada administrativa que sostenía que no podían casarse con la documentación que tenían. La persistencia, un poco de paciencia y el apoyo de la Federación Argentina LGBT (Falgbt), dos días después reanudaron el raid. Y finalmente tuvieron en sus manos el turno para este mediodía. Federico lo dice con alegría, viendo a Omar de reojo. Omar revuelve papeles, muestra la ley de Matrimonio Igualitario. Recuerda que, cuando regresen ya casados a Uruguay, pedirán que su país reconozca el matrimonio. “Hay jurisprudencia de un uruguayo y un extranjero casados en España”, explica; de todos modos, activistas del Colectivo Ovejas Negras ya prometieron apoyarlos. No les molesta. “Es como decía Artigas –explica Omar–: nada podemos esperar sino de nosotros mismos.”
POR: Soledad Vallejos. PAGINA12.COM.AR
ARREGLO FOTOGRÀFICO: ALBERTO CARRERA
ARREGLO FOTOGRÀFICO: ALBERTO CARRERA
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