La difícil verdad y las falacias de pensamiento
¿Cómo podemos establecer la verdad o falsedad de una afirmación? Esta cuestión ha sido un quebradero de cabeza para los filósofos, desde hace mucho. Pero aunque lo haya sido, la vida cotidiana tiene sus procedimientos. Si afirmo que hay un camello en el antejardín de mi casa, bastará con acudir al sitio y verificar con nuestros ojos si está allí. Pero éste es un caso simple.
¿Cómo podemos establecer la verdad o falsedad de una afirmación? Esta cuestión ha sido un quebradero de cabeza para los filósofos, desde hace mucho. Pero aunque lo haya sido, la vida cotidiana tiene sus procedimientos. Si afirmo que hay un camello en el antejardín de mi casa, bastará con acudir al sitio y verificar con nuestros ojos si está allí. Pero éste es un caso simple.
Las cosas se vuelven mucho más difíciles cuando las afirmaciones aluden a entidades de complicada verificación por los sentidos. Por ejemplo: brujas, marcianos en platillos voladores, muertos que caminan por las habitaciones, pulseras con todo tipo de poderes, conocimientos secretos que vienen del origen de la humanidad, conspiraciones perversas, sustancias químicas que causan relaciones sentimentales, hechizos y males deliberados.
En ausencia de procedimientos fiables que zanjen el problema de la verdad o la falsedad de las afirmaciones que aluden al tipo de entidades mencionadas en la anterior enumeración, las personas tienden a aceptarlas mediante criterios de dudosa solidez.
Un socorrido procedimiento es dejarse impresionar por la cantidad de personas que suscriben una afirmación. Así, a mayor cantidad de gente que cree en la verdad de una afirmación (o la falsedad de lo contrario), mayor la verdad que puede atribuirse a una afirmación. Pero no son pocos los ejemplos que demuestran la debilidad de semejante criterio.
Antes de Copérnico, Galileo o Newton, la mayoría abrumadora de la población cristiana de Europa creía que el planeta era plano, permanecía inmóvil y era el centro del universo. Y ello no obstante que, unos quince siglos antes, el griego Aristarco de Samos sostuvo que la Tierra era redonda y se movía. Sólo que era el único que lo afirmaba. Lo cual tampoco confirma que las afirmaciones sean verdaderas cuando las sostiene una sola persona.
La verdad de una aseveración no tiene que ver con la cantidad de personas que la apoyan. La coincidencia de opinión es un hecho sicológico persuasivo. Simpatizamos más con quienes tienen opiniones semejantes o idénticas a las nuestras. Sólo que eso no prueba que las opiniones sean verdaderas.
Otro procedimiento, más sutil pero igual de engañoso, es en suponer que puesto que sostenemos cierta afirmación, ésta debe ser verdadera. ¿Quién querría sostener algo falso y persistir en ello? Sería objeto de burla y desdén. Pero con frecuencia se considera la fuerza de carácter y la segura convicción con que respaldamos una afirmación como prueba de su verdad. Así, los dogmáticos, los porfiados, los tozudos, y las personas de posturas rígidas, estarían siempre en la verdad. Pero, claramente, esto es confundir rasgos sicológicos con criterios de verdad. La pasión con que aseguramos ciertas cosas no es demostración. Habla más de nosotros mismos que de la verdad de las cosas que creemos.
Otro camino usado para dirimir el problema de la verdad o la falsedad consiste en poner atención en la persona que formula o manifiesta la afirmación. Si la persona en cuestión nos merece algún tipo significativo de duda, suponemos que lo que afirma ha de ser falso. Si la persona nos merece "toda la confianza del mundo" -como suele decirse- hacemos fe de lo que afirma.
Lo dudoso de este procedimiento, tanto cuando aprobamos como cuando rechazamos, es que nos abstenemos de examinar el contenido de la afirmación que está en juego. La descartamos o la admitimos no por su contenido, sino por características del sujeto que hace la afirmación. Se trata de una falacia. La verdad de una afirmación no tiene que ver con el grado de confianza o desconfianza que nos merece quien la formula. Si así fuera, nuestros seres queridos deberían ser referentes en materia de conocimiento.
Aunque las afirmaciones no surgen solas, sino que son formuladas por personas, debe haber criterios que permitan establecer su verdad o falsedad con absoluta independencia de quienes las formulan. A eso se refería Platón, poniendo en boca de Sócrates aquello de que "no hay que honrar a hombre alguno antes que a la verdad".
POR: Edison Otero. PENSAMIENTOIMAGINATIVO
ARREGLOS FOTOGRÀFICOS: ALBERTO CRRERA
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